Su historia comienza hacia 11500 a. E. como una diminuta aldea de casas sencillas y excavadas parcialmente en el suelo, con techos de ramas y carrizos. En el interior se han encontrado grandes cantidades de semillas correspondientes a 150 plantas comestibles diferentes. La elección del asentamiento por sus primeros pobladores demuestra que no tenían ni un pelo de tontos: por un lado está la llanura aluvial del Éufrates, que, como la del Nilo, es terreno fértil, y no muy lejos de allí, a distancia de un paseo, había un tupido bosque de robles y otros árboles de frutos secos. Durante la primavera y el verano tenían acceso al trigo y dos variedades del centeno que crecían en las lindes del robledo, y en las primeras semanas del estío tenían a su alcance grandes rebaños de gacelas del desierto: el 80% del suministro de carne provenía de estos animales. Sus habitantes no iban de caza, solo salían a los alrededores, elegían un rebaño entero y mataban animales de todas las edades. 

Pero como en el caso de otros asentamientos, lo que ancló a la población fue el largo tiempo de trabajo que exigía el procesamiento de los alimentos vegetales, realizado por las mujeres. Desde ese momento se hizo imposible una movilidad como la de antaño.

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