Cuando el líder de la oposición de Venezuela aterrizó en Caracas esta semana, tras una gira mundial que buscaba obtener apoyo para el cambio de gobierno, el gobernante autoritario de su país no le cedió ni un arresto, lo que hubiera galvanizado a sus seguidores, ni la oportunidad de tener una “bienvenida de héroe” en el aeropuerto.

En cambio, Nicolás Maduro pareció recibir a su rival, Juan Guaidó, con la misma política de estrangulación lenta que ha drenado a la oposición de la mayoría de su ímpetu durante el año pasado, la que reprime a su movimiento lo suficiente como para desgastar a sus miembros, pero sin ir demasiado lejos como para incitar al mundo a tomar acciones.

Momentos previos a la llegada de Guaidó, simpatizantes de Maduro atacaron a los periodistas que estaban allí para cubrir su llegada, golpearon y arrastraron a por lo menos una mujer por su pelo. Una vez que Guaidó aterrizó, partidarios del gobierno lo persiguieron hasta el exterior del aeropuerto, e interrumpieron cualquier plan que tuviera de pronunciar un discurso. Luego atacaron su auto con conos de tráfico y al menos una barra de metal.

Mientras Guaidó escapaba, las autoridades arrestaron a su tío. Sin presentar ninguna evidencia, lo acusaron de traer explosivos al país.

Horas después, Guaidó se reunió con centenares de simpatizantes en una plaza que es un bastión de la oposición en el este de Caracas, donde se declaró victorioso.

“Desafié a la dictadura y entré al país”, dijo. “Venezuela será democrática y libre”.

Sin embargo, no ofreció ningún otro plan para sacar a Maduro. Eso, junto a su llegada caótica y una frustración creciente entre su base causada por la velocidad extremadamente lenta de los cambios, dejó muy claro los desafíos que Guaidó enfrenta en casa.

El 11 de febrero, mientras Guaidó llegaba a Caracas, la capital de Venezuela, el aliado más poderoso de Maduro, Diosdado Cabello, se burló del tamaño de la multitud que había ido a recibirlo en el aeropuerto y menospreció su movimiento.

Guaidó desafió directamente a Maduro hace un año, cuando señaló irregularidades en la reelección de Maduro y declaró ser el presidente interino del país, con lo que obtuvo el apoyo de millones de venezolanos y decenas de gobiernos extranjeros, incluyendo el de Estados Unidos.

Desde entonces, a pesar de la aplicación de sanciones agobiantes por parte de Estados Unidos para perjudicar la economía del país y forzar el derrocamiento de Maduro, Guaidó no ha logrado cumplir con sus objetivos establecidos: conquistar el poder y convocar a nuevas elecciones presidenciales.

El 19 de enero abandonó el país para cimentar un mayor apoyo en el extranjero, con lo que desafió una prohibición de viaje impuesta por el régimen de Maduro. Durante su gira, Guaidó fue noticia cuando se reunió con el presidente estadounidense, Donald Trump, y se le otorgó un lugar destacado en el discurso del estado de la nación. Allí, Trump defendió los esfuerzos del líder de la oposición.

El asesor de seguridad nacional de Trump, Robert C. O’Brien, señaló que podrían estar por anunciarse algunas medidas sustantivas, incluyendo sanciones a la compañía petrolera estatal de Rusia, Rosneft.

El petróleo mantiene a flote a la economía de Venezuela, y Rosneft ha sido el principal cargador de crudo del país.

A nivel internacional, Guaidó se veía fuerte.

Pero en casa nada había cambiado, y Maduro sigue controlando firmemente el país, en lo que parece ser un largo juego de desgaste.

Además, Guaidó se está acercando rápidamente a un punto crítico que representa una amenaza crucial para la oposición.

La Asamblea Nacional es el último gran órgano político en el país que la oposición afirma tener bajo su control. Sin embargo, 2020 es un año electoral para la asamblea, y los rivales de Maduro están divididos sobre si deben participar en las elecciones o boicotearlas.

Si la oposición decide participar, corre el riesgo de legitimar unas elecciones potencialmente manipuladas. Si no lo hace, corre el riesgo de cederle todo el control a Maduro.

Hasta el momento, Guaidó no ha expresado su postura.

Phil Gunson, analista del International Crisis Group radicado en Caracas, opina que sin importar lo que decida la oposición, es muy probable que Maduro tome el control de la asamblea este año.

Pero si Guaidó no toma una decisión —y pronto— corre el riesgo de volverse irrelevante.

c.2020 The New York Times Company

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