En la primera novela de Hernán Díaz, «A lo lejos» (In the Distance), Håkan Söderström, un inmigrante sueco, atraviesa la extensión el lejano oeste de la América del siglo XIX en su camino a Nueva York para encontrar a su hermano y en el camino, se convierte en una leyenda que da terror, una figura no apta para vivir en Estados Unidos: es un asesino que se siente  «embargado de una vacuidad activa y absorbente… una inmovilidad que no guardaba relación alguna con la paz».
 
El original en inglés de la novela -recién publicada en español por la editorial «Impedimenta»- no solo fue finalista del premio Pulitzer, sino que fue elogiada por la prensa y la crítica de Estados Unidos e Inglaterra. Díaz nació en la Argentina, vivió a partir de los dos años en Suecia y luego en territorio estadounidense. La novela narra la historia a partir de que Håkan y su hermano mayor, Linus, a mediados del siglo XIX son enviados por su padre, un granjero sueco, a los Estados Unidos. Los dos terminan separados y el narrador cuenta la odisea del protagonista, que camina a contramano del resto que viaja al ansiado Oeste, para reencontrase con su hermano.

Nacido en Buenos Aires en 1973, Díaz es actualmente docente en la Universidad de Columbia. Con «A lo lejos» ha logrado varios premios: el Saroyan International Prize, el Cabell Award, el Prix Page America y el New American Voices Award, entre otros, además de ser incluida entre los mejores diez libros del año según el Publishers Weekly.

– Télam: ¿Cuánto de tu infancia en Suecia y de tu estancia en Nueva York hay en Håkan el protagonista de «A lo lejos»?
– Hernán Díaz: Desconfío un poco de la ficción que se presenta como abiertamente autobiográfica y confesional. Siempre me ha parecido un tanto sospechosa esa pretensión de inmediatez. Pero sin dudas hay elementos de mi historia personal en el libro, aunque de modo cifrado. La experiencia de ser extranjero y circular entre diferentes lenguas es central en mi vida. Y el libro definitivamente es el resultado de la triangulación entre Suecia, Argentina y Estados Unidos. Pero más que por las anécdotas de mi vida, la novela está inspirada por mis lecturas.

– T.: ¿Cuáles fueron tus lecturas para reponer el contexto geográfico e histórico de la novela?
– H. D.: Una dieta robusta de literatura del siglo XIX. Pero es, en general, la literatura que más me gusta, así que fue muy natural pasarme varios años confinado a ese período. Uno de los aspectos más maravillosos del proceso de la escritura fue descubrir una serie de textos de la literatura norteamericana que han sido un poco olvidados. Hay una tradición muy rica de crónicas de viajes que, para mí, fue un hallazgo feliz (Richard Henry Dana, Francis Parkman, William Bartram, Narcissa Whitman, los viajes de Washington Irving, etc.). También trabajé con diarios personales de la época y otros documentos, como guías de minería y manuales médicos. La tradición del naturalismo juega un rol crucial en el libro, especialmente los textos de John Muir. Y una presencia decisiva en la novela es la filosofía del transcendentalismo, en particular Ralph Waldo Emerson, que es un escritor que me cambió la vida.
Por supuesto, la ficción de ese período también fue una influencia importante. Durante los años que escribí la novela, leí todo Dickens, releí gran parte la obra de Melville y casi todo George Eliot, que es una de mis escritoras favoritas. La lista completa de autores/as sería larga, pero, en suma, lo central para mí era vivir en el inglés del siglo XIX, con la esperanza de que la convivencia diaria con ese lenguaje afectara mi escritura. Claro que también hubo influencias más contemporáneas, desde Samuel Beckett a Anne Carson, pasando por David Markson.

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– T.: ¿Qué acerca y qué distancia la violencia que narrás en mediados de siglo XIX con la violencia actual en EEUU y en otros países?
– H. D.: La violencia ocupa un lugar central en el libro. Si bien era algo que me interesaba explorar, también confieso que fue el elemento que casi me hizo desistir de este proyecto. La literatura y el cine norteamericano tienen una larga tradición de representar la violencia como algo sensual y glamoroso. Esta mirada frívola siempre me ha irritado. Y resulta doblemente objetable dada la situación tremenda con la proliferación de armas en este país. El protagonista de la novela se ve forzado a cometer un acto de violencia devastador. Pero esto lo destruye y lo transforma en una suerte exiliado moral: no soporta la mirada de los demás.
Y debería decir, también, que hay otro tipo violencia en el centro del texto: la explotación sistemática de la naturaleza. La novela se desarrolla en el momento en el que los Estados Unidos se están comenzando a afianzar territorialmente. Grandes extensiones de tierra (especialmente en el centro-oeste), que no pertenecían a la Unión, de a poco fueron siendo conquistadas e incorporadas. En este proceso, la naturaleza o bien era vista como un obstáculo o bien como mera fuente extracción de capital. «A lo lejos» transcurre en un momento crucial: justo antes de la introducción de la ganadería industrial y nuevas tecnologías. En el libro no hay vacas. Lo cual implica que tampoco hay vaqueros. La novela termina precisamente cuando los signos del capitalismo (el telégrafo, el alambrado, el ferrocarril, los rebaños de ganado, la devastación causada por los rifles a repetición, etc.) se empiezan a tornar visibles en el paisaje. Por supuesto, esto implicó no solo la destrucción de la naturaleza sino también el genocidio de los habitantes originales de esas tierras. En este sentido, la «conquista del desierto» argentino no fue muy diferente.

«Desconfío un poco de la ficción que se presenta como abiertamente autobiográfica y confesional. Siempre me ha parecido un tanto sospechosa esa pretensión de inmediatez»

– T.: ¿Qué lectura has hecho de esa violencia en la literatura argentina decimonónica que tiene textos  emblemáticos como «La Refalosa», «El matadero», «Martín Fierro» con la literatura estadounidense?
H. D.: Todos los textos que mencionás son muy importantes para mí. Especialmente el «Martín Fierro», que no me permití releer durante la escritura de la novela, porque me aterrorizaba que me aplastara su influencia. También debería mencionar las novelas de Eduardo Gutiérrez, especialmente «Hormiga negra». Hay muchísimos guiños a la gauchesca en «A lo lejos». Resulta muy tentador comparar la gauchesca con el western, pero, aunque compartan ciertos decorados y recurran a una utilería semejante, son géneros muy distintos. Y acaso la diferencia más importante sea institucional: el lugar que ocupan en sus cánones respectivos.
Aunque dudo que Estanislao del Campo o Esteban Echeverría sean leídos mucho fuera de aulas escolares o universitarias, la gauchesca es el género nacional argentino. El western, en cambio, es relativamente marginal aquí. Y hay que pensar que es un género muy nuevo. Si bien hay muchísimos «proto-westerns» (Mark Twain, Bret Harte, James Fenimore Cooper, etc.) el género, con sus códigos tal como los conocemos, surge recién a comienzos del siglo XX. Pero los padres fundadores que codificaron este género han sido totalmente olvidados. Nadie lee a Owen Wister (y con razón, porque es un escritor espantoso). Unas décadas más tarde surge la tradición del anti-western, con autores como John Williams, Oakley Hall y Charles Portis (y, más tarde, la generación de Larry McMurtry y Cormac McCarthy).
Esta segunda ola sí tiene un caché literario que los westerns originales nunca adquirieron. Pero lo que a mí me resultó curioso y productivo es el hecho de que este género que glorifica y romantiza los peores aspectos del mito fundacional norteamericano (el genocidio, la explotación de la naturaleza, el machismo, el individualismo a ultranza, el desprecio por las instituciones, el fetiche de las armas) no se haya logrado consolidar como la narrativa nacional. Vi ahí, entonces, la posibilidad de intervenir en un género un tanto abandonado y, al mismo tiempo, revisar parte de la historia de los Estados Unidos.

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– T.: ¿Sentís que con tu escritura en una lengua no propia hay una capa más de referencialidad o ya es una lengua apropiada la inglesa?
– H. D.: A esta altura, he pasado la mayor parte de mi vida en los Estados Unidos. El inglés es mi lengua propia porque es la lengua que elegí. No puedo explicar por qué siento tanto amor por este idioma. Pero sin dudas, vivir en inglés ha sido una de las decisiones más importantes que he tomado.

«El punto de vista es el problema ético por excelencia de la literatura, porque allí se articula una relación entre conocimiento y poder. Es la administración del saber dentro del relato»

– T.: El desplazamiento en búsqueda de un objetivo y su aventura es un tópico en la literatura ¿tuviste referentes clásicos, algún escritor argentino?
– H. D.: La picaresca, por ejemplo, fue una gran influencia en el libro. «A lo lejos» es un relato episódico, organizado por la sucesión linear de diferentes retablos. También encontré cierta inspiración en algunas novelas de iniciación o de aprendizaje, aunque a diferencia de esa tradición, mi personaje no termina incorporándose a la sociedad como un buen señor burgués. Y debería mencionar las «Crónicas de Indias» y su mirada violenta y delirante de América. Y la gran influencia argentina es, desde luego, Borges. En mi adolescencia, mi primer contacto con la literatura norteamericana fue a través de Borges. Él fue quien me presentó a escritores como Hawthorne, Emerson o James. Además, cabe recordar que varios de los primeros cuentos de Borges, en «Historia universal de la infamia», transcurren en los Estados Unidos y juegan con su tradición literaria. Pensar que en ese libro conviven «Hombre de la esquina rosada» y un cuento sobre Billy the Kid… Ese tipo de relaciones fueron decisivas para mí.

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– T.: El recorte de la mirada del protagonista, su punto de vista, ¿cómo lo pensaste en relación al lector?
– H. D.: El punto de vista es el problema ético por excelencia de la literatura, porque allí se articula una relación entre conocimiento y poder. Es la administración del saber dentro del relato. Creo que es muy importante ser fiel al punto de vista que uno escoge. No hay mayor crimen literario que la manipulación dictatorial de la información para producir cierto efecto en el/la lector/a (como en esas novelas policiales donde el narrador omnisciente conoce cada pensamiento de los personajes, pero simula no saber que el asesino es el mayordomo). «A lo lejos» está narrada estrictamente desde el punto de vista de Håkan, el protagonista. Esto presentó desafíos y también posibilidades formales interesantes. Por ejemplo, Håkan no entiende ni una palabra de inglés. Con lo cual, el narrador tampoco entiende lo que los personajes dicen a su alrededor. El personaje también está extraviado en geográfica y temporalmente. Y espero que el/la lector/a también sienta esta desorientación.

– T.: ¿Participaste de la traducción al español?
– H. D.: La traducción fue hecha en España y yo no tuve ningún rol en ella. Debo admitir que me tentó mucho la posibilidad de traducir la novela yo mismo. Pero me pareció mejor avanzar con otros proyectos. También me gusta que, como artefacto literario, exista en una versión con la cual no tuve nada que ver.

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