En su libro «La ¿nueva? estructura social de América Latina» Gabriela Benza y Gabriel Kessler analizan qué sucedió en América Latina tras el cambio de siglo, donde se registró una mejora en el bienestar de la población disparada por un contexto económico favorable y renovadas políticas públicas que generaron una caída de la pobreza y la desigualdad de ingresos, aunque según sostienen los autores «la propiedad y la riqueza siguen tanto o más concentradas que en el pasado».

«La ¿nueva? estructura social de América Latina», recién publicado por Siglo XXI, plantea que los gobiernos posneoliberales de alguna forma lograron contener a los más excluidos de la sociedad, aunque no modificaron para nada las desigualdades de fondo.

Los autores recorren las grandes tendencias demográficas, la distribución de los ingresos e indagan en campos como trabajo, educación y salud con el propósito de posicionarse frente a las dos grandes corrientes de pensamiento que atraviesan el análisis del período: quienes creen que los gobiernos progresistas de principios del siglo XXI en América Latina representaron un avance socioeconómico para grupos postergados por décadas y quienes están convencidos de que esos gobiernos fueron la concreción de un “populismo” que condenó a la región al atraso y la demagogia.

Gabriela Benza doctora en Ciencias Sociales por El Colegio de México, es investigadora y docente de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref) y la Universidad Nacional de San Martín (Unsam), en tanto que Gabriel Kessler es doctor en Sociología por la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París (Ehess), es investigador principal del Conicet y profesor titular en la UNLP y en el Idaes-Unsam.

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Télam: ¿Cómo explican que tras el cambio de siglo, la población latinoamericana haya incrementado su bienestar?

Gabriel Kessler: Fue fundamental, en primer lugar, las políticas públicas como la expansión de transferencias de ingresos a los hogares más pobres (como la Asignación Universal por Hijo) y de pensiones a la vejez. De esta forma, quienes no estaban en el mercado laboral o en los sistemas de pensiones tradicionales comenzaron a contar con ingresos, aunque en muchos casos insuficientes. Segundo, se ampliaron las coberturas en educación, en salud mejoraron indicadores de mortalidad y morbilidad, y hubo mejoras en hábitat y vivienda.

Gabriela Benza: En muchos casos, las tendencias positivas ya habían comenzado antes: la cobertura de educación viene aumentando desde varias décadas atrás y algo parecido sucede con las tendencias en salud. Lo distintivo del período en educación, salud y vivienda fue una mayor inversión social, que ayudó a intensificar algunas de las tendencias favorables. El papel del Estado fue crucial no tanto por el carácter novedoso de las medidas implementadas, sino por su mayor inversión y aumento de los beneficiarios, así como por volver a medidas de protección del trabajo que había sido debilitada en el período neoliberal. Así, las políticas de vivienda, salud, educación, ingresos y trabajo tendieron a tejer una red de protección básica y un piso mínimo de bienestar para los sectores más desfavorecidos.

Los hogares son más pequeños, en parte por la caída en la fecundidad: en 1950 la tasa de fecundidad promedio era de 5,8 hijos por mujer, para 2015 había caído a 2,1 hijos.

Gabriela Benza

T.: ¿Y por qué siguen siendo tan desiguales las sociedades latinoamericanas en términos de clase, género y origen étnico?

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G.K.: Al compararla con el ciclo neoliberal previo, en esta etapa hay una clara tendencia a la disminución de las desigualdades. Sin embargo, el período se caracterizó más por una disminución de la exclusión que por un avance concreto en términos de igualdad. Las bases estructurales de las inequidades persistentes se mantuvieron en gran medida inalteradas. La propiedad y la riqueza siguieron tanto o más concentradas que en el pasado. Hubo algunos avances, pero la política fiscal conservó un efecto redistributivo limitado, por la escasa tributación sobre los más ricos. Hubo escasas transformaciones en las estructuras productivas y los mercados laborales continuaron caracterizándose por una muy alta proporción de puestos de trabajo de mala calidad, con retribuciones que en muchos casos no permiten salir de la pobreza.

T.: ¿Cuáles fueron las mayores transformaciones en las familias en este período?

G. B.: Las familias de América Latina han experimentado cambios significativos, pero muchos de sus rasgos actuales comienzan en las últimas décadas del siglo XX. Las uniones consensuales han ganado terreno frente a los casamientos legales y se han incrementado las separaciones y divorcios. Los hogares son más pequeños, en parte por la caída en la fecundidad: en 1950 la tasa de fecundidad promedio era de 5,8 hijos por mujer, para 2015 había caído a 2,1 hijos. Con el incremento de la esperanza de vida hay muchas más personas viviendo solas, en gran medida mujeres viudas.

Son más frecuentes los hogares formados por un progenitor (fundamentalmente la madre) y sus hijos, producto del aumento de las separaciones y divorcios. Hay un mayor peso de otras formas familiares hasta el momento no muy visibles mediante los sistemas estadísticos de la región, como las familias ensambladas, producto de nuevas uniones luego de separaciones y divorcios, o las homoparentales, que han crecido en un contexto social y legal menos hostil. El mayor número de mujeres que trabajan fuera del hogar no se ha traducido en un aumento similar en el número de varones que trabajan dentro del hogar. Estas son las tendencias generales, pero por supuesto hay diferencias entre países y entre sectores sociales de un mismo país.

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T.: ¿Y las principales diferencias entre los países de la región?

G.B.: Hay diferencias entre países y al interior de cada país entre clases, regiones y grupos étnicos, según tendencias históricas previas y el papel del estado. Los gobiernos de centroizquierda o nacional-populares tuvieron un rol más activo del estado y esto se vio en mayor inversión social, mayor cobertura de las transferencias condicionadas y mayor protección del mercado de trabajo, así como intentos, en general muy resistidos, de mayor progresividad en el sistema impositivo.

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