El mundo de la política y de los medios presentan a las PASO y a las legislativas como batallas terminales donde se juega el futuro del país. Mientras tanto, pasan otras cosas que de tan constantes ya no entran en la agenda.

En el programa de Majul (su segundo hogar) Patricia Bullrich se corrió del lugar de candidata pasada a retiro y se puso en el lugar de la estadista –al  menos como se puede entender en el PRO, más como proveedor de contenidos y consignas y no como quien tenga todo el panorama del país en la cabeza y pueda producir ideas y rumbos. En su nuevo y autoadjudicado rol, lanzó una especie de programa a poner en práctica en caso de que Juntos por el Cambio se imponga en 2023. Fue lo de siempre, facilitar las inversiones, insertarse en el mundo, meritocracia y coso. Pero en el medio apareció una medida concreta: que nadie pueda tener un plan social que dure más de seis meses. Si el país político no estuviera inmerso en discutir varados, dipys y elegantes, el planteo merecería no haber pasado desapercibido. Esa idea –a la que se pueden sumar los ataques de Pichetto a lo que él llama el pobrismo- es parte de una campaña electoral, cuyo eje debiera ser, desde la perspectiva de Bullrich, colocar al asistencialismo en el centro de la contienda con el aditamento, claro, de las vacunas y la situación económica.

No es posible saber si esta fue una ocurrencia de la presidenta del PRO –lo más probable- o algo que se haya discutido dentro de Juntos por el Cambio. Lo cierto es que, al menos por ahora, no fue tomada como consigna por la coalición opositora. Lo cual parece confirmar lo que se ve desde afuera, JxC es en verdad una sumatoria de personalidades corridas a la derecha de sí mismas y que el diálogo interno es una entelequia. Pero Bullrich juega una carta pesada que se suma a lo que seguramente será el sonsonete de campaña: vacunatorio VIP, Pfizer, FMI, segundas dosis y otros mantras y ahora las organizaciones sociales.

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La idea es poner toda la carne en el asador porque la derrota en las PASO y las legislativas pondría en seria crisis al espacio, con el consabido castigo a los derrotados, como pasó con Macri, que se alejó vencido de la confección de las listas. Y revelaría la dificultad de la derecha local, por un lado para articular un discurso y, por otro, para poner nuevas caras a su propuesta. Todos los que están peleando por encabezar listas hace rato que están en el candelero, algunos desgastados, como Vidal, otros demasiado locales como Jorge Macri y Santilli. No parece haber en el horizonte alguna forma de renovación, ni siquiera se lo plantea.

Para el Frente de Todos, una derrota no sería tan catastrófica, aunque sin duda va a doler y se va a llevar puesto a más de uno. Pero el oficialismo tiene a mano la gran explicación: las restricciones poco simpáticas a las que obligó la pandemia y el deterioro consiguiente de la situación económica. Y tiene reservas como para dar paso a gente nueva, algo que ya empezó con la asunción de Alberto Fernández.

Lo más probable, de todos modos, es que el porcentaje de ausentismo sea mayor al habitual y que haya un crecimiento del voto en blanco. Y seguramente aumente el caudal de las fuerzas que se presentan (con todas sus diferencias) como fuera del sistema: los libertarios y la izquierda, que son expresiones de descontento sin horizonte a corto plazo. Que lo mantiene fresco y lo alimenta. No hay indicios de aparición de nuevas fuerzas como sucedió en Chile.

La sensación es que gane quien gane no cabe esperar demasiados cambios en la vida de la gente. Pocas elecciones tan superestructurales como esta. Oficialismo y oposición están embarcados, en lo que a campaña se refiere, en repartos de culpas, y responsabilidades y en augurar los escenarios más catastróficos si gana el otro.

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En un contexto de fuerte desigualdad, de inflación descontrolada y pérdida de poder adquisitivo de asalariados y jubilados, la batalla electoral suena como algo distante y que concita poco interés salvo para los medios y para los involucrados de modo directa. Una pena, porque siempre una elección debiera importar porque implica el ejercicio de la voluntad popular. Pero cuando la democracia solo tiene cara de urna pierde mucho de sentido.

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