Nadie se salió del libreto porque llegaron con las cartas ya jugadas. La conciliación no exenta de firmeza de Fernández, la apuesta a full a la grieta de Macri, Espert y Gómez Centurión, corridísimos a la derecha, Lavagna incómodo y Del Caño a sus anchas. En las urnas se ven los pingos.

A la hora de definir lo que es debate, la RAE es bastante escueta: controversia, discusión, dice a modo de explicación y de módica acumulación de sinónimos. De todos modos, en su cortedad, la Academia da una pista, se debate, se discute sobre temas comunes.

Pese al temario que se supone aspiraba a que todos hablaran más o menos del mismo asunto, la cosa, como no podía ser de otra manera siendo parte de una campaña, devino en que cada uno fue por su lado y dijo lo que se propuso decir sin atenerse demasiado al libreto. Lo que terminó por demostrar que en los dos encuentros no se debatió nada, tal vez porque no hay nada qué debatir. Entonces, el torneo por definir el o los ganadores pasa más por cuestiones de estilo, gestos, énfasis. De humor ni hablar.

Entonces, si no había nada en discusión y, como sucede en la tele, todo es epidérmico, solo queda plantear algunas cuestiones sueltas.

El problema de la democracia: ¿Por qué hay espacio para quienes atentaron contra ella como es en este caso Gómez Centurión, y como lo fue en su momento Aldo Rico? La democracia que combatieron les sirve de coartada para reivindicar aquello que usaron contra ella. Pero nadie lo dijo en el debate. Tal vez sea algo para no dejar pasar tan rápido porque va más allá de un argumento ad hominem. El ex carapintada trajo al debate el programa económico y social de la dictadura, con fuerte énfasis en lo represivo. Y cerró fuera de los estudios con un tuit cuestionando la cifra de desaparecidos en tono de burla.

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Por otra parte, la democracia burguesa con sus instituciones es para el FIT una posibilidad y un límite. Ni siquiera el trosko más optimista puede imaginar la posibilidad que Del Caño sea presidente. Entonces, el candidato de la izquierda oscila entre la propuesta y la denuncia, que es donde se siente más cómodo. Lo otro suena a libreto recitado miles de veces: no pagar la deuda, las empresas a cargo de los trabajadores, etc. En el medio se cuela una idea interesante pero que no parece practicable en el corto plazo: el reparto de las horas de trabajo disponibles entre empleados y desocupados.

Ese carácter flotante de tipo que participa sin fingir ninguna expectativa, como sí hacen sus colegas de segunda fila, le permite ser más contundente que los demás. Las ventajas del que no cree que tenga algo que perder y que no sueña con hacer carrera. Así cualquiera, dirían los otros cinco.

Las formas autoritarias del liberalismo argentino: Espert habló de “virus”, mientras que Macri no dejó nunca de poner en la mesa un “ellos” y un “nosotros”, cualquiera fuera el tema. Todo eso remitió de manera bastante decadente a los discursos de la década de 1880, cuando se empezaba a armar la república. Si bien las ideas que se traían de Europa eran celebradas, no lo eran tanto otros que llegaban del Viejo Continente: los inmigrantes que llegaban con el virus de aquello mismo que hoy es para Espert el gran mal argentino: los derechos laborales.

El presidente, colocándose en el lugar del retador, se dedicó a establecer esas fronteras que eran tan caras a la generación del 80, que hablaba de un entre-nos y que se sentía amenazada por esos otros que bajaban de los barcos a quienes leían en clave moral de la misma manera que hace Macri hoy con quienes no lo votan. No solo eso, sino que lo planteó como una cruzada personal. “Voy a tener que pasar otra vez por esto”, dijo aludiendo a un improbable ballotage.

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Si bien la cuestión de la inmigración no se tocó explícitamente en ninguno de los dos debates (salvo una alusión indirecta de Gómez Centurión en relación al cuidado de las fronteras) sí es un tema que se busca instalar desde el macrismo, sobre todo en boca de Pichetto; quien plantea, como se hacía en los viejos 80, que hay inmigrantes buenos (los que trabajan en silencio) y los malos, los que son revoltosos o delincuentes. Es habitual en las redes ver quejas por la presencia de piqueteros paraguayos o bolivianos, como si al pasar la frontera debieran abandonar su derecho a la protesta. Como “solución” al asunto, en 1902 Miguel Cané promovió la llamada Ley de Residencia que permitía exiliar a cualquier extranjero que tuviera problemas con la ley. Hoy la Bullrich anda agitando e impulsando algo más o menos parecido.

¿Y el peronismo? No se entiende muy bien cuáles son las diferencias entre Alberto y Lavagna, más allá de las cuestiones personales, de estilo y de algunos irritantes socios (Barrionuevo, Urtubey) del ex ministro de Economía. Lo que hay son estilos distintos, lo cual no es una cuestión menor. Lavagna sigue siendo un economista y desde ese lugar lee la realidad. Lo que lo lleva a cierta incomodidad, a cierto no terminar de encajar con la dinámica del debate. Y a hacer un aporte interesante, como incluir el combate al hambre como parte de una política de derechos humanos. Fernández lo destacó.

Esa misma indeterminación le permitió a AF, que es un político, recuperar viejas tradiciones peronistas: el acuerdo social, la comunidad organizada, la idea de un diálogo transversal que atraviese los diferentes sectores sociales. Un mensaje de conciliación, de leones herbívoros.

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La marcha del millón modo debate: Uno de los resultados de la gira presidencial, seguramente no buscado pero sí bienvenido, es el de haber dotado al antikirchnerismo difuso y epidérmico de una identidad política. Desde ese lugar sale a disputar la representación de la clase media y de sus valores. Morales Solá, quien habla por boca de Macri o viceversa, planteó que estas marchas eran las primeras de clase media. Vaya, Joaquín, te llevaste historia argentina previa. Marchas estudiantiles, las marchas de la Memoria, por nombrar solo algunas, son de clase media. Luego agregó que lo del sábado en el Obelisco fue una advertencia para el futuro gobierno de Alberto Fernández. O sea, una amenaza. Ese fue el tono de todas las intervenciones del presidente que apostó fuerte a la grieta. Habría que ver cómo sigue la película a partir del 28 de octubre pero no es una buena señal. 

Periodistas con cronómetros. Hubo quejas, sobre todo de Majul, quien no formó parte del elenco debateril, por el hecho de que el periodismo quedara reducido a administrar el tiempo. Puede ser, pero tiene algo de escena soñada. Los políticos dejan de ser los dueños de las palabras y quedan sujetos a lo que decida el reloj. En la tele, ya se sabe, el tiempo es tirano. Y esta vez los déspotas fueron los periodistas. No es un lugar tan malo.

 

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