Schuff incursiona en la novela de detectives para el público infanto-juvenil.

Schuff incursiona en la novela de detectives para el público infanto-juvenil.

Con «Los estrambóticos», una novela detectivesca en la que una amiga y un amigo se proponen descubrir el misterio detrás del robo de un clarinete en un supermercado, el escritor Nicolás Schuff inaugura una serie infantil y juvenil de aventuras y peripecias que lleva esa impronta tan auténtica de su obra atravesada por el humor, la extravagancia, el absurdo y el trabajo poético del lenguaje.

Ilustrado por Jimena Tello, el libro publicado por Ralenti tiene como protagonistas a dos amigos, Mei Ling y Ángel: él disfruta de la cocina y ella adora dibujar historietas y juntos se embarcan en la misión de descubrir quién fue la persona que robó el clarinete de la mochila de otra amiga, Dina, mientras compraba en el supermercado «Primavera», que es de los padres de Mei Ling y un lugar de encuentro para los amigos.

La primera entrega de «Los estrambóticos» se llama «Música para detectives» y nace del recuerdo de las lecturas de infancia de la colección «Los tres investigadores», cuando Schuff jugaba a ser detective aunque nunca había mucho para investigar y terminaba siguiendo a personas desconocidas por la calle. «La idea es que sean novelitas dinámicas, entretenidas, con mucha peripecia, misterio y aventuras», dice el escritor sobre este libro que pensó junto a  Guillermo Delavault,  «porque yo escribo despacio y la novela, aunque sea corta, no es el género en el que me siento más cómodo».

El primer capítulo de esta saga tiene unas 100 páginas y además de texto está acompañada de una potente narración visual porque desde un primer momento la idea fue que hubiera «mucha presencia de la imagen, secuencias narradas con dibujos y viñetas a cargo de Jimena Tello», dice Schuff (1973), autor de muchos libros de literatura infantil y juvenil, entre los que destacan «Los equilibristas», «Mis tíos gigantes», «El pájaro bigote» y «Cualquier verdura», por nombrar algunos de la larga lista de títulos que viene publicando desde principios del 2000.

Además de esos títulos, Schuff es la voz y la cabeza detrás del podcast «El pájaro fantasma», un espacio que combina música, literatura, edición y que él define  como «un juego y un collage imaginado con y para la oreja en este tiempo en que la supremacía de los sentidos la tiene el ojo. También tiene en común con algunos de mis libros el no estar pensado para una edad determinada. Lo escuchan chicos, medianos y grandes. Me gusta mucho la música y ahí de alguna manera juego un poco al DJ o compositor».

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-Télam: Bueno, tu obra literaria tiene mucha rima, música, poesía ¿cómo definís esas búsquedas del lenguaje? ¿Cómo lo trabajás?
-Nicolás Schuff: Escribir es un juego que me tomo en serio y que muchas veces empieza no tanto con una idea o una historia si no con algo que se desarrolla en la propia escritura, entre la intuición y la imaginación, la lengua y la oreja, en la fricción entre las palabras. Busco un tono, cierta cualidad efervescente, lúdica, que aparece vinculada a la música, a la alegría, al humor. Por ahí, entre asociaciones, ecos, torsiones, con suerte de pronto encuentro algo, una imagen, una idea, para seguir observando, desplegar, sacudir.

En cambio cuando tengo que ponerle palabras a una estructura previa como quien viste a un maniquí, cuando ya sé de antemano lo que va a pasar en cada escena, cuando el lenguaje se torna más «instrumental», la escritura me resulta más trabajosa. 

-T: Escribís fundamentalmente para infancias. Por fuera de cualquier mirada anacrónica y canónica que jerarquiza la literatura de acuerdo a sus lectores, quisiera preguntarte sobre el oficio de escribir para niñeces ¿se asume una responsabilidad ética si se quiere? O en otro orden: ¿cómo escribís, cómo surge una ficción orientada a estos lectores?
-N.S: Intento ser honesto en la escritura y no subestimar al lector. Esa es la única brújula. Algunos textos tienen una impronta más claramente infantil que otros, y en esos casos tomo en cuenta asuntos de orden formal, ciertas complejidades en el uso del lenguaje, la construcción de las oraciones. También «traer» a un plano concreto ciertas ideas, porque a mi entender las abstracciones no funcionan bien en la literatura infantil.

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Respecto de la responsabilidad, me gustaría citar a Graciela Montes, porque lo dice con gran claridad: «Todo a nuestro alrededor nos señala que nuestro oficio supone una responsabilidad enorme. Desde la psicología, la pediatría, la moral y las buenas costumbres, todos tienen auténtico interés por el niño y se sienten habilitados a opinar acerca de cómo debe ser la literatura que les está destinada (…) Y los que escribimos para chicos, arrinconados por tantas y tan bienintencionadas solicitaciones -que muchas veces no nos vienen desde fuera sino desde dentro, desde el adulto interesado por los niños que llevamos adentro-, de pronto… ¡pisamos el palito! Y nos sorprendemos pensando algo así como ‘Tengo ganas de tratar el tema de… ´ o ´Voy a escribir un cuento para…´. Lo cierto es que, en cuanto uno piensa ese tipo de cosas, ¡ya pisó el palito! No sentó domicilio en el texto sino en algún otro lado, por ejemplo en las ´buenas intenciones´, y ahí comienzan los problemas».

-T: Tus primeros libros abordaron temáticas vinculadas a la mitología, versiones y adaptaciones de clásicos, luego empezaste a trabajar otras narrativas ¿Cómo fue ese proceso ?
-N.S: Empecé a escribir para la infancia por encargo y aún lo hago, muy a menudo. Me gusta la mitología y me interesa ver de qué modo se actualizan esos relatos que las personas nos venimos contando hace siglos. Además, la adaptación de algunos clásicos más actuales, como Huckleberry Finn, Alicia o Frankenstein me permitió revisar más de cerca los engranajes de esos relatos. Ver cómo están construidos. Pero bueno, no todo lo que escribo me involucra «por entero», y en ocasiones vuelvo a hojear ciertos libritos con algún pudor. De cualquier modo me siento muy afortunado de haber podido vivir de la escritura durante los últimos años, y fue gracias a las primeras versiones y adaptaciones que hice que empecé a circular en las escuelas y pude conocer y estar en contacto con cientos de chicos y docentes. Por fuera del «trabajo», los libros más «personales» son poquitos. Tienen afinidad con la poesía, los juegos y procedimientos verbales, el humor, alguna reflexión acerca de la escritura y de la identidad, como «Mis tíos gigantes», «Las interrupciones», «El pájaro bigote», «Cualquier verdura», «Así queda demostrado». 

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-T: Otra marca clave de tus textos es el humor: lo insólito, absurdo, irónico. Un humor capaz de hablar de cosas muy profundas como en tu libro «Cualquier verdura», donde con a partir de ese registro expones una mirada política al narrar las crisis de identidad que viven las verduras.
-N.S: Yo soy un perejil al que siempre le interesó el tema de la identidad. Cómo la construimos, la sostenemos, la modificamos, quién o quiénes somos, qué pasa con la mirada de los otros. ¿Somos lo que hacemos? ¿Hacemos lo que somos? ¿Soy cien por cien perejil o tengo algo de zapallo? ¿Por qué me percibo como un ají picante y me ven como a un nabo? La escritura puede ser un laboratorio para ensayar posturas, probar voces, disfraces, ser más como el rabanito del libro, que no acepta fijarse a una identidad y dejó de preguntarse por su «rabanitez».

Me parece que la capacidad de tomar menos en serio ese personaje que llamamos «Yo» nos da un poquito más de cintura para movernos en esta gran ensalada antes de ir a alimentar a los gusanos de la compostera. Raymond Queneau dijo que el humor es una tentativa de limpiar de estupideces los grandes sentimientos. Y siempre coincidí con esta idea: «Cuando el carro se mueve, los melones se acomodan».

-T: Como escritor de títulos pensados para las infancias estás al tanto de las reflexiones que circulan sobre la literatura ¿se refleja esa suerte de «decadencia» que vaticinan los desesperanzados?
-N.S: En mi experiencia esos vaticinios muchas veces provienen de gente a la que no le interesa la literatura. Me parece que cuando una madre, padre, docente, bibliotecaria o mediador de cualquier tipo anima a la lectura en forma amorosa y creativa y acompaña, los libros encantan como siempre. Pienso que la magia de la lectura es única y atemporal. El asunto es saber invocarla, y es difícil que pueda hacerlo alguien que no sienta ese hechizo en carne propia.

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