Ciudades en el espacio

En 1969 un profesor de Princeton llamado Gerard O’Neill proponía esta pregunta a sus estudiantes: ¿es la superficie de un planeta el lugar correcto para una civilización tecnológica en expansión? La respuesta a la que llegaron fue un rotundo ‘no’; el lugar correcto es el espacio. Así es como O’Neill ideó su Isla Uno, una colonia espacial capaz de albergar a 10 000 personas en un esfuerzo que, una vez desarrollada la tecnología necesaria, no sería superior al que costó colocar un hombre en la Luna. Isla Uno es una esfera de 480 m de diámetro conocida como Esfera de Bernal. Rotaría a una velocidad de dos vueltas por minuto, lo que proporciona una gravedad artificial en el ecuador similar a la de la Tierra. Con un coste aproximado de tres veces el programa Apolo, la única pega es de dónde sacar los materiales necesarios para construirlos. Evidentemente, el lugar apropiado es nuestro planeta, pero el coste de enviarlos al espacio sería excesivo. Por tanto, la única opción es obtenerlos de un lugar cercano y donde se encuentren en abundancia: la Luna. Para O’Neill, la construcción de bases espaciales pasa, primero, por establecer una base minera en nuestro satélite.

Por su parte, Marshall Thomas Savage, autor del libro The Millennial Project: Colonizing the Galaxy in Eight Easy Steps y fundador de la First Millennial Foundation, propone un entorno totalmente diferente: burbujas de silicona impermeable. Sin gravedad artificial, Savage tiene a su alcance todo el potencial de vivir en un espacio de tres dimensiones: cada habitante dispondría de una habitación esférica de 6,5 metros de radio. Puede parecer pequeña, pero en el espacio hay que pensar en metros cúbicos y no cuadrados: en las burbujas de Savage cada uno dispondrá de 1 130, como una gran mansión en la Tierra.

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Cada burbuja formaría parte de una agrupación mayor compuesta, cada una de doce burbujas dispuestas de la siguiente forma: seis de ellas se colocarían en los vértices de un hexágono, y tres de ellas encajarían encima y otras tres debajo. Las doce formarían una gran “superburbuja”, de modo que doce de éstas podrían disponerse de la misma manera, formando a su vez superestructuras del mismo modo que las muñecas rusas encajan unas dentro de otras.

El problema de vivir en el espacio, o en un planeta sin atmósfera, es que se está expuesto a la radiación cósmica y a los meteoritos. La solución al primero pasa por usar un escudo externo recubierto de una finísima capa de oro –que refleja gran parte de la radiación ultravioleta pero deja pasar la luz visible-, y bajo él, una capa de 5 metros de agua, para absorber la radiación dañina. Los meteoritos también son un problema que se solventaría mediante -¡cómo no!- los oportunos cañones láser.

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