Por su parte, las hembras del grillo de la artemisa o grillo mormón tienen el peculiar hábito de morder una o dos veces las alas del macho mientras copulan para lamer su sangre. Al terminar esa sangre coagula y las alas se convierten en dos extrañas estructuras retorcidas, sin cumplir otra función que la de avisar al resto de las hembras de que ese macho ha dejado de ser virgen. ¿Entonces qué hacen para copular cuando han perdido la inocencia? Usar un cepo. Cuando la hembra se sube encima de él para comprobar su virginidad, el macho curva el abdomen para encajar sus genitales con los de la hembra y hace saltar el cepo, que se cierra sobre el abdomen de la hembra y no la deja escapar. ¿Y a qué hembra no le gusta que peleen por ella? Esto sucede en muchas especies, desde la elefanta marina septentrional, que además de gustarle los maduritos arma un gran escándalo cada vez que un macho intenta montarla para alertar a los que se encuentran alrededor (sus gritos despiertan incluso a los que están dormitando en la orilla).

Por su parte, la gallina bankiva, el ancestro salvaje de nuestra gallina de corral, emite un fuerte chirrido cada vez que pone un huevo. Podríamos pensar que no es un algo muy inteligente pues así alerta a posibles depredadores que estén por los alrededores, pero el objetivo de la gallina es otro: hacer que los machos comiencen a pelear entre ellos por el derecho a fecundar el siguiente huevo. Por su parte, las hembras guepardo no incitan a la pelea pero ver a los machos luchando las pone cachondas: al poco tiempo de presenciarlas, entran en celo.

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