Leila Guerriero periodista y editora.

Leila Guerriero periodista y editora.

En «Teoría de la gravedad», la periodista y editora Leila Guerriero recuperó sus columnas escritas para El País de España durante cinco años, las editó y reorganizó a partir de ejes como la escritura, el duelo, la vida en la ciudad y la convivencia para dar lugar a una condensación de sentidos que, en forma de crónicas breves, golpean, conmueven e interpelan al lector en torno a la práctica de la existencia. 

Instalada en su estudio de Villa Crespo, la autora de «Los suicidas del fin del mundo» se dispone a una de las tantas conversaciones que mantiene en estos días vía Zoom con periodistas de distintas partes del mundo que quieren entrevistarla o con participantes de festivales de periodismo y literatura que se inscriben para escuchar sus intervenciones, y lo hace con un entusiasmo que crece cuando habla de su oficio, de su manera de contar el mundo.

En esta entrevista con Télam, Guerriero dice que «tenerse paciencia cuando las cosas no salen es indispensable», compara el momento de la escritura con el de amasar el pan o cosechar porque no siempre sale igual y requiere tiempo pero dice que «hay que hacer el esfuerzo» por preguntarse por lo que uno tiene para decir si va a romper el silencio y hablar con un altavoz porque asevera que una columna es eso: un altavoz.

-Télam: ¿Cómo fue el trabajo de selección de estas columnas?
-Leila Guerriero: Son un recorte muy específico, son aquellas que tenían un punto de vista más personal, un paisaje que licúa lo interior con lo externo pero no hay cuestiones coyunturales. Escribo mucho sobre temas de género, sobre la relación entre la iglesia y el Estado, sobre la sociedad latinoamericana, sobre la visión que tiene Europa sobre Latinoamérica, sobre política latinoamericana. Esas columnas quedaron por fuera. El editor y yo queríamos que el libro tuviera una especie de poética propia y, en ese sentido, hay columnas que funcionan como pequeñas crónicas, como un viaje a Junín, a mi pueblo, a mi ciudad y de pronto todo lo que son las reflexiones, añoranzas o no, lo que sale de un paseo por el campo o la ruta. Siempre para hablar de algo que trasciende la pequeña anécdota personal porque intento poner esa historia personal, esa anécdota- que es una palabra que odio- en algo más trascendente. Que hable de la pérdida, de la infancia perdida. En ocasiones funcionan como pequeñas crónicas, no siempre, pero hay en todas una mirada periodística. Sobre todo en este punto: no se trata de hablar de mí, se trata de hablar de algo que puede tocar al lector más allá de mi propia historia. Siempre me interesa mostrar la tradición. No es que se me ocurrió hacer esto de la nada. Hay una serie de cronistas como Clarice Lispector que abundaban en ese mundo interno, a veces un poco atormentado, excusas para hablar de la escritura.

«Nunca nadie te va a decir «entregá cuando puedas». Siempre así ha sido con el oficio, si uno quiere hacer las cosas marcando una diferencia de calidad, de mirada, más reposada, menos urgente, el tiempo hay que buscárselo»

-T: Hay muchas referencias a la poesía, muchos poetas citados. Pensaba en la potencia en los finales de estas columnas, ¿relacionás eso con la poesía?
-LG: Puede ser, las columnas tienen un tipo de escritura que sería difícil de llevar a una crónica muy larga. Tienen un estilo muy denso, un perfume muy concentrado y llevar eso a una prosa, a un texto de 17 páginas, es muy posible que genere empacho. Así que por momentos es necesario aplicar una escritura más efectista, como algo muy encendido que también me gusta probar. Me interesa también la dimensión visual, auditiva del texto. Puedo pasarme mucho rato buscando una palabra si necesito que una frase tenga una determinada métrica o si tengo que poner una reiteración, un subrayado. Lo mismo si la palabra que encontré suena débil y no convoca a la temperatura y la textura que quiero sobre esa parte del texto. Mucho de eso proviene de la lectura y de la poesía. Leo bastante poesía, no puedo decir que leo y conozco tanto como mis amigos poetas, pero conozco un poquito y para mí la poesía te adiestra mucho el oído, las rimas internas en la prosa cuando no son rimas buscadas me hacen un ruido fatal.
Muchas veces me pasaba que escribía una columna y entendía perfectamente lo que quería decir y donde tenía que llegar pero faltaba algo para ese remate. Necesitaba que todo lo que postulaba fuera apoyado por una voz más fuerte que la mía, con una argumentación más potente, más autorizada y de golpe recordaba aquel poema de Viel Temperley, de Fabián Casas o de Mariano Blatt, de Sharon Olds o Louise Gluck y a veces terminaba encontrando una cosa totalmente inesperada, otras encontraba un verso que era tan maravilloso que había que construirle una columna alrededor. Pensaba que ese verso decía tanto que quería expandirlo.

-T: Hacés un paralelismo entre escribir y amasar. ¿Cómo te interesa pensar la variable del tiempo en la escritura?
-LG: Tenerse paciencia cuando las cosas no salen es indispensable. Hay columnas que uno las escribe en un estado de gracia, de suspensión, pero si uno va a esperar escribir todo en ese estado, como dice Lililana Heker, se puede llegar a escribir dos páginas en toda la vida. Ese estado también hay que convocarlo, trabajarlo, con la humildad de saber que no siempre vas a poder escribir a ese nivel, que las columnas van a ser desparejas. Pero es una columna, la tenés que entregar si o si, no hay manera de que le digas a la editora «no se me ocurrió nada, qué pena». Nunca las escribo en automático, salvo alguna situación puntual termino escribiendo el domingo para entregar el lunes, pero con un respaldo. Tengo un colchoncito, una parrilla entonces si no me sale nada mando una que tenía preparada. Me lleva mucho tiempo escribir las columnas. Ahora estoy preparando una columna para El país semanal y hace tres días que la estoy escribiendo: primero se me ocurre, después la escribo, la reviso, hago modificaciones, saco cosas, agrego otras. Estas columnas me han llevado días pero no es lo único que hago entonces no es que estoy 3 días solamente escribiendo 360 palabras. No es así como funciona pero el tiempo es importante. Es como el pan, que es como cosechar: tenés que dejar levar, amasar, después dejar levar de nuevo, después fijarte de hacer un segundo levado y no siempre te sale igual aunque pongas los mismos ingredientes. No es matemática y con la escritura pasa lo mismo. El tiempo hay que hacérselo. Nunca nadie te va a decir «entregá cuando puedas». Siempre así ha sido con el oficio, si uno quiere hacer las cosas marcando una diferencia de calidad, de mirada, más reposada, menos urgente, el tiempo hay que buscárselo. Con las columnas hay un trabajo de investigación, de leer, de limpiar cosas que en principio parece que no tienen ningún nexo, de tratar de encontrarle una mirada más interesante a algo sobre lo que ya se dijo mucha cosa. Hay que hacer el esfuerzo de preguntarse «si voy a romper el silencio, si voy a decir algo en voz alta con un altavoz -porque una columna es eso, un altavoz- para qué voy a aprovechar este espacio ¿para decir lo que ya dijeron todos, para regodearme y que miren todos diciendo qué linda metáfora tiene ella para decir?». No, es para tener algo para decir. Escribir desde un lugar de incomodidad, de no quedarte con lo primero que se te ocurre.

«El editor y yo queríamos que el libro tuviera una especie de poética propia y, en ese sentido, hay columnas que funcionan como pequeñas crónicas»

-T: ¿Estás de acuerdo con la idea de que la escritura es una práctica en soledad?
-LG: En mi caso sí. No conozco a tantas personas que puedan escribir sin estar solas pero hay. Sergio Olguín puede escribir en cualquier circunstancia. Una vez le hice una entrevista y la mesa de escritura estaba en el medio de la cocina. Me produce mucha admiración esa capacidad de abstraerse. Otros escritores, como Martín Kohan, escriben en bares. Yo no estaría de acuerdo en generalizar. A mí me molesta estar con alguien, incluso en la casa, cuando escribo. Puedo tomar nota en bares pero no puedo escribir. Ahora, aún en los que escriben rodeados de gente hay introspección, concentración, es estar metidos en un mundo propio, que eso es la soledad en definitiva. Hay que escribir muy conectado con ese mundo que uno está intentando capturar y que se escapa todo el tiempo y para eso hace falta, no sé si estar solo, pero sí concentrado. Y la concentración en mi caso es casi sinónimo de soledad, para la escritura por lo menos.

Mirá También:  Rozenblum: "Hay que salir de la lógica del mercado que solo nos valora si somos productivos"

-T: ¿Y cómo funcionaron en ese sentido las redacciones por las que pasaste?
-LG: Me encantó estar en redacciones pero tengo que decir que nunca, salvo excepciones, escribí un texto en una redacción. Siempre me iba a escribir a mi casa, me malacostumbraron en Página/30. Trabajaba mucho en la investigación, en el reporteo, durante la semana y después escribía en mi casa el fin de semana. Para las notas más complejas, empecé a pedir quedarme en mi casa. Tenía que entregar algo un lunes y pedía quedarme en casa jueves, viernes, sábado y domingo. Y supongo que cuando sos cumplidor y no llegás el lunes con una reverenda porquería y se dan cuenta que no es que te tomaste días para ir al shopping sino que te quedaste en tu casa escribiendo, empezás a generar eso. Siempre trabajé en revistas, que es un ventaja para mis tiempos porque soy muy lenta, pero después cuando trabajé en otras redacciones hablé con el editor antes de entrar y planteaba que mi manera de trabajar era esa, que cuando escribía necesitaba estar muy ensimismada y en un lugar tranquilo. La redacción tiene esta cosa de la conversación informal y viene alguien a tu escritorio te interrumpe, es muy invasivo. Estuve en redacciones hasta 2009. Pero me resultaba muy distractiva, era muy estimulante pero también decía paren porque tengo que cerrar esta página. En ese sentido no podría decir como funciono escribiendo largo en una redacción porque salvo alguna cosa muy urgente, la tarea de escritura fuerte la hacía en casa.

-T: ¿Identificás el momento en el que definiste como periodista?
-.LG: Apenas empecé a trabajar como periodista. Me acuerdo que cuando me compré mi primer grabador de periodista, que debe haber sido al día siguiente de empezar a trabajar en Pagina 30, que me mandaron a hacer una nota choclo sobre caos de tránsito en la ciudad de Buenos Aires. Eduardo Blaustein era mi editor y Rodrigo Fresán era el subeditor de la revista. Era como estar con dos héroes, me enseñaron mucho. Blaustein me encargó esta nota y me hizo un curso rápido de periodismo, me dijo podés leer tal libro, hablar con taxistas, automovilistas, gente del ministerio de transporte, comparar la situación del estado del tránsito en ciudades de Europa y Latinoamérica. Me fui a comprar un grabador y creo que la posesión de ese grabador y de los TDK que me habré comprado y el empezar a hacer entrevistas fueron la clave. Era increíble: te presentabas con un grabador ante un taxista y el tipo bajaba la ventanilla y te contestaba, era como una varita mágica. Ahora uso el digital, no uso el teléfono. Después hubo otro momento de ese mismo año en el que viajé y tuve que llenar la ficha de migraciones a mano y en oficio puse periodista. 

Mirá También:  "La poesía es un trabajo de sutiles equilibrios entre la palabra y el silencio"

Deja un comentario

You May Also Like

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *