Para Mateo, un autor que escribe para un público judío, le es imperioso demostrar que si Jesús es el Mesías por nacimiento entonces debe cumplir lo que las profecías del Antiguo Testamento dicen que debe suceder. La más importante es que debe ser de estirpe davídica: de ahí el porqué de su genealogía, que es históricamente errónea y contradictoria con la que aparece en Lucas. Al ser descendiente de David debe nacer en Belén, pues ya lo dice el profeta Miqueas: “Mas tú, Belén Efratá, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti me ha de salir aquel que ha de dominar en Israel”. Esta profecía la repite Mateo pero la modifica en su propio beneficio: “Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel.” Como puede verse, Mateo suprime Efratá y lo cambia por “tierra de Judá”, ¿Por qué? Efratá no significa gran cosa a sus lectores pero Judá lo identifica con la tierra del Mesías. Por supuesto también magnifica la importancia de Belén al cambiar “eres la menor” por “no eres, no, la menor”.  

¿Y los Magos? En Salmos se dice que al futuro Mesías lo adorarán los reyes de Arabia, Saba y Tarsis, que le traerán presentes, y en Isaías, que vendrán de Saba portando incienso y oro. Que una estrella anuncie su nacimiento aparece en Números: “Lo veo, aunque no para ahora, lo diviso, pero no de cerca: de Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel”. Una frase que el autor de Números se la atribuye a Balaam, un profeta que vivía en Babilonia. Mateo recogió todas estas profecías y las hizo confluir en su relato: Belén, los Reyes Magos y la estrella. 

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