Ya nadie habla de la nueva realidad, ese período pospandémico en el que liberamos tensiones tras años de encierro y desconcierto.

Hemos naturalizado muy rápidamente la vieja inercia, y así como el mundo recuperó su voracidad capitalista, entre un sinfín de cosas hermosas podemos bailar el último disco de la chilena Javiera Mena (Nocturna, 2022, que presentará en Córdoba en los próximos días) mirándonos a la cara unos o a otros, ensimismados o como queramos.

Pero en cualquier caso es probable que lo hagamos disociados del contexto de su creación. Porque si bien esa obra de la cantautora electro pop exuda diversión y resuena juguetona, tuvo por disparador un estallido social (el de Chile en la prepandemia) y el pulular de un virus que fue mortal para mucha gente cercana.

“El disco está amparado en la sombra, los vicios y en la pérdida del sentido”, dice una fundamentación oficial, y es un buen disparador para comenzar la charla con Javiera Mena, dispuesta en pantalla vía Zoom.

“Es un disco que se mete en el goce, en el hedonismo. Es el hedonismo tiene que ver con la noche, con los vicios y con dejarse llevar. Canciones como Diva son himnos a esos momentos de liberación”, dice desde su casa en Santiago de Chile, al inicio de la charla.

“Cuando empecé a hacer el disco, era el estallido social en Chile y el ambiente era muy ardiente –contextualiza–. No sólo por la cosa política, sino por las fiestas que se armaban tras las manifestaciones… Empezaron los toques de queda y la gente se juntaba igual. A eso me refería. Y lo veo como un disco más oscuro, a pesar de que es pop. Nocturna se alimentó de la pasión reinante ante el caos. No hablé de política, pero sí de lo que les pasó emocionalmente a las personas que habitaron en los espacios de conflicto”.

Cuando se le observa que frente a la pandemia la actitud social no fue la misma, que por lo general prevaleció el aislamiento por el temor al contagio, Mena señala que fue a fiestas tanto en los toques de queda como en el período pandémico. “Pasé la pandemia en Madrid (ciudad en la que fijó residencia) y la gente tenía muchas ganas de juntarse y había una rebeldía. No estaba bien. Pero la necesidad de bailar y de salir era impresionante. Y en un momento rompimos la ley”, asegura.

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Javiera Mena vive un momento de plenitud. (Gentileza Jesús Leonardo)
Javiera Mena vive un momento de plenitud. (Gentileza Jesús Leonardo)

–Las discotecas siempre fueron espacios para liberar tensiones y para dejar atrás prejuicios de todo tipo. ¿Recordás tu primera vez en una discoteca?

–Debe haber sido de adolescente, en esas discotecas como de colegio, en las que ponían tres foquitos y ya. En Chile estaba la Blondie y todo, pero así como discoteca-discoteca mis primeras veces fueron en Argentina. Ya a los 17 fui a Buenos Aires y me topé con una escena electrónica más nutrida y que llevaba más tiempo de maduración que la chilena. Fue a comienzos de siglo y recuerdo a los DJ Pareja recién empezando. Estaba todo preparado y predispuesto para que la gente vaya a bailar techno o house. Eso lo sentí por primera vez en Argentina. No recuerdo el nombre de las discotecas, pero sí el haber pensado “Guau, esto es como un culto a la música”. Como me gusta mucho hacer el cruce entre lo dance y el pop, siempre estuve con las antenas abiertas hacia afuera. En Chile, con el tiempo, nos hemos ido poniendo discotequeros, pero por nuestra herencia y nuestro pasado, todo ha sido más complejo.

Javiera Mena dice que siempre hablo de lesbianismo sin tapujos

Javiera Mena comenzó su tránsito por la música como coreuta del colegio de monjas carmelitas Santa Elena y reforzó una pasión expandida por discos rock & pop estudiando en una academia de jazz.

La electrónica llegó a su vida derivada de su curiosidad, del mismo modo que su condición de icono queer devino del modo en que su orientación sexual se filtró en su eficacia pop.

Pero Mena nunca había sido tan explícita al respecto como en este último tiempo, en que enhebró una colaboración con Marilina Bertoldi (el clip de Amuleto se promociona como el primero latinoamericano de “dos artistas abiertamente lesbianas”) y abre su disco con una canción titulada La Isla de Lesbos.

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–¿Sentís que ahora sí se puede hablar y cantar sin tapujos sobre tu orientación sexual? ¿O es algo que siempre manejaste sin problemas?

–Nunca tuve problemas. En mi disco Mena (2010), dije “La” para definir el género de la persona a la que le canto. “Listo, ya es algo”, dije en ese momento. Pero sí, La Isla de Lesbos es un himno al lesbianismo, a la palabra lesbiana; explica de dónde viene, la mitología. Esto es sentirse orgullosa con los lugares en común que habitamos. También tiene que ver con que a esta lucha yo no la he hecho sola. Es una celebración de todas las personas que han aportado para que se abran cabezas. Y de que estas cosas sean parte de la cultura popular. Porque las lesbianas no estábamos presente en la cultura popular. Amuleto resulta de las ganas que tuvimos Marilina y yo de que las lesbianas seamos partes del pop. No sólo representativas de algo oscuro compatible para rockeras o cantautoras, sino también de algo luminoso y juguetón idea para el pop.

–A propósito, ¿sos militante por convicción o por deriva del impacto de tu arte?

–Mi actitud me convirtió en militante queer, pero en su momento sólo quise normalizar la cuestión. Tuve muchas novias a las que sus familias les hacían la vida imposible. Yo no, yo no tuve una familia tortuosa, por eso viví todo con cierta libertad. En mi casa nunca me hicieron problemas, algo maravilloso para mí. Pero al ver a mujeres perseguidas, me convertí en portavoz de una libertad que, para muchas, no existía. Por eso enfaticé cierto discurso en las entrevistas, tenía que ganas de que se contagiara un poco lo que yo viví. Veía mucho dolor alrededor. No hago muchas manifestaciones de cariño en público por miedo a que la gente externa a mi familia pudiera hacerme algo. Eso es supertraumático.

–¿Aún hoy te da miedo eso?

–Sí. A veces quiero hacer algo y me reprimo, hasta que pienso: “Ah, cierto, ahora estamos en Madrid, no pasa nada”. Hay en mí una semilla de preocupación porque te puedan hacer algo. Lo que expresé a lo largo de años fue para contagiar la visibilidad, en definitiva.

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–¿Madrid afectó positivamente a tu música?

–Los madrileños hablan, hablan, hablan, y eso se me ha pegado. Y su manera de escribir es más directa… Me he metido más de lleno con Federico García Lorca, me fasciné con él estando allá. Toda la cultura de discotecas que hay en Madrid también está muy presente en Nocturna. Siempre he sido fan del ítalo-disco, de la música baleárica, que surgió cuando en los ‘80 todos los “guiris” (como los españoles les dicen a los turistas) iban a hacer música allí. Eso me ha llegado de manera muy directa… Me fui para allá en la búsqueda de una evolución en mi arte.

–¿Y mantenés hábitos nocturnos? Te lo pregunto porque sos una artista pop en plenitud que trabaja y gira mucho y, quizás, elija descansar y no salir a bailar.

–Me gusta mucho bailar. Y por eso, me encantaría que las fiestas fueran más temprano. Las noches no me hacen tan bien, la verdad. Estar de gira te exige comportamiento de deportista: dormir bien, comer sano… Al menos en mi caso, todo se da de una manera supersana en situación de gira. Pero como me gusta mucho bailar, cuando tengo unas semanas sin shows, salgo. Ahora, en febrero, tuve un tiempo de relax, fui a una discoteca aquí y estuve hasta las 6 de la mañana, me quedé bailando techno hasta el final. Me gusta tanto bailar que salir a pistear es una prioridad. Siento que me hace bien al espíritu y que me actualizo con lo que está pasando o sonando. Lo siento como parte de la vida artística y de la creatividad.

En vivo

Javiera Mena presentará Nocturna en Club Paraguay (Marcelo T. de Alvear 651). La cita es el sábado 11 de marzo, a las 20. Musicaliza No Es De Vegana. Entradas a $3.000 en alpogo.com.

Más información

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