El hombre formado en asuntos de ceremonial y protocolo que se niega a hablar de Golpe de Estado cuando ocurre un golpe de estado en Bolivia y que acepta los insultos de Jair Bolsonaro al presidente electo de la Argentina. Un ministro de Asuntos Exteriores que deja escasos logros y muchos amigos en la lista de ascensos. 

Cuando Jorge Faurie fue nombrado canciller en reemplazo de Susana Malcorra en 2017, su gran carta de presentación fue la de ser un “diplomático de carrera”. Así lo anunciaron, con pompa y circunstancia, los grandes medios. Llegaba un hombre de “la casa”, antes que un mortal político. El rótulo deslizaba un saber hacer que ubicaría a quien lo porta en las altas esferas de la diplomacia y la geopolítica. Por eso muchos se sorprendieron cuando el canciller mostró argumentos tan débiles y simplones para justificar que la Argentina no hablaría de golpe de estado en Bolivia, o un poco antes, no se pronunciaría sobre los dichos de su par brasileño tras la victoria de Alberto Fernández (“las fuerzas del mal lo están celebrando”). Ocurre que la carrera de este diplomático de carrera se formó principalmente en los asuntos de ceremonial y protocolo, área seguramente no menor tratándose de Cancillería, pero poco embebida de los asuntos concretos de la política exterior.

“Faurie es un hecho desgraciado en la historia de la diplomacia argentina”, lo definió sin medias tintas el presidente electo, luego de que éste sostuviera que Bolivia “está en un impasse” y que “no hay ningún elemento suficiente”, para hablar de golpe de estado. Cuando comenzaron las protestas en Chile sembró la amenaza de un “huracán bolivariano” que “nos va a traer hambre, pobreza, falta de libertad y dictadura» en la Argentina. A principios de año se apuró a reconocer a Juan Gaudió como “presidente encargado” de Venezuela, y más tarde a una embajadora sin atributos diplomáticos de un gobierno que no existe. Hace unos días, en pleno temblor regional, trascendió su reunión con Amalia Granata, con quien “dialogó sobre la transición y el acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea”. Dejará su cargo con una imputación por traición a la patria, junto a Mauricio Macri y Guillermo Dietrich, por el acuerdo con Gran Bretaña que autorizó vuelos semanales de Latam desde Brasil a las Islas Malvinas.

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¿Qué significa, en su caso, ser diplomático de carrera? Nacido el 24 de diciembre de 1951, Faurie se recibió de abogado en la Universidad Nacional del Litoral en 1974. Cursó luego los dos años de formación en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación, por entonces recientemente creado. Dentro de la carrera diplomática, trajinó la estricta sucesión burocrática. Hombre de Carlos Ruckauf (y luego de Fulvio Pompeo, principal asesor en política internacional de Mauricio Macri), tuvo un traspié en 2002, cuando fue echado de la vicecancillería luego de que la Oficina Anticorrupción lo denunciara por ocultar una sociedad con Ramón Hernández, el secretario privado de Carlos Menem, conocido como el escándalo de las cuentas en Suiza. Designado en 2002 como embajador en Portugal, se mantuvo en ese cargo hasta 2013. Cuando fue convocado por Macri como canciller, estaba en Francia.

La particularidad, en su caso, es que casi toda la carrera para llegar a estos cargos la hizo en el área de ceremonial y protocolo de Cancillería, en estrecho contacto con Presidencia. Quienes conocen su desempeño coinciden en que ha sabido sacar valioso jugo al roce que otorga esta área y el lugar de poder que significa, por la cercanía que habilita a los personajes “importantes”. Coinciden también en su eficiencia, tanto para la preparación impecable de toda recepción y gala, como en su habilidad para “conseguir lo que sea” al visitante ilustre en cuestión. Oficios, ambos, bien valorados en la diplomacia cotidiana. “Como buen mayordomo, se sabe ubicar y siempre llega a las fiestas importantes”, define con malicia alguien que lo ha visto en acción.

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Si hay otra coincidencia en los relatos sobre su condición de “diplomático de carrera”, es en el trato que supo dispensar dentro de Cancillería: déspota hacia abajo, servicial hacia arriba. Gritos sacados por un florero mal puesto, represalias porque el auto no llegó a tiempo, empleados que salen llorando de las reuniones, son relatos habituales al punto de que la crónica de algún gran diario los recoge con sutileza. “Ha sido muy exitoso en su experiencia en ceremonial, porque un hombre perfeccionista y que resuelve problemas. Y además siempre ha sido un gran chupamedias”, sintetiza otra fuente cercana.

Tuvo su momento estelar con aquel célebre audio de WhatsApp en el que, “quebrado en llanto”, le informó a Macri un acuerdo Mercosur-Unión Europea que era apenas un comienzo de entendimiento que fue muy criticado. “Le felicito. En su presidencia se logró. 20 años de negociación. Tenemos acuerdo Unión Europea-Mercosur», transmitieron los diarios que le dijo, “quebrado, con silencios y lágrimas de por medio”. Fue un momento vendido como épico, bien aprovechado para el protagonismo.

Hubo otro hecho inédito en su gestión: la Asociación Profesional del Servicio Exterior de la Nación (APSEN), que nuclea a los diplomáticos de carrera, salió a desmentirlo pública y enfáticamente: «Seguimos con atención la situación de los funcionarios diplomáticos que están asistiendo a los argentinos en la Embajada y nuestros seis consulados en Bolivia, a raíz de la violencia y el golpe de Estado que depuso al Presidente Evo Morales, el cual condenamos«, indicó la Asociación en Twitter, minutos después de la conferencia de prensa que había dado el canciller.

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Se va con más amigos de los que vino: Antes de emprender la retirada, dejó una lista de funcionarios a ascender en el Palacio San Martín, para su aprobación en el Senado antes del recambio. Quienes cuestionan en la Cancillería la decisión denuncian que la lista fue “cuidadosamente depurada” para que la nómina “no incluya a funcionarios sospechados de sus cercanías con el peronismo”. Faurie fue un hombre preocupado, hasta el último minuto, por la carrera diplomática.

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