El genocida Miguel Osvaldo Etchecolatz, exjefe de la Policía Bonaerense condenado a cadena perpetua por delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico-militar murió este sábado a los 93 años. El represor se encontraba internado en un centro de salud de Merlo, padecía un fuerte deterioro cognitivo, insuficiencia cardíaca, insuficiencia venosa y otras complicaciones causadas por un ACV isquémico.

La noticia fue confirmada por el Tribunal Oral Federal N° 1 a Guadalupe Godoy, una de las abogadas que lideró la querella contra el genocida en la causa por la desaparición de Jorge Julio López el 18 de septiembre de 2006.

A principios de junio, el represor había sido beneficiado con la prisión domiciliaria por todos sus problemas de salud. Pero tuvo que ser trasladado de urgencia a una clínica en la localidad de Merlo, en la que finalmente falleció.

«Etchecolatz estaba alojado en la Unidad 34 de Campo de Mayo y fue derivado hace un mes y medio a una clínica. No me dijeron nada más pero con eso nos alcanza», le dijo Godoy a Infobae y agregó que el represor «tenía cinco prisiones efectivas», mientras que «la domiciliaria que le había dado Casación era en una sola causa y no se había hecho efectiva».

Hace apenas dos meses, el exjefe de la Policía Bonaerense durante la última dictadura recibió su novena condena a prisión perpetua junto al expolicía Julio César Garachico, acusados de haber secuestrado y torturado a siete víctimas y haber asesinado a otras tres. Las acusaciones contra ellos habían sido sostenidas por el propio López, quien sobrevivió y fue uno de los testigos del primer juicio realizado tras la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Poco después el albañil volvió a ser desaparecido, esta vez en plena democracia y de su casa de Los Hornos. Desde hace 15 años su paradero es un misterio.

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Dos años antes, en medio de la segunda audiencia de un juicio en el que fue juzgado como ser partícipe de delitos contra casi 500 personas en tres centros clandestinos, Etchecolatz se mostró «orgulloso» de su accionar: «Condénenme lo que quieran, me siento orgulloso de haber defendido la patria», lanzó. «Yo no maté, me batí en combate que es distinto», agregó desafiante.

«Ustedes procésenme, me van a condenar, eso no me lastima para nada, no siento dolor, sino tristeza de cómo se maneja la Justicia argentina. Dicen que yo maté, usan esa palabra hiriente; yo respondí a la agresión con el personal que tenía, murieron muchos de los nuestros y de esos pobres jóvenes equivocados o mal orientados», le dijo entonces al Tribunal a cargo del proceso judicial. Hasta sus últimos días, el genocida estuvo convencido de que actuó de manera de correcta.

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