En 1831, zarpaba la expedición del HMS Beagle desde Plymouth para un viaje que duró cinco años. Las observaciones realizadas por Charles Darwin durante este mítico viaje le permitieron estudiar la gran diversidad de formas de vida actuales y algunas extintas. Fue a partir de estas observaciones que llegó a la conclusión de que las especies de animales y plantas actuales habían surgido a partir de otras en el pasado. Y como tal, aquellos fósiles fueron una pieza clave para reforzar la idea de que los ancestros de las especies actuales vivieron en un tiempo remoto.
Concretamente, a lo largo de 1832 y 1833 recolectó fósiles de mamíferos del Pleistoceno en varias localidades de Argentina. Entre ellos, fósiles de gliptodontes, gigantescos armadillos con caparazones formados por placas hexagonales de hueso. Estos fósiles llamaron enormemente su atención y los comparó con los huesos de los armadillos actuales, que consumieron en numerosas ocasiones durante su estancia por estas tierras. Darwin llegó a la conclusión de que pertenecían al mismo linaje, que había ido cambiando con el paso del tiempo. En 1859, un año después de la presentación de su teoría junto a Alfred R. Wallace, Darwin sacudió al mundo con la publicación de su libro El origen de las especies.
El Archaeropteryx, un ave-reptil
Un hallazgo que le habría venido como agua de mayo a Darwin llegó un año tarde: en Alemania, cerca de Solnhofen, en una cantera con calizas del Jurásico, apareció una pluma. El paleontólogo alemán Hermann von Meyer la describió como una pluma muy moderna, de las que llamamos remeras (las plumas que forman las alas de las aves) y le puso el nombre de Archaeopteryx (que viene a significar ala antigua) en su publicación de 1861. Poco tiempo después en esta misma cantera apareció un fósil de un esqueleto con impresiones de plumas, que Von Meyer identificó con el dueño de la pluma. Parecía ser un animalito que poseía tanto características de reptil —de hecho, de los recientemente descubiertos dinosaurios— como de ave. El paleontólogo británico Richard Owen interpretó las características reptilianas como una retención de rasgos embrionarios y la clasificó como un ave de pleno derecho. El simple hecho de identificarla como ave provocó mucho revuelo —si me permiten el chiste—, ya que por aquel entonces se creía que las aves habrían aparecido a la vez que los mamíferos a principios de la era terciaria (que ahora llamamos Cenozoico).
El hallazgo de Archaeopteryx, que tenía tanto características de ave como de reptil, era revolucionario como evidencia directa del proceso evolutivo. Uno de los colegas de Darwin, Thomas Henry Huxley (a quien de hecho se le apodó «el bulldog de Darwin») publicó un estudio de este ejemplar corrigiendo errores de la publicación de Owen e interpretando los rasgos primitivos como plenamente reptilianos, aunque consideraba también que se trataba de un ave. De alguna manera, Huxley incluso apuntó en dirección del origen dinosauriano de las aves al señalar las semejanzas entre Archaeopteryx y otros dinosaurios ya descubiertos entonces: Megalosaurus, Compsognathus e Iguanodon. Hasta propuso un nombre para el linaje que incluyera dinosaurios (tal y como se concebían entonces) y las aves, grupo al que denominó Ornithoscelida.
En 1877, se encontró otro ejemplar en Solnhofen, que fue adquirido por el Museum für Naturkunde en Berlín. Con el paso del tiempo se fueron encontrando y publicando hasta diez ejemplares de Archaeopteryx. Charles Darwin, en una posterior edición incluso menciona el hallazgo de Archaeopteryx como evidencia de la evolución de las aves a partir de reptiles. Esta nueva dimensión que adquirían los fósiles no les hizo la más mínima gracia a los sectores religiosos más reaccionarios.
El hallazgo de Archaeopteryx, con características de ave y reptil, era la evidencia del proceso evolutivo.
El debate pareció haberse zanjado conforme pasó el tiempo. Las pruebas zoológicas, botánicas, geológicas y paleontológicas apoyaban cada vez más el proceso evolutivo y una Tierra con millones de años. Y con el tiempo se les han unido las evidencias moleculares. Hasta la Iglesia católica aceptó el hecho. El papa Pío XII (1876-1958) escribía en la encíclica Humani Generis (1950): «El cuerpo humano tiene su origen en la materia viva que existe antes que él, pero el alma espiritual es creada inmediatamente por Dios», dejando claro que el origen del hombre a nivel biológico era una cosa estudiada por la ciencia, y que el origen del alma es su terreno, y que eran dos cosas diferentes que no debían mezclarse.
Los negacionistas de la evolución
Parecería que con esto ya había poco que batallar, pero incluso en la actualidad hay mucho creacionista tozudo que se agarra a cualquier laguna para criticar duramente —desde un total desconocimiento— lo que ellos consideran una «mera teoría», a pesar de ser un hecho totalmente contrastado. Una de las modas más recientes en este sector es considerar que los fósiles van en contra de la evolución y se basa en una idea terriblemente errónea de cómo es el proceso evolutivo. Los creacionistas —o negacionistas de la evolución— niegan la existencia de toda forma intermedia o forma transicional. Por un lado, hay quienes esperan que estos seres sean aberrantes, con partes de un grupo de animales y partes de otro, a lo monstruo de Frankenstein, ridiculizando esta idea, y sobre todo, para que contraste con lo que luego encontramos en el registro fósil, que son animales perfectamente funcionales y perfectamente adaptados a su medio. No medias tintas.
Eugenio M. Fernández Aguilar
Nosotros no esperamos encontrar monstruos, esas aberraciones solo están en su imaginación. También se echa en cara a la paleontología que no se haya encontrado una cadena completa de formas intermedias. O sea, que no puedes llegar a ver cada mínimo cambio secuencial en un linaje, que siempre faltan piezas, eslabones. Y esto lo que demuestra es su desconocimiento tanto del proceso evolutivo como de la naturaleza del registro fósil. Y es que la vieja idea de una evolución lineal —de ahí la comparación con una cadena y sus eslabones— está obsoleta. La evolución se considera un proceso mucho más ramificado, con grandes radiaciones adaptativas, e incluso hay formas que, por estar bien adaptadas, no cambian en millones de años. La evolución es un proceso que ocurre, pero esto no significa necesariamente que los seres vivos estén constantemente cambiando. ¡Dadles un respiro!
Respecto al registro fósil, tiene un problema y somos conscientes de ello: está sesgado. O sea, que todos los seres vivos no tienen las mismas posibilidades de convertirse en fósil. ¿Qué hace falta en primer lugar para que los restos de un animal fosilicen? Que puedan quedar enterrados. Nosotros tenemos la ventaja de que normalmente, cuando morimos, nos entierran. Pero en la naturaleza, como no te entierra nadie, tus restos quedan a merced de los elementos, el sol, la lluvia, el viento, y los carroñeros, que puede que no dejen más que astillas de hueso. En condiciones naturales, únicamente en sitios donde se depositan sedimentos, como barro o arena, pueden quedar enterrados restos de seres vivos. Esto significa que pueden haber existido —es más, que seguro que han existido— miles de especies que durante toda la historia de la vida han vivido en ambientes de este tipo y de las que no tenemos ni rastro.
La evolución es un proceso que ocurre, pero no significa necesariamente que los seres vivos estén cambiando contantemente.
Por otro lado, además de la facilidad de enterramiento según el ambiente, está la propia probabilidad de conservación de tus restos. Si tienes partes duras en tu cuerpo va a ser más fácil que fosilices; si tienes huesos o caparazón, al menos quedarán esas partes, porque la materia orgánica, los tejidos blandos, se descomponen y no se conservan fácilmente. Así, es posible que haya habido muchos animales de cuerpo blando de los que no tenemos registro fósil salvo que demos con yacimientos de conservación excepcional.
La prueba de la evolución
El registro fósil es complejo, así como el proceso de fosilización. No son una fotocopiadora de los animales que han existido, así que no tienen cabida reclamaciones porque falte una página. Los paleontólogos ya asumimos que el registro fósil está sesgado y trabajamos con lo que podemos. Aun así, tenemos un montón de linajes bien registrados con varias formas transicionales.
Es más, el registro fósil sí que apoya firmemente la evolución, presentando pruebas de predicciones o escenarios que la teoría de la evolución por selección natural, tal y como la presentaron Darwin y Wallace, planteaba:
1. Los organismos han ido evolucionando a partir de formas sencillas, formas simples. Y así se observa en el registro fósil. Los primeros fósiles conocidos son de los organismos más simples, bacterias. Y los primeros restos fósiles de algo parecido a los animales son formas muy sencillas, como la fauna de Ediacara. Cuerpos blandos, cuerpos sencillos…
2. Las especies evolucionan a partir de variedades preexistentes. Prácticamente podemos elegir cualquier grupo de animales actuales y encontrar ancestros suyos, formas muy cercanamente emparentadas con él en el registro fósil. Encontramos ancestros de las aves modernas a lo largo del Cenozoico. Incluso en el Mesozoico podemos encontrar tanto aves primitivas como parientes muy cercanos suyos, los dinosaurios terópodos del grupo de los «manirraptores». Que a su vez tienen como ancestros a dinosaurios más primitivos, hasta que bajamos al Triásico y encontramos a los ancestros de los dinosaurios… Y así podemos seguir hasta prácticamente el origen de la vida.
3. Cuanto mayor es la similitud entre organismos, más estrechamente emparentados están. Esto es algo que se ha conocido toda la vida, solo que durante mucho tiempo se usaba como mera ordenación y ahora sabemos ver el parentesco subyacente. Tradicionalmente agrupábamos animales por puro parecido. Pero desde tiempos más recientes, solamente nos fijamos en parecidos debidos a innovaciones —características más especificas y novedosas—, que no estén ampliamente distribuidas. Lo que denominamos innovaciones evolutivas o «apomorfías». Así somos capaces de reconstruir las relaciones de parentesco entre organismos vivos y del registro fósil. Y es cierto, cuantas más características tienen en común, las especies están más cercanamente emparentadas. Pero es que además, en especies actuales, esto lo han demostrado los análisis moleculares. No solo hay un parecido físico, sino que su ADN también es más parecido.
4. La competencia interespecífica puede ser causante de extinciones. Existen dos tipos de extinciones: en masa, que ocurren por lo general de manera catastrófica y arrasan con casi todo, y de fondo, en las que las especies van siendo reemplazadas unas por otras. Estas extinciones de fondo también se pueden observar en el registro fósil. Vemos cómo, con el paso del tiempo, en un lugar hay especies que desaparecen y son reemplazadas por otras sin necesidad de eventos catastróficos, o de que haya un cambio total de faunas.
5. Existe una variabilidad intraespecífica, motor de la supervivencia diferente y de la selección natural. Cuantos más fósiles se conocen de una especie, más se conoce su variabilidad interna, lo diversos que son sus individuos. En invertebrados esto está muy bien documentado, ya que los fósiles de su cuerpo entero (por ejemplo, caparazones de amonites, bivalvos, braquiópodos, etc.) abundan más. Pero incluso en vertebrados se conocen casos, por ejemplo en dinosaurios muy bien conocidos como Camarasaurus, Allosaurus o Tyrannosaurus.
6. La supervivencia diferencial hará que sobrevivan los más aptos, los que mejor estén adaptados al ambiente. Otra predicción que se cumple en el registro fósil, ya que no encontramos fósiles de manera caótica, están todos en consonancia con su ambiente. Los geólogos pueden estudiar el ambiente sedimentario en el que se formó un yacimiento con fósiles, y los fósiles de los organismos que se encuentran en un ambiente son característicos. Y si los comparamos con yacimientos formados en otros ambientes, los fósiles revelan organismos diferentes.
Ejemplos de linajes
Darwin tenía claro lo incompleto del registro geológico, y salvo alguna mención, como la de Archaeopteryx en una posterior edición, no tenía demasiados ejemplos de linajes o formas transicionales. Pero hoy en día podemos citar unos cuantos. Entre todos ellos, vamos a resaltar unos ejemplos muy llamativos:
• Los primeros anfibios. Tenemos una gran cantidad de formas transicionales que podemos considerar «anfibios primitivos». Aparecen a partir de peces sarcopterigios (los que tienen aletas carnosas, como los celacantos) y sus aletas aparecen modificadas para presentar patas rudimentarias con sus articulaciones y dedos. Es el caso de Acanthostega, Ichthyostega o Tiktaalik. Vivieron en el periodo Devónico, hace aproximadamente 375 millones de años.
• Los sinápsidos. El origen del linaje de los mamíferos puede rastrearse hasta el periodo Pérmico (entre hace 290 y 250 millones de años), donde encontramos los tradicionalmente llamados «reptiles mamiferoides», los sinápsidos primitivos. Fueron muy diversos en este periodo, y algunos llegaron al siguiente, el Triásico. Ya poseían muchas características que tenemos los mamíferos: un paladar secundario, la especialización de sus dientes para diferentes funciones, e incluso algunos tendrían «vibrisas», pelos con función sensitiva en sus cráneos, lo que sugiere que ya habrían desarrollado pelo en su cuerpo.
• La evolución humana. Aunque parezca que nuestra evolución se revoluciona con cada nuevo hallazgo, tenemos muy bien documentados sus grandes hitos. La postura bípeda aparece con los Australopithecus, o incluso antes, y a partir de ellos se genera una gran diversidad de formas y especies que desarrollan la primera cultura de herramientas de piedra y su cerebro va aumentando. Sabemos, no obstante, que no es un camino lineal, sino muy diverso, ya que muchas especies llegaron a coexistir e incluso hibridar.
• Las ballenas primitivas. Posiblemente son los mamíferos más especializados, pero de su evolución tenemos rastro en el registro fósil. Desde Pakicetus, un mamífero terrestre con características que sugieren una vida anfibia (adaptaciones en el oído, huesos pesados, ojos en la parte superior del cráneo) hasta formas intermedias como Ambulocetus (con una forma de vida semejante a las nutrias) o ya ballenas plenamente acuáticas pero que conservan características primitivas como Basilosaurus.
El registro fósil —y el geológico— está sesgado y es complejo. No es una colección de fotocopias ni un inventario de especies. Y de hecho, la evolución no sigue un único camino lineal, sino que genera una gran explosión de diversidad. El registro fósil es un atlas ilustrado de este complejo proceso, la evolución de la vida en la Tierra.