Ya en el siglo XX Robert Charroux, Eric von Däniken, Jacques Bergier, Graham Hancock, Robert Bauval y los españoles Javier Sierra, Manuel José Delgado o Juan José Benítez, entre otros, son los herederos de esta tradición de elaborar floridas extravagancias históricas y hacerlas pasar por trabajos rigurosos. Sin embargo, ninguna de sus “investigaciones” hace uso del método histórico; sus libros son, simplemente, una selección escasa y arbitraria de datos arqueológicos que utilizan para vestir sus ideas preconcebidas, dejando a un lado el gran cúmulo de pruebas que las contradice.

Ahora bien, encajar sus “pruebas” en el delicado entramado de sus especulaciones les exige dar un paso previo: eliminar el contexto. Pero la arqueología no consiste en localizar o recuperar objetos, como hacía el famoso Indiana Jones; más que arqueólogo, Indy era un cazatesoros. Desenterrar un hacha de piedra o una tablilla cuneiforme, por sí sola, no significa nada. Es necesario excavar en vertical para conocer la historia del lugar a través del tiempo, y en horizontal para poder relacionarla con otros objetos y poder determinar si estamos, por ejemplo, ante una tumba o un vertedero. Por eso, cualquier resto arqueológico que se muestre ‘flotando’ en el espacio y en el tiempo, fuera de contexto, es un sinsentido. Esta es justamente la forma de trabajar de los defensores de la historia alternativa: buscan objetos, construcciones, inscripciones…, los descontextualizan y los exhiben como «pruebas» que, por supuesto, los malvados historiadores profesionales niegan y ridiculizan.

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