– Télam: ¿Desde la actualidad se puede pensar que se logró contar el pasaje de la «tragedia» de los 70 a la «comedia» de los 90, tal como categorizan ustedes esas décadas en su biografía sobre Galimberti?

– Roberto Caballero: El libro permitió con algún tipo de frescura retratar una época para una generación que no es la de de los 70, que no fue militante ni protagonista de ese tiempo. Eso nos posibilitó ver con algún grado de desprejuicio lo que otros no querían ver de esos años. Había toda una bibliografía setentista que veía cosas para olvidar, otra que veía cosas para reivindicar acríticamente, otra que veía nada más que dolor y tragedia: todas miradas muy comprensibles y todas genuinas y auténticas. Nuestra generación es también genuina y auténtica, pero no estamos atravesados por esos dolores, ni por esos grandes paradigmas que habían estado en pugna en los setenta, con lo cual el abordaje que hicimos nos permitió recuperar ese pasaje de la tragedia a la comedia.

Lo que observamos es la diferencia entre unos 70 que habían sido dolor y tragedia y los noventa que eran todo lo contrario: el abrazo entre Carlos Menem y el almirante Isaac Rojas, la oportunidad de Galimberti trabajando para la SIDE, los indultos… Los noventa fueron una comedia; tiene muchos abordajes posibles pero fueron casi una mueca grotesca de lo que había ocurrido años y que habían sido los sueños y la tragedia: los sueños de una revolución posible inspirada en la Revolución Cubana, la Revolución Argelina, el Mayo Francés, la vuelta de Perón… toda esa potencia interrumpida por el tajo brutal y asesino de la dictadura cívico militar y el terrorismo de estado, la tortura de 30.000 desaparecidos, etc…

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Los noventa fueron una mueca cínica de lo que había ocurrido. Un país que creía se transformó en un país que no creía en nada; un país que aspiraba a la revolución socialista, después quedó encandilado por el uno a uno (un peso un dólar) y la posibilidad de viajar a Miami y donde de la clase trabajadora como motor de la historia se pasó al empresario joven y arriesgado que se convirtió en el sujeto político de los 90, junto con el operador político que eran militantes que se habían transformado en empresarios, como José Luis Manzano, que había tenido una pasado militante en los ochenta.

– T: ¿Qué aspectos le costó más comprender de Galimberti?

– R.C.: Discutí mucho con Rodolfo Galimberti su abrazo con Jorge Rádice, un tipo que formó parte de inteligencia naval, que integró el grupo de tareas de la ESMA, que torturó a sus viejos compañeros… Galimberti en el 84 se abraza con él. Tenía una idea fantasiosa sobre la unidad de los combatientes de la patria, que torturadores y torturados se debían juntar y hacer un país mejor. Es lo que después se vio con Menem abrazándose con Isaac Rojas: «la pacificación», «la reconciliación», «los indultos». Galimberti tuvo el protagonismo del abrazo con el torturador de sus compañeros al que yo nunca perdoné. Nunca lo entendí y siempre fue motivo de discusión cada vez nos encontramos.

Salvo eso, siempre lo vi a Galimberti como una persona con sus euforias, sus altibajos, sus memorias, pero está claro que cada vez que se sentó con nosotros fue muy consciente de lo que implicaba que dos pibes jóvenes contaran su historia. El tenía un sentido de la historia que no todos tienen. Eso es lo único que lo hacía, si se quiere, un tipo fuera de lo común, que concita hasta el día de hoy una fascinación.

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