Apasionada por la lectura y con un vínculo sostenido y de alto compromiso con la escritura, Sylvia Plath dejó una obra contundente que marcó la producción literaria del siglo XX y que hoy puede ser revisitada a través del encuentro con sus «Diarios completos», los que, como señalan Juan Antonio Montiel y Elisenada Julibert, editor y traductora de la versión en español, brindan la posibilidad de asistir al desarrollo literario de la autora estadounidense.

Publicados por Universidad Diego Portales, estos diarios comprenden en sus 900 páginas los escritos de Plath durante sus años de estudiante hasta 1962, un año antes de su muerte, e incluyen también poesías, dibujos y datos detallados de cómo se fue construyendo como escritora.

«Asistir a la intimidad de un personaje así siempre resulta sorprendente pero, en este caso, la lectura es reveladora por necesidad, puesto que, a ojos de la mayoría de nosotros, Plath es ni más ni menos que una escritora suicida, en el mejor de los casos, o bien una figura femenina incomprendida y trágica, o incluso una mujer desgraciada», expresa Montiel en diálogo con Télam.

El editor explica que «no hay duda de que el acontecimiento más conocido de su vida es su suicidio y que ese hecho trágico ha condicionado enormemente lo que la mayoría pensamos de ella y, sobre todo, el modo en que leemos su obra, que ciertamente tiene una dimensión autobiográfica -y también automitificadora- y confesional, pero que termina leyéndose casi exclusivamente como la obra de una escritora suicida» y advierte que «nada de eso hace justicia a Plath, ni como escritora ni como persona, y los diarios dan prueba fehaciente de ello».

Para Montiel «son enormemente sorprendentes en general, puesto que en ellos Sylvia Plath recupera, a los ojos de quien lee, un montón de dimensiones personales y literarias».

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Julibert, responsable de traducir estos diarios al español, asegura que son «el espacio íntimo que Plath se daba para elaborar sus vivencias no sólo psicológica sino también literariamente».

«La lectura de los ‘Diarios completos’ revelará a los lectores, por ejemplo, hasta qué punto ‘La campana de cristal’ supone una elaboración paródica de experiencias que en su momento fueron dolorosas o decepcionantes: gracias a la mediación del trabajo literario los sinsabores se convirtieron en un relato cuyo valor trasciende el interés biográfico», sostiene Julibert.

La incomodidad con la época, los mandatos, sus preocupaciones por sostenerse económicamente y ser reconocida como escritora y la maternidad recorren las páginas escritas por Plath y, en ese sentido, Montiel subraya que «no era ‘una rebelde’ ni mucho menos una activista: su vida fue muy poco extravagante».

El editor considera que «los conflictos que experimentó específicamente por ser una mujer de su época los compartió con muchísimas otras que batallaban para ganarse la vida y forjarse una carrera en un momento en que eso no era lo más común, pero tampoco era insólito. Sus conflictos no son los de una mujer singularísima sino, precisamente, los que podría haber tenido otra mujer como ella en aquel momento; ni siquiera tuvo una vida particularmente trágica, más allá de que decidió quitarse la vida en plena juventud».

Es esa condición de mujer «más o menos común» lo que, dice, «resulta más interesante de sus Diarios completos: no era un genio ni una estrella fulgurante, sino una escritora inteligente que, además, tenía un insólito tesón; no era un personaje único, sino una persona con sus conflictos y su particular manera de afrontarlos, o no».

Julibert señala que «para Plath, como para un buen número de mujeres de su generación, la realidad de su época ya resultaba incómoda y en muchos casos incompatible con ciertas aspiraciones, deseos o vocaciones» y en esa línea subraya que «no es extraño que una de las figuras más importantes de los Diarios sea la terapeuta de Plath, Ruth Beuscher, una profesional independiente, que vive de su capacidad intelectual y goza de reconocimiento por su trabajo».

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Más allá de la época, para la traductora que trabajó los diarios editados originalmente por la estadounidense Karen Kukil, «a Plath le resulta especialmente dolorosa su época no sólo porque fue crítica para las mujeres, sino también porque por lo general esa especie singular que son los escritores se caracteriza por problematizar su relación con el mundo, es decir, por no darla por hecha, sino examinarla, ahondar en ella y, en su caso, hurgar en la herida».

Los diarios están divididos en diez capítulos ordenados cronológicamente comenzando por el período que va de julio de 1950 a julio de 1953, pasando por julio-enero de 1956 o agosto de 1957 y octubre de 1958 hasta llegar al último que comprende junio de 1960 a julio de 1962 y en todos los que prevalece es la pasión de la autora de «La campana de cristal» por la escritura y por cómo ir pensando su forma de desarrollar esa práctica.

«A lo largo de los Diarios el lector tiene la impresión de asistir al desarrollo personal y literario de la autora, pese a que Plath los usó desde el comienzo como un espacio donde ejercitarse literariamente», dice Julibert.

Como resalta la traductora «hay pasajes de los Diarios, descripciones de paisajes, apuntes, postales, por llamarlas así, que, pese a su carácter fragmentario, son piezas literarias por derecho propio, ya que permiten apreciar la capacidad de recrear mediante la escritura un pensamiento, una imagen, una sensación».

«Diría que Plath es una de esas escritoras que va construyéndose a sí misma con esfuerzo y trabajo. Desde un principio sorprende la fuerza de su decisión de convertirse en una gran escritora, pero aún más lo que está dispuesta a hacer para conseguir esa meta, como por ejemplo echar mano de material extraído de su propia vida y, digamos, someterlo dificultosa y gradualmente a la forma literaria», asevera Montiel.

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¿Qué implica esta forma de tomar la vida para darle forma literaria? «Por una parte, que se aproxima a ese material autobiográfico de un modo tremendamente descarnado porque, para ella, la literatura y la poesía lo valen», explica. Pero, además, recalca que «tiene una muy alta idea de la forma literaria y batalla todo lo que puede para alcanzarla, incluyendo leer y aprovecharse vorazmente de todos los libros a su alcance, sobre todo de contemporáneos».

«No era autocomplaciente en ningún sentido; todo lo contrario, y en consecuencia su compromiso con la literatura no hizo sino profundizarse a lo largo de su vida. Al contrario que en el caso de tantos poetas y novelistas, sus mejores obras son las que escribió al final», sintetiza Montiel.

Al momento de intentar definirla, el editor dice que «es, en gran parte, una lectura pendiente» y que estos Diarios pueden «ayudar a disolver la leyenda y a adentrarnos en la complejidad de su vida y sumergirnos, por fin, en sus relatos y poemas».

Julibert coincide y agrega que «sus poemas son impetuosos, irreverentes, valientes y descarnados, y en sus cuentos y ‘La campana de cristal’ se atisban algunos rasgos, como su capacidad paródica o cómica, que permiten fantasear con un obra de madurez muy interesante».

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