Pareció la confirmación del lanzamiento de su candidatura. El estadio se llenó, pero no del todo. CFK sigue apostando a un discurso más dialogante y a un nuevo pacto democrático, lo que es a la vez sensato e incierto. No fue el mejor discurso de Cristina. Sigue faltando la sintonía fina y un puñado de novedades potentes que acaso el peronismo hoy no puede generar.

Que a falta de otros dirigentes –más las distancias conocidas entre ella y los demás- y a falta de mucha mejor cohesión en el peronismo (y construcción social y política) CFK es la mejor candidata de lo que queda del Frente de Todos hay pocas dudas. Y aunque haya respondido “Todo en su medida y armoniosamente” cuando la hinchada cantó “Cristina Presidente”, el acto pareció otro avance hacia su candidatura en relación al anterior “Voy a hacer lo que tenga que hacer”. Más aún porque el acto tuvo como marca un sello y logo y slogan de campaña: “La fuerza de la esperanza”. Si el acto masivo de ayer –en el que se notaron no pocos vacíos en las tribunas cuando la cámara paneaba sobre ellas- fue de lanzamiento, no fue, discursiva y políticamente hablando, de lo mejor que pueda hacer Cristina. En la discutible opinión de quien escribe el discurso no fue de los mejores de esa gran oradora que es CFK. Por el contrario, fue más bien desarticulado, poco orgánico, falto de mejores o mejor ordenadas propuestas a futuro, las que deberían generar interpelación y la esperanza mentada. Como es habitual en los actos kirchneristas, hubo cantidad de tics internos que dejan a medio mundo afuera, o expulsan, aun cuando Cristina apeló sensatamente a establecer consensos.

Lo primero que sorprendió fue que CFK iniciara el discurso discutiendo el problema, innegable, de la seguridad. Fue otro dato que permite interpretar que se trató de un acto de campaña. Como si CFK quisiera ganar audiencias por ese lado. Dijo que el debate entre manoduristas y garantistas es una “berretada” y tiene parte de razón, pero tampoco es que sofisticó la discusión. Mencionó y cuestionó casos de gatillo fácil. Dijo –simplificando- que la auténtica seguridad deviene de la justicia social, de un mejor orden social. Imposible no recordar que fue y es ella la que banca a un manodurista: Sergio Berni.

Un mérito del discurso: no ocultó lo mal que van las cosas en el país. Dijo que estamos aún en el tobogán descendente iniciado por la gestión de Macri. Sin nombrarlo, metió al gobierno en la metáfora de ese tobogán. Lo hizo sin nombrar a Alberto Fernández. No mencionó minuciosamente el ajuste ni hizo nombres propios. Fue prudente, no armó ni sumó quilombo innecesario. También se manejó como si ella no formara parte del gobierno, siendo vicepresidenta.

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Otra apuesta interesante que sigue sosteniendo es la de un pacto democrático que entre otras cosas apunte a mínimos consensos y al fin de los discursos y actos de odio y de violencia. CFK transmite al respecto angustia y responsabilidad democrática y política. La apuesta es también un intento legítimo de mostrarse dialogante ante la sociedad y la clase política. Quitarse de encima la construcción del relato de Cristina autoritaria, Cristina monárquica. Fuera de los asistentes al acto y de los la hayan sintonizado por C5N o la Televisión Pública, es discutible que ese gesto se haga creíble para la sociedad. El odio y los niveles de rechazo a su figura son desde hace añares muy altos. En la apuesta por el pacto democrático dedicó un párrafo ingenuo, que ella difícilmente se crea, diciendo que todos los dirigentes políticos seguramente desean un país más justo, con los adultos trabajando, los chicos yendo al estudio, cuatro comidas por día en casa y no en las escuelas, los merenderos, los comedores populares. Fue un párrafo zonzo.

Mucho más valiosa fue su apelación a cortarla con los discursos violentos. Lo hizo autocentrada en exceso en el horrible atentado del que fue víctima, al que volvió a describir como la primera ruptura del pacto democrático iniciado en 1983. Allí fue confusa, como en otros tramos de su discurso. Intentó rescatar el clima alfonsinista de 1983 sin decidirse a mentar la palabra alfonsinismo ni mentar el apellido Alfonsín. Sin recordar tampoco otros episodios extremos y dramáticos que vivimos desde 1983: las dos rebeliones carapintadas, el tristísimo asalto a La Tablada, las muertes y represiones acumuladas, como las del 2001.

Ni Cristina ni el kirchnerismo terminan de entender que un acto político televisado no puede ser un acto para 60 mil personas convencidísimas, emocionalmente ligadas a la líder. La frase de Cristina para la militancia, “Dios mío. Yo también los extrañé a ustedes”, es valiosa y hasta puede conmover desde el punto de vista de la emocionalidad y el compromiso establecidos entre ella y los pibes para la liberación. Pero esa emocionalidad deja afuera a la emocionalidad de (casi) todos los demás, ni qué hablar de los que la odian o los que detestan a La Cámpora. O más simplemente a los que pertenecen al vastísimo campo del antiperonismo visceral o irracional. Eso sucede por más que CFK intente decir una y otra vez que el peronismo no es el problema de la Argentina, que el peronismo es democrático, que con los gobiernos peronistas se vivió mejor (no con este, dejó traslucir en su discurso).

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También dejan afuera a los que lo miran por TV –y a los que meramente consumen titulares manipulados, tuits o posteos chicaneros en las redes- las extensas consignas coreadas por la militancia, los cantitos. Visto del otro lado de la pantalla, no se entendían, más bien aburrían, interrumpían, molestaban. Está buenísimo que haya mística en los actos. Pero, reiteramos: un acto televisado, mucho más si es un acto de campaña, debe ser como mínimo entendible. Si no se entiende, qué problema. Y si se hubieran entendido algunos de los cantitos, quién te dice no hubiera sido peor. Como sea, lo de siempre en el kirchnerismo: épica inoperante y endogamia.

Tampoco se le entendieron a CFK referencias a episodios que forman parte del archivo periodístico y de la historia reciente. Ella –vicio repetido- a menudo los menciona sin dar nombres ni apellidos, en largas disgresiones, como haciendo análisis de medios, o como haciendo periodismo, o como charlando con compañeros en una mesa con cafés, y lo que se dice no se entiende. Sucedió cuando mentó a una Miss Argentina metida en la AFI (por Carolina Gómez Mónaco), cuando vagamente se entendió que Patricia Bullrich fue montonera y ella se quedó con Perón, cuando aludió al proyecto de ley de Gerardo Millman en el que –más que llamativamente- se auguraba un atentado. No podés hacer notas al pie sobre medios y política si no se te entiende. Y es una macana grave que la potencia discursiva que pueda haber en esas notas al pie se pierda en el aire o haga perder la atención en lo que se dice.

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Cristina dijo que el atentado que sufrió la hizo pensar mucho. De lo que dijo –insistimos: menos clara, menos ordenada, menos consistente su discurso que muchos de los anteriores- se entendió que reflexionó mucho sobre los peligros de los discursos de odio. Al respecto fue en alguna línea contundente y en otras, nebulosa.

Fue también contundente cuando aludió a Aerolíneas Argentinas y las propuestas de privatización, así como el eventual retorno de las jubilaciones privadas. A la vez se perdió o no fue lo suficientemente didáctica cuando describió el ciclo de degradación y vaciamiento de nuestra línea de bandera. Tampoco fue tan clara cuando cuestionó al poder judicial monárquico como otras veces.

Cristina saltó de un tema a otro, con las disgresiones señaladas, sin mejor organicidad, y el final fue un tanto abrupto. Quedaron en el aire percepciones confusas, contradictorias. La apuesta a un tono discursivo más dialogante y de rechazo al odio es muy valiosa, pero necesita afinarse. La apelación a la esperanza de volver a construir un mejor futuro necesita propuestas más nítidas, novedades que impacten, el paisaje de un peronismo menos empobrecido y fragmentado que el actual, algo así como un peronismo de la renovación, solo que mucho más nuevo, mucho más vital. Hay que ver si eso existe, si eso es posible. Sino, queda la sensación que dejó –al que escribe- el acto de La Plata: Cristina se juega sola con los suyos (que no son tantos, más los que quieran salvar las papas) en un acto que parece ayuno de estrategia, que tiene algo de improvisado y de desesperación. Cristina se juega, sí, y acaso se inmole si se confirma su candidatura, lo que sería una pena. Con el riesgo altísimo que ella misma señaló: como sigamos por este camino, o si gana una derecha bien salvaje –que lo será- los tiempos van a ser muy fuleros.

Cristina y el kirchnerismo nos siguen debiendo la sintonía fina y además deben generar potentes novedades políticas. Las pistas de ayer no alcanzan. Si CFK sigue teniendo centralidad política no es solo por su potencia, sino por la debilidad ajena. Y también por aquello que no se construyó ni se renovó ni hizo nacer algo más nuevo y transformador.

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