Unas pequeñas pastillas azules con forma de diamante fueron las responsables de la última fiebre del siglo XX: en los primeros tres años de existencia se expidieron 25 millones de recetas y en 2008 alcanzó su pico de ventas: casi 2 000 millones de dólares solo en Estados Unidos. Y todo por ayudar a una molécula muy simple, echa con un átomo de oxígeno y otro de nitrógeno, en su función como mediador químico de la erección.

Sildenafilo, la molécula activa en Viagra, es una droga que potencia el efecto relajante del óxido nítrico sobre la musculatura lisa del pene, permitiendo la entrada de sangre en los cuerpos cavernosos y facilitando de esta forma la erección, siempre que haya estímulo erótico previo.

La historia de Viagra se inicia, como en tantas ocasiones sucede en la ciencia, con un descubrimiento casual. En los años 80, un equipo de científicos británicos comenzó a estudiar las propiedades farmacológicas de sildenafil como vasodilatador. Las primeras pruebas con voluntarios hipertensos evidenciaron su escasa utilidad en el tratamiento de cardiopatías pero, sorprendentemente, algunos pacientes insistían en continuar el tratamiento y se negaban a devolver las muestras del fármaco.

Cuando se indagó los motivos de este comportamiento, los voluntarios admitieron que habían experimentado mejoras en la calidad y número de erecciones. El hallazgo hizo reconsiderar las posibilidades farmacológicas del sildenafil y, tras una década de ensayos, se comercializó en 1998 bajo el nombre de Viagra.

Aunque el fabricante Pfizer insiste en que Viagra fue una denominación elegida al azar, los más suspicaces han querido ver un juego de palabras que combina las voces Niágara y vigor. La fuerza explosiva de la naturaleza en las cataratas más románticas del mundo (un destino clásico para los viajes de novios en EEUU) han resultado una buena imagen de marca. Sin embargo, el éxito de Viagra ha sido ensombrecido por su vinculación con cerca de 500 muertes verificadas en pacientes con problemas de hipertensión, donde el medicamento está absoluta y específicamente contraindicado.

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Pero el verdadero protagonista de esta historia no es el sildenafilo, sino una molécula que controla la presión sanguínea, la erección y la apertura de orificios corporales, que es capaz de luchar contra bacterias, parásitos y tumores, y actuar como mensajero entre neuronas implicadas en el aprendizaje, la memoria, el sueño o el dolor. Y lo más admirable de todo es que esa molécula es un gas tóxico de estructura ridículamente simple, un átomo de oxígeno y otro de nitrógeno, los dos elementos más comunes en la atmósfera. Esta molécula mágica es el óxido nítrico, cuyo reinado comenzó cuando en 1987 la revista Nature comunicaba el descubrimiento de su acción fisiológica como vasodilatador arterial.

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