El sistema climático de la Tierra es un tejido complejo de varios factores entrelazados, por lo que los efectos pueden ser de gran alcance. Los glaciares se han reducido, el hielo en ríos y lagos se está rompiendo antes, la distribución de plantas y animales ha cambiado y los árboles están floreciendo también con prontitud. Pero, mientras que el dióxido de carbono calienta la troposfera, la primera capa de 20 km de la atmósfera donde los humanos y todos los demás seres vivos nos encontramos, tiene el efecto contrario en la estratosfera.

Esta reducción de la estratosfera es una clara señal de la emergencia climática en la que estamos inmersos, pues contiene la importantísima capa de ozono, sobre la que ya hemos causado estragos a través de nuestras emisiones de CFC. Si bien los esfuerzos globales colectivos han logrado detener el agotamiento del ozono, que causó un agujero en la capa de ozono sobre la Antártida, nuestras emisiones de gases de efecto invernadero han estado alterando toda la estratosfera.

«[Nosotros] demostramos que la contracción estratosférica no es solo una respuesta al enfriamiento, ya que los cambios en la presión tanto de la tropopausa como de la estratopausa contribuyen», escriben los autores en la revista Enviromental Research Letters que recoge el estudio.

Esto lleva a la conclusión de que es necesario obtener observaciones mejores y más completas de la parte superior de nuestra atmósfera para evaluar la contracción de la estratosfera.

¿Qué otros cambios estarán produciendo nuestras emisiones en la atmósfera que aun no hemos descubierto? Se preguntan los expertos.

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