En el oficio periodístico son comunes las cartas y mensajes de quienes buscan intermediación para sus puntos de vista. Para esta columna son de tener en cuenta, aunque no se los reproduce. Pero en las últimas semanas el fenómeno es notable: una cantidad inusual de cartas, emailes y mensajes reclaman atención, como el del escandalizado por el hipócrita «Ayúdennos a ayudarlos» del gobierno de la CABA, que recuerda al viejo apotegma «El silencio es salud», o el del lector correntino que aplaude la política sanitaria del gobierno pero condena «por floja» su política económica, o el que hace una lúcida reflexión sobre dos engañosos lugares comunes: «Seguridad jurídica» y «Derechos adquiridos».

Esta semana, entre esas misivas, una médica pediatra del conurbano bonaerense dirige una conmovedora carta al Presidente, de irresistible reproducción, resumida pero fielmente: «Soy médica pediatra. Tengo tres hijos. Estudié en la UBA y en los últimos 4 años como la inmensa mayoría de los argentinos perdí un 50 por ciento de poder adquisitivo en promedio. Y aún así me importa poco cuánto ganen los políticos, pues no es lo que ganan sino lo que deciden lo que nos cambia la vida. Creo en la política como herramienta para administrar la vida en sociedad y si algo nos enseña esta pandemia es que no sobreviviríamos en soledad. Yo me levanto a cualquier hora a atender pacientes y considero que merezco una retribución justa, pero soy consciente de que mi trabajo no tiene sentido si la población no accede a un calendario de vacunas. Por eso lo voté: para que cobre su sueldo y tome decisiones. Lo voté para recuperar el Ministerio de Salud y el de Ciencia que la administración anterior suprimió y que hoy están al frente de las decisiones que nos guían y organizan. Lo voté para que en la actual epidemia de dengue contemos con el indispensable organismo público y para restablecer y garantizar el calendario de vacunas obligatorias y gratuitas, y para que nos asegure que se siga produciendo la única vacuna que existe en el mundo para fiebre hemorrágica argentina y cuya producción se suspendió por pésimas decisiones políticas. Y también para revertir el desfinanciamiento que sufrió el Malbrán por una gestión que en nombre del odio al Estado abandonó la salud, la ciencia y la investigación públicas. Me urge además pedirle que reincorpore en el Hospital Posadas a jefes y trabajadores de servicios que dejaron de existir en nombre del achique del Estado. Y que no permita que el hospital escuela donde me formé acabe siendo un emprendimiento inmobiliario. Me indigna pensar que la Capital de mi país categorice la enfermería como trabajo administrativo. Y quiero que mis compañeros que hoy exponen sus vidas sean reconocidos. Lo voté para todo esto y para que investigue dónde fueron a parar los 100.000 millones de dólares que tendrán que pagar mis hijos y nietos, deuda que condiciona no sólo los sueldos de toda la administración pública por muchas generaciones, sino las jubilaciones de quienes hoy trabajamos a destajo para ganar el pan. Y por último lo voté para que no ceda ante las inmensas presiones que soporta todo político para que decida en detrimento del bien común y a favor de sus intereses. Y espero su decisión política para conseguir los fondos necesarios para hacer frente a esta catástrofe: que las grandes fortunas por una vez contribuyan y lo que acumulan sin sentido sirva para preparar al sistema de salud para lo que se viene. Tiene usted la responsabilidad del timón y de velar por nuestro bienestar. Siga tomando decisiones que favorezcan a la mayoría. Su sueldo y el de sus colaboradores serán una inversión para el país».

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Reflexiones como la de esta médica -–carente de la frivolidad estúpida de los mentimedios–- están tan llenas de sentido común como la del lector que afirma que «las investigaciones de fuga de divisas que iba a hacer el Banco Central no pueden paralizarse por el coronavirus». O como quien sostiene que «es hora de obligar a que los bancos timbeen dineros propios y no de sus clientes». Y los que recuerdan que «la reforma judicial sigue siendo urgente y la tributaria, también». O exigen estudiar los márgenes de ganancias de los escasos formadores de precios. O escriben en las tribunas de este diario: «Limpiar de enemigos las estructuras del gobierno y empresas del Estado, después de 4 meses de gobierno, ya es una deuda».

Estamos asistiendo a las inventivas de buena parte de la ciudadanía que, quizás atemorizada pero firme en sus convicciones, espera más del gobierno aunque sin dejar de reconocer la sabiduría, serenidad y mano firme que hasta ahora mostró el Presidente. Y es que el manejo de la pandemia es un acierto porque tiene al borde del nocaut a ese enemigo histórico de las clases trabajadoras que es el discurso individualista, meritocrático y antisocial del neoliberalismo, pero como también se sabe que es capaz de reponerse rápido, otro lector exige: «El impuesto a los ricos no puede esperar, y ahora mismo debe ser explicado al pueblo todo por cadena nacional y reiterado varias veces por día».

Como en 2001 y 2002, hoy todo lo que huele a “mercados” y a «campo» apesta. Son palabras vacías y malignas como todo lo insincero que se mueve en las sombras. Los «mercados» (vocablo que en realidad nada significa) son tan engañosos como los «expertos», «especialistas» y chantas de todo calibre que inficionan la tele, y frente a los cuales el gobierno por momentos parece paralizado, seguramente por temor a infames acusaciones corporativas. Esos tipos anonimizan las cosas y siembran confusión y miedo. Son el «establishment». Los miserables, o sea.

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Y lo mismo «el campo», que con trajes y corbatas reclama «libertad de comercio» y «productividad» como modo de ocultar que la cuestión agraria sigue siendo, en la Argentina, la madre de todos los problemas políticos, sociales y económicos, en tanto matriz generadora de la injusticia social que forjó y sostiene la oligarquía terrateniente desde sus instituciones medievales, aristocratizantes y antisociales. Y sector que no se deja controlar, que declara lo que quiere, que esconde resultados y cifras, y cuyo sistema de dominación comunicacional se basa en mentiras, corrupción y muchísimo dinero para cooptar a los flojitos de ideología que son parte del sistema político.

El neoliberalismo y las derechas duras con las que lidiamos los argentinos, siempre enarbolan temas abstractos: el comunismo ayer, el narcotráfico y la inmigración ahora, y Cuba, Irán y Venezuela. Pero había sido que frente a una peste verdadera se quedan sin argumentos, más allá del estúpido reclamo de «salvar la economía»

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