El controvertido episodio Vicentin es retomado en este análisis como disparador acerca de si el Gobierno podrá o querrá replantear un modelo de desarrollo distinto, anclado en una democracia potente, participativa y ambientalmente sustentable, con la crisis del COVID como oportunidad.

 [D]urante los primeros años del gobierno de Néstor Kirchner, dirigentes de distintos movimientos sociales que habían sido convocados a participar de la gestión pública solían definir al proceso político como el de un “gobierno en disputa”. Se entendía mediante esa expresión que el presidente y su núcleo político estaban construyendo una legitimidad y una agenda de reformas democráticas y populares en un contexto de debilidad de origen y expuestos a las presiones de los poderes reales: corporaciones, medios, organismos multilaterales de crédito. La disputa no era por el significado político del gobierno, su orientación ideológica, sino por las posibilidades que tenía, en ese contexto, de implementarla.

El inicio del gobierno del Frente de Todos, a la inversa, alumbró con una razonable legitimidad electoral y con expectativas de cambios, sobre todo en el plano económico, que permitieran retomar una senda de crecimiento con equidad. La irrupción abrupta de la pandemia, la profundidad del daño social y económico legado por el gobierno de la alianza Cambiemos y no pocas indecisiones propias han abierto la pregunta, tanto al interior como fuera de la coalición de gobierno, acerca del significado político del gobierno de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner. Es decir, en el espejo invertido de su mentor, asistimos a una disputa por el gobierno más que a un gobierno en disputa. No son tanto las acechanzas, temibles por cierto, como el propio significado del gobierno lo que está en juego. Ensayamos a continuación algunas coordenadas de ese debate acerca del rumbo político del gobierno de les Fernández.

Partimos de la premisa fraterna de que, puestos a discutir estos temas, el único “fuego amigo” es el del asado. Pensar que la crítica y la diferencia de opiniones es mostrar debilidad es verse en el espejo del otro. Los movimientos populares y democráticos son ruidosos y complejos porque comparten el sentimiento de una comunidad resultante del mismo rechazo a los agravios del poder.

La deriva de Cambiemos

El triunfo de Macri en 2015 fue celebrado por no pocos intelectuales de todo el espectro ideológico como el advenimiento de esa rara avis que tanto Germani como O’ Donnell habían echado en falta para la consolidación de un régimen democrático representativo en la Argentina: una coalición de derecha promercado no peronista electoralmente competitiva a nivel nacional. El éxito en las elecciones legislativas de 2017 y la frágil recuperación económica derivada de los primeros brotes de la liberalización financiera y la toma de deuda, auguraban al gobierno de Mauricio Macri un futuro venturoso de reformas de mercado en un plazo no menor a los 8 años. Tarde pero seguro, la Argentina había encontrado el cuadrante político, para usar la terminología de Juan Carlos Torre[i], que permitía imaginar una larga alternancia con el cuadrante peronista, más orientado al mercado interno y las políticas de protección laboral y social.

Sin embargo, la coalición nacida al calor del conflicto entre el gobierno y las patronales agropecuarias por la captura de la renta extraordinaria de estas últimas en 2008, perdió las elecciones en las que debía renovar su mandato en primera vuelta luego de una debacle electoral impensada en las primarias. El “equipo” que había venido a producir el “cambio cultural” de la sociedad plebeya a la meritocracia y el emprendedorismo y a reinsertar al país en la globalización financiera, luce el dudoso mérito de haber sido el único gobierno que, en la región, en lo que va del siglo XXI, no logró reelegir teniendo la posibilidad constitucional de hacerlo. Y la hazaña parece mayor si se considera que contó con el acompañamiento en cadena de los medios concentrados, la connivencia del poder judicial, el control de los tres principales distritos de gobierno y el apoyo explícito de los Estados Unidos a través del mayor crédito que haya provisto el FMI en toda su historia. El final del macrismo no fue sólo una derrota electoral, sino la implosión de una expectativa de gobierno de derecha no peronista que permitiera generar una hegemonía reformista de mercado.

El cierre de la experiencia macrista deja una expresión electoral de la fractura expuesta que atraviesa a la estructura social argentina. La primera vuelta de 2019 exhibe la representación electoral de dos argentinas divergentes: una vinculada al agronegocio, el capital financiero y las economías de enclave; la otra dependiente del mercado interno, el desarrollo de la economía popular y cooperativista, bajo la protección y promoción estatal. Llamamos grieta desde 2009 al procesamiento ideológico y político de esta fractura social que no ha hecho más que acrecentarse desde hace casi medio siglo. En este sentido, la grieta, tan denostada por sus propios cultores con la pala en la mano, funcionó como un mecanismo ideológico –de interpelación y debate- y político -legislativo, electoral- de compensar la descomposición social generada por la creciente desigualdad. Dentro de la grieta se rediscutió la relación entre estado, mercado y soberanía en el marco de la nacionalización de YPF, se consagraron políticas sociales universales como la AUH y se ampliaron derechos con leyes como el matrimonio igualitario y la ley de identidad de género. La productividad política de la grieta fue la de posibilitar un antagonismo democráticamente procesable en el marco de una creciente y agobiante desigualdad social.

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El macrismo deja una sociedad fracturada más que engrietada. La grieta vive del debate y se expresa en los espacios naturales de la política: el parlamento, el sindicato, la asamblea barrial, la calle. La fractura es dolorosa y muda; está excluida de los espacios de representación. Es punitivismo, posverdad, lawfare, espionaje, deprecio, agravio, rabia. En la medida en que fue perdiendo el control de la economía, el macrismo necesitó recurrir con mayor intensidad a un discurso jerárquico y clasista para consolidar la identidad de sus apoyos sociales ante el desmadre inflacionario; si no hay renta que haya goce. En ese fuego, el discurso de la meritocracia y el emprendedorismo engendró una suerte de individuación represiva para la cual el otro es siempre una amenaza desconocida que dispara la rabia y la paranoia. Las movilizaciones anticuarentena son un fiel reflejo de esta matriz posideológica de una derecha que ha roto toda relación con la verdad y con la ética y se regodea en una permanente promoción del caos.

De ahí esa marcada división en la derecha en lo que va del gobierno de Alberto entre una derecha sistémica, que apuesta a la reconstrucción de una fuerza electoral al interior del sistema representativo a partir de lo que dejó la experiencia de Cambiemos, por un lado, y una derecha rabiosa, que propala su ira ante la tímida recuperación de un imaginario popular y democrático, por el otro.

Es con todos y todas

 A diferencia del primer kirchnerismo, respecto del cual construye su linaje, el gobierno de Alberto no surgió tanto de la resistencia al macrismo como de la catástrofe económica, social y cultural que este último prohijó. El célebre twit de Cristina puso blanco sobre negro lo que venía diciendo desde la derrota en las legislativas de 2017: en 2019 haría lo que fuera necesario para retirar al macrismo del poder. Y lo hizo. La letanía de “es con todos”, además de una apelación al pluralismo y la tolerancia, connota la centralidad de la cuestión electoral en un contexto de retroceso corporativo y organizativo de las fuerzas populares por la trágica convergencia de varias pandemias: económica, política y sanitaria.

Ahora bien, lo que hizo fue seleccionar a un candidato que le permitiera ampliar su coalición electoral incorporando fracciones territoriales y parlamentarias del peronismo a su reducto bonaerense de Unidad Ciudadana. No sin dificultad, Alberto fue tejiendo esa madeja hasta último momento intentando recomponer al cuadrante peronista para mostrar que sus electores no estaban tan huérfanos como se había vaticinado en los años de entusiasmo cambiemita[ii]. Hasta aquí el Frente de Todos es una coalición electoral de urdimbre trabajosa y tardía y dependiente del talento táctico de Cristina. La propia potencia legislativa de la coalición todavía no ha sido suficientemente fogueada y la pandemia nos ha impedido testear su consistencia social. La gestión púbica se fue componiendo en cargos estratégicos con recursos de la élite estatal reformista en que se convirtió La Cámpora durante el segundo mandato de Cristina y, last but not least, los apoyos corporativos del gobierno son inciertos por su propia ubicuidad, como en el caso de la CGT y de parte del empresariado vinculado al mercado interno. Toda esta compleja arquitectura política en un contexto regional volcado decididamente hacia la derecha, más sistémica o más delirante, pero no menos individualista, antiestatista y egoísta. Claramente, el escenario es complejo.

 

Luego de un arranque algo tibio, pletórico de entrevistas a lo largo de toda la grilla televisiva, el presidente demostró su capacidad de conducción al momento de enfrentar de manera temprana y resuelta la amenaza de la pandemia. Supo rodearse de las personas indicadas para asesorarse, coordinar los diferentes niveles de gobierno y comunicar con claridad y sensibilidad la importancia de medidas indudablemente lesivas, sobre todo, para la reproducción de la vida cotidiana de los sectores populares. Lidió con indisimulable dificultad con un aparato estatal devastado en sus capacidades burocráticas que lo convierten en una herramienta torpe para reparar los daños en emergencias tan severas. Pero allí contó con las redes territoriales de movimientos sociales, instituciones confesionales, organizaciones barriales y el propio aparato territorial del peronismo para ensayar diversas formas de acceso a la ayuda estatal.

Esa suerte de transversalidad entre organizaciones sociales y aparato estatal en los plexos territoriales, que permite morigerar los severos daños de semejante crisis, deberá ser retomada al momento de pensar una reforma del estado que se presenta indispensable. Como sostiene de Sousa Santos: movimentalizar el estado para fortalecer la democracia[iii]. El estado, esa institución cardinal en el discurso del cuadrante peronista, sigue demostrando niveles de inefectividad -deficiente cobertura territorial de la ley- e ineficiencia -baja integración y coordinación funcional de sus agencias en la provisión de bienes públicos- inaceptables luego de doce años de gobierno popular; sin perjuicio de la desfinanciación y el desprecio por sus agentes que perpetró el macrismo.

Pero, sobre todo, lo que confirió una importante legitimidad al liderazgo de Alberto a partir del manejo de la pandemia fue, y es, la recuperación del cuidado como valor político en confrontación con la meritocracia darwinista del macrismo. Alberto entendió antes que nadie la dimensión humanitaria de la crisis del coronavirus y llevó adelante una política y una narrativa acordes con ese principio, lo que, felizmente, le significó el acompañamiento responsable de una sociedad agredida cotidianamente por el discurso del sacrificio del rebaño en el altar de la economía de mercado. En este punto es importante evitar la tentación de responder a la agenda delirante de la derecha que asocia la cuarentena con un estado totalitario y propone, en cambio, una administración razonable de la muerte en un mercado en el que saben perfectamente quiénes serán los sobrevivientes. La cuarentena se convirtió, a partir de la resistencia rabiosa contra la “infectadura”, en un bien político colectivo, además de la única herramienta para salvar vidas. Su sostenibilidad depende de valores políticos clásicos como la comunidad, el compromiso y la solidaridad que, una vez más, se han recreado en el tejido social argentino más vulnerable a los efectos de la pandemia.

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Las Meninas

El 8 de junio en una conferencia de prensa el presidente anunció la intervención por decreto de la empresa cerealera santafecina Vicentín por 60 días y el envío al parlamento de un proyecto de expropiación. Los argumentos principales para fundamentar la medida fueron tres: la importancia estratégica de la participación del estado en un mercado tan sensible para la economía argentina, la recuperación de los activos de los pequeños productores y el trabajo de los empleados virtualmente estafados por la empresa y, por último pero no menos importante, la posibilidad de intervenir en el mercado agropecuario para propender a la soberanía alimentaria. Comenzó ese mismo día un largo padecimiento para un gobierno que se mostró vacilante frente a la reacción rabiosa de la derecha que, entre acusaciones de comunismo y venezuelización, salió a defender la propiedad privada de los que, precisamente, habían destruido el capital productivo de la empresa. La claque desató el asedio mediante movilizaciones convocadas por los mismos medios que las televisan y en ningún momento el gobierno retomó sus muy atendibles argumentos iniciales para defender la decisión, sino que inició un ciclo de retrocesos y concesiones en una media lengua dialoguista que no hizo más que enfurecer a los furiosos e inquietar a los propios. Tras una sucesión de trabas judiciales tendidas por un juez ex empleado de la empresa, banderazos en 4X4 y anuncios de fideicomisos, el episodio finalizó con la derogación del decreto de intervención a través de otro decreto promulgado a tal fin el 31 de julio.

El domingo 12 de julio el periodista Alfredo Zaiat publicó una columna en Página/12 que Cristina reprodujo desde su oráculo de 140 caracteres. “El mejor análisis que he leído en mucho tiempo. Sin subjetividades, sin anécdotas. En tiempos de pandemia, de lectura imprescindible para entender y no equivocarse”, señala, y advierte, la vicepresidenta. La nota, titulada “La conducción política del poder económico”[iv], elabora un análisis a partir de la foto del presidente rodeado de los representantes del capital concentrado industrial, agropecuario y financiero, los gobernadores y el Secretario General de la CGT en la celebración del 9 de julio. La imagen resulta, ciertamente, curiosa. En plena pandemia el presidente elige presentarse en el quincho de la residencia de Olivos rodeado del poder corporativo a distancia social y con los gobernadores en primeros planos por videoconferencia, lo que compone una suerte de Las Meninas posmodernas del poder real en Argentina, pero sin Velázquez[v]… La proxémica de Alberto no habla a los factores de poder más concentrados del país, como tantas veces lo hizo Cristina, desde la tarima que señala la distancia y la centralidad de la voluntad popular; el presidente nos habla con ellos, no a ellos. El público somos nosotros, ciudadanos televidentes encuarentenados observando ese cuadro de la renovada unidad armónica del poder en la Argentina un día de la Independencia.

Hay algo muy inquietante connotado en el diagnóstico de Zaiat. En un texto célebre en el que combinaba magistralmente el análisis en clave de economía política con los vaivenes del régimen político de gobierno, Guillermo O’ Donnell[vi] mostró como desde 1955 a 1976 la economía política argentina podía explicarse como un péndulo entre una alianza agroexportadora y financiera, sin expresión política/electoral competitiva y, consecuentemente, propensa a apoyar golpes de estado, versus una “alianza defensiva”, orientada a la protección del trabajo y la expansión del mercado interno con predominio electoral a través del peronismo. El péndulo era posible porque existía un “clivaje interburgués” en el cual la gran burguesía urbana operaba como soporte: alternaba sus alianzas con la burguesía pampeana en los momentos de apertura exportadora, y con la pequeña burguesía doméstica en los momentos de sustitución de importaciones y desarrollo del mercado interno.

Si la dictadura fue el fin del sube y baja por su política de aniquilación de los actores organizados y movilizados de la “alianza defensiva”, el menemismo constituyó un tobogán en dirección a la transnacionalización y concentración del capital. La década menemista fue la de la fragua de lo que Ana Castellani llama “ámbitos privilegiados de acumulación”[vii]: espacios de colusión entre intereses de élites estatales y empresariales que garantizan ganancias extraordinarias mediante protecciones y subsidios estatales. En ese marco, los propios sindicatos han priorizado la consecución de recursos organizativos para la reproducción de sus estructuras corporativas, muchas veces en detrimento de la representación de sus bases.

Retomando la analogía plástica: ¿dónde está Velázquez?, ¿quién altera el orden de la representación mostrando su artificio?  A diferencia del célebre cuadro, Las Meninas del poder real en Argentina descolocan porque omiten su inexistencia como estructura social posible, su inanidad como columna vertebral. Eso que se muestra ya no representa una forma de integración social posible; de ahí su efecto incómodo y farsesco. Y de eso, precisamente, trata la columna de Zaiat: sobre la imposibilidad de pensar un modelo de desarrollo nacional que tome a esos poderes como agentes de una sociedad más inclusiva e igualitaria. Todo lo contrario, la nota muestra como esas élites operan lo que podríamos llamar un neocolonialismo interno: presionan por protecciones selectivas y subsidios estatales, concentran y centralizan su poder, pero su plusvalía depende casi exclusivamente de la primarización de la producción y la valorización financiera en mercados externos. Parasitan al estado, desertifican el mercado interno y fugan.

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Concretamente, en el artículo de Zaiat, astutamente recuperado y recomendado por Cristina, se deja leer la encrucijada que deberá enfrentar la democracia argentina pospandemia: ¿cómo desarrollar un modelo productivo que permita recuperar y fortalecer una ciudadanía, una comunidad nacional, un demos, más allá del individualismo posesivo y/o las identidades excluyentes? ¿Qué estrategias seguir, con qué actores aliarse, para restañar la fractura que el macrismo expuso en su forma más visible, sin poder contar ya con fracciones de la gran burguesía que hagan de soporte a la “alianza defensiva”? ¿Cómo concebir una democracia potente, participativa y ambientalmente sustentable, en la crisis del imaginario desarrollista, propio de la alianza popular, por la segmentación económica y la volatilidad financiera que produce la globalización?

¿No son estos, acaso, los temblores que recorren el comportamiento errático del gobierno respecto de Vicentín? El, frustrado, debate sobre la estatización de la empresa debería haber recorrido los problemas que glosamos: la recuperación de lo público como reconexión de los trabajadores y productores rurales con los medios de producción destruidos por la voracidad financiera de la empresa: tierra, medio ambiente, fuerza de trabajo, crédito productivo. La soberanía alimentaria como horizonte irrenunciable del complejo agroindustrial. La regulación y el control tributario en el principal mercado de generación de divisas y de especulación financiera. Nadie esperaba una expropiación sumaria, pero sí la posibilidad de un debate democrático con la participación de los actores afectados: productores rurales, trabajadores, movimientos sociales, sindicatos[viii].
Ninguna de estas cuestiones parece tener solución sin un impulso hacia la igualdad que reconstruya una ciudadanía como espacio de reconocimiento de semejanzas más que de amenazas. Los gobiernos progresistas de la “marea rosa”, surgidos en la primera década del siglo XXI en América latina, desarrollaron políticas de inclusión para morigerar los efectos sociales de la ofensiva neoliberal de décadas anteriores; fueron más o menos eficientes en el combate contra la pobreza y la reducción de la exclusión social. Asimismo, ampliaron la ciudadanía incorporando dimensiones étnicas y sexo-genéricas a los derechos exigibles que contribuyeron a la inclusión tanto como las políticas universales de transferencia de ingresos. Sin embargo, la desigualdad siguió ampliando insidiosamente la brecha de la injusticia y la reacción neoliberal no hace más que gozar ese síntoma; gritar que “la fiesta” fue un ensueño que se deberá pagar con el sacrificio de los populistas promiscuos a los que le hicieron creer que podían irse de vacaciones y tener un aire acondicionado, pagando la luz en tiempo y forma.

Todo el gobierno de Alberto estará marcado por la pandemia y sus derivas de padecimientos populares. La cuestión es si la crisis desatada por el COVID opera como una solidificación de las correlaciones de fuerzas existentes, es decir, si la crisis constituye un obstáculo para la implementación de reformas; o bien, si la misma funge como dislocación de las posiciones previas y las estrategias de los actores, aún de los más concentrados política y económicamente, en cuyo caso significaría una oportunidad para la acción política transformadora. Dicho de otro modo, ¿la crisis cristaliza o subvierte la relación de fuerzas? Este es el nudo de los debates que se vienen dando al interior de la coalición de gobierno. Lo importante de entender es que las crisis no se autodefinen, su deriva depende de decisiones políticas en los momentos de incertidumbre, que son, precisamente, los verdaderamente políticos. Cuando ya no podemos representarnos como espacio jerárquicamente organizado, es decir, como sociedad; es el tiempo de la política democrática. Como el linaje que pretende Alberto ha sabido demostrar.

 

*Politóligo. Director de la la carrera de Ciencia Política de la Universidad de Mar del Plata.

 

Notas

[i]Torre, Juan Carlos (2003), “Los huérfanos de la política de partidos. Sobre los alcances y la naturaleza de la crisis de representación partidaria”, Desarrollo Económico Vol. 42, No. 168 pp. 647-665, Buenos Aires

 

[ii]Torre, Juan Carlos (2017), “Los huérfanos de la política de partidos (revisited)”, Revista Panamá; Buenos Aires, Link: http://www.panamarevista.com/los-huerfanos-de-la-politica-de-partidos-revisited/

 

[iii]de Sousa santos, Boaventura (1999), Reinventar la democracia. Reinventar el Estado, Sequitur, Madrid.

 

[iv]Zaiat, Alfredo (2020), “La conducción política del poder económico”, Diario Página 12, Link:  https://www.pagina12.com.ar/277959-la-conduccion-politica-del-poder-economico

 

[v]La ironía de vincular la foto con el célebre cuadro de Velázquez la tomé de Horacio Gonzáles en un artículo publicado en La [email protected] Eñe titulado: “La foto del Quincho”. Link: https://lateclaenerevista.com/la-foto-del-quincho-por-horacio-gonzalez/

 

[vi]O’Donnell, Guillermo (1977), “Estado y alianzas en la Argentina, 1956-1976”, Desarrollo Económico, 16(64), pp. 523-554.

 

[vii]Castellani, Ana (2007), “Difusión de ámbitos privilegiados de acumulación en la historia argentina reciente. Intervención económica estatal y comportamiento empresario, 1966-1989”, Sociohistórica, 21-22, pp. 17-53.

 

[viii]Tratamos estos temas en el documento de Comuna Argentina: “Lenguas en movimiento hacia una nueva independencia. Argentina en común”, publicado en Página 12 el 10 de julio pasado. Link: https://www.pagina12.com.ar/277463-lenguas-en-movimiento-hacia-una-nueva-independencia-argentin

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