Como la temperatura de cualquier sustancia viene determinada por la energía cinética de sus partículas, y por tanto por su velocidad, estas altísimas temperaturas implicarán unas altísimas velocidades. De esta forma, las partículas que conforman la corona solar suelen moverse a varios cientos de kilómetros por segundo. Velocidades sin duda increíbles, pero aún así menores que la velocidad de escape del Sol a esa altura, que está en torno a los 400 ó 500 kilómetros por segundo. Esta velocidad de escape es la velocidad que necesitaría una partícula, o cualquier otro cuerpo, para conseguir escapar por completo de la gravedad del Sol. Pues bien, aunque la mayoría de partículas no consigan escapar sí habrá un pequeño porcentaje que tenga velocidad suficiente para hacerlo. Estas partículas constituirán el viento solar. Son en su mayoría electrones y protones, partículas cargadas y relativamente ligeras. Sin embargo también habrá entre estos iones de oxígeno, silicio e incluso hierro, entre otros.

Este flujo constante de materia hace al Sol perder parte de su masa a cada instante, a un ritmo de más de un millón de toneladas de material por segundo. Suficiente como para perder una masa equivalente a la de la Tierra cada 150 millones de años. A pesar de esto, la masa del Sol es tan grande, millones de veces la de nuestro planeta, que el Sol ha perdido menos de una milésima de su masa por el viento solar desde que se formó.

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