A trece días de la derrota en las PASO, miles de porteños marcharon ayer del obelisco a Plaza de Mayo para expresar su apoyo al gobierno de Cambiemos. Las consignas centrales fueron las mismas que en 2015: “Sí/se/puede” y “Ar/gen/tina, sin/ Cris/tina”. A diferencia de las infinitas movilizaciones para repudiar políticas oficiales, el gobierno abrió los enormes portones de rejas que alejan al pueblo de la Casa Rosada luego de que el presidente decidiera interrumpir su descanso para acercarse. Mauricio Macri se asomó al balcón que no pisaba desde el 10 de diciembre de 2015, saludó, levantó los brazos y mandó besos durante media hora, pero no le habló a los suyos.

A la hora señalada, las 17, medio millar de personas, no menos de sesenta años promedio, mueven sus banderitas argentinas en la Plaza de la República y cantan “si esto no es el pueblo, el pueblo dónde está”. La marcha fue convocada desde las redes sociales por el actor Luis Brandoni y el cineasta Juan José Campanella, entre otros simpatizantes cambiemitas.

–¡Corten la calle, como la cortan ellos! –grita un hombre excitado en avenida Corrientes.

–Necesitamos cubrir toda la 9 de Julio –pide una mujer tapada de maquillaje.

Asomado por el techo de un BMW, un muchacho arenga a la tropa. Los últimos automovilistas que logran cruzar la avenida no son bien recibidos: “¡Kirchneristas de mierda!”.

–¿Estos vienen a apoyar a Macri? –indaga al cronista un vendedor de chocolates. Al oír la respuesta piensa en voz alta: “¿qué carajo apoyan si hizo todo mal?”.

Debajo del mástil, en el centro de la 9 de Julio, dos familias pobres con una docena de pibes, rodeados de bolsos y colchones, observan con desconcierto a señoras perfumadas que corean “Si/se/puede”.

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“A pesar de todo, confío en este camino”, expresa una mujer desde un cartel. “Sé que faltó mucho pero aún confío”, confiesa otro.

Desde una imponente Ford Ranger con altoparlantes sale “No tenemos miedo”, un viejo gospel que fue himno de los negros en los ’60 e hizo famoso Joan Baez, mezclado con un discurso del ex periodista Luis Otero, que posa para las selfies. “Por libertad, república y democracia”, dice el candidato a intendente de Avellaneda que en las PASO quedó 29 puntos debajo de Jorge Ferraresi. “Sin grietas, sin insultos”, proclama.

No hay banderas de sindicatos ni agrupaciones de ningún tipo. La más exótica, sobre fondo negro, dice “Mujeres trabajadoras que aman la democracia” e incluye un corazoncito.

En la vereda de Diagonal Norte hay otras dos mujeres de rostros curtidos que viven con sus seis niños en la calle. Uno levanta todo lo que encuentra en el piso y lo revolea con ganas a la multitud que camina hacia la plaza. Le llueven puteadas. Señores y señoras bien vestidos miran a los desarrapdos de reojo y pasan lo más lejos posible.

–Que nadie les compre el voto –le dice a una de las madres una mujer que le da unos pesos

–Aguante Cristina, vieja –le grita en la cara otro de los pibes.

–Les pagan, les pagan –escupe una señora y los mira con odio.

–¡A trabajar, a trabajar! –agrega su acompañante con una sonrisa nerviosa.

En el medio de la avenida, Otero grita “viva la patria, viva la república”. Pide volver al obelisco y genera desconcierto. Alguien intenta bromear: “como hace Macri, marcha y contramarcha”.

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Cuando desde los altoparlantes se escucha el himno los rostros se tornan solemnes y todos elevan los celulares. Se huelen perfumes raros: no hay choripanes ni bondiolas, sólo se ven vasos de Mc Donald.

Los cantitos de entrada a la plaza, a falta de logros, son por la negativa: “Ar/gen/tina, sin/ Cris/tina” y “No vuelven más”. La cartelería recorre todos los lugares comunes del discurso oficial: “República sí, chavismo no”, “Más república, no al populismo”, “No me obligan a venir. ¡Soy libre!”. Ante la aparición de un dron, todos se emocionan, saludan al cielo y repiten hasta el hartazgo “Si/ se/ puede”

A las seis y media la policía abre las rejas en la mitad de Plaza de Mayo. Los manifestantes avanzan con dudas. “Tendría que salir”, se escucha. El balcón está desierto hasta que dos empleados se asoman a sacar fotos. Una tela con San Martín en su caballo blanco cubre la Rosada. La bandera gigante que suele flamear en la plaza de las Madres faltó al a cita. La pobreza alcanza a los cantitos: “Borom bom bom, el que no salta, es un ladrón”. De repente, empleados de la Rosada asoman una bandera argentina y los presentes aplauden. Circula el rumor de que Macri llegará en helicóptero.

–¡No pisen las plantas, no seamos peronistas! –grita un hombre. Nadie acusa recibo.

–¿Dónde están los periodistas? –se indigna otro ante la ausencia de cámaras–. En eso tienen razón los kirchneristas: los periodistas son unos hijos de puta, se dieron vuelta todos –lamentan. Lejos de allí, otros cambiemitas insultan a cronistas y camarógrafos de C5N.

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Poco después de las siete de la tarde, Macri y su pareja, Juliana Awada, salen al balcón. El presidente transmite vía Facebook. “Tres años y medio es poco tiempo para cambiar todo lo que hay que cambiar”, se le alcanza a escuchar. “Podemos ser mejores”, asegura. Pide un minuto y reaparece 19.15. “Tenemos que seguir más que nunca”, agrega. Manda besos y se toca el corazón con el puño cerrado. Desde abajo lo filman con celulares.

–¡Cualquier cosa! –grita mirando al presidente el hombre que pidió no pisar las plantas–¡Antes que los kakarulos, cualquier cosa!

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