Olga Borzenkova*

Como cientos de miles de personas en el sudeste de Turquía, dormía profundamente cuando el mundo empezó a temblar. No sé cómo explicar semejante espanto a alguien que no haya sentido jamás un terremoto; mucho menos, uno de los mayores jamás registrados en esta región del planeta.

Es algo completamente surrealista.

El suelo y las paredes temblaban, se doblaban, y mientras bajaba corriendo los tres pisos hasta la calle, mi único pensamiento era alejarme lo más posible de los edificios y con la mayor rapidez.

Fueron 70 segundos del peor terror que he sentido nunca.

Cuando me calmé un poco y tomé conciencia de que había sobrevivido al sismo, también me di cuenta de que estaba lloviendo; sentía frío y las piernas como gelatina, como si no formaran parte de mi cuerpo. Todo el mundo a mi alrededor gritaba.

Me llevó un tiempo, pero, tras la urgencia del segundo terremoto, finalmente encontré un lugar donde refugiarme: una escuela.

Junto con otros cientos de personas, nos sentamos, nos tumbamos o nos quedamos de pie en la cancha de básquet del establecimiento; recién entonces pudimos avisarles a nuestras familias que estábamos a salvo.

Luego me puse al día en el trabajo y empecé a valorar cómo podía ayudar, cómo podía contarles lo que estaba pasando, cómo rendir homenaje a las personas heroicas que estaban haciendo todo lo que podían para ayudarme y socorrer a miles como yo.

Pasé la noche del 6 de febrero en un refugio gestionado por el Gobierno.

Sentí algunos temblores, pero el lugar era cómodo, tenía bebidas calientes y algo de comida, además de un espacio para dormir.

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Ahora estoy en la oficina. Trato de ponerme al día con todo y de recuperarme de la desgarradora pérdida de un colega.

Muchos están heridos y han perdido a familiares y, en algunos casos, también sus casas. Otros, como un miembro de mi equipo, sobrevivieron de milagro en Hatay.

Es una tristeza indescriptible.

Un minuto estábamos durmiendo, y al siguiente, formamos parte de una de las mayores catástrofes del planeta.

Grito por dentro de desesperación, pena y miedo. Pero miro a mis colegas, a mis vecinos y a mis amigos, que están mucho más afectados que yo, y me inspiran para seguir adelante.

* Organización Internacional para las Migraciones

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