Parecería mentira que esta historia se cerrase, gardelianamente, con unos 40 millones de argentinos y argentinas dándose cuenta de que, como ya parece posible, no se haga el Canal Magdalena.

Fundamental para un comercio exterior que podría salvar por sí solo a esta república de todas sus deudas y tormentos monetarios, a estas alturas ya es sospechable que, aún con todo lo que duele, finalmente se impongan la indecisión o la decisión negativa –para el caso, lo mismo–, y se cancele o distorsione la obra.

Y es que es ya evidente que todo este asunto no fue conducido por funcionarios capaces de defender los intereses nacionales. Más bien todo lo contrario: parece obra pergeñada para servir a enemigos de la República Argentina.

Por eso el ingeniero Tettamanti, frecuente consultor de esta columna, se preguntó en voz alta esta misma semana: «¿Que país va a tomar en serio a la Argentina cuando reivindique las Malvinas y la Antártida, si por acto propio se obliga a navegar hacia el Norte y ser mediterráneo?»

El Presidente Fernández declaró más de una vez que el 1º de Marzo se llamaría a licitación para iniciar las obras del Canal Magdalena. Incluso anunció la inminente licitación, solemnemente, en el Puerto de La Plata.

Pero la verdad, semana y media después, es que no se publicó ningún llamado a licitación para construir ningún nuevo canal. Y en cambio han habido reuniones frenéticas de lobbistas rosarinos en contrario. Tanto que, como le dijo a este columnista otro de los veteranos marinos citados en anteriores notas, «ya no tiene sentido explicar por qué estas vueltas y revueltas. Acá la verdad es una de tres: o el presidente ha mentido; o tiene miedo y carece de poder; o nos espera una hermosa sorpresa». Y guiñando un ojo concluyó: «Pero hasta ahora, del Magdalena ni noticia».

Es evidente –y dolorosamente visible– que la Argentina, en ésta como en muchas otras materias, es un país gobernado desde el exterior. Dicho sea en el sentido adicional de que es un país que de tanto entregar soberanía ya, ahora y a este paso, hasta sin moneda podría quedarse, si electoralmente el pueblo cayera en otro suicidio involuntario como cuando aplaudió a Carlos Menem y antes al dictador Galtieri y sus lacayos, que acabaron entregando las Islas Malvinas.

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Así perdimos la Soberanía en infinidad de aspectos, igual que se perdieron el orgullo patriótico y la docencia argentinista a la niñez. Y lo más fiero, hoy, es que pareciera que muy pocos en el gobierno, y en la política, se atreven a sincerar las cosas sin cosméticas retóricas. Por eso y más allá de engaños y falsas promesas, a este paso podría suceder que el Canal Magdalena finalmente no se haga y volvamos al perverso sistema de concesiones.

Es claro que todavía cabe esperar, y es casi obligatorio confiar porque la palabra y la decisión del gobernador bonaerense han sido constantes y fuertes. Pero es un hecho también que si la sede del verdadero gobierno sobre el Paraná y el Plata sigue estando en Rosario –que es algo así como el santuario de las veintitantas corporaciones gigantes que monopolizan el comercio exterior supuestamente «argentino», y a las que muchos gobiernos nacionales no se atrevieron siquiera a mirarlos a los ojos– todo será muy difícil.

Lo cierto es que allí se reúnen permanentemente los mandamases de las grandes empresas exportadoras, fundamentalmente cerealeras, con representantes gubernamentales que más parecen embajadores enviados para contener iras de patrones foráneos. Pero estos no siempre defienden a cabalidad los intereses argentinos. Y así pasan las semanas, y en cada reunión o congresito discuten el cobro de peajes, controles livianitos, favores intercambiables y, lo más penoso, las perspectivas de dragados más profundos en el Paraná, lo que es demostración de delirantes aspiraciones en un río que ya está herido.

Es obvia la urgencia de un gobierno nacional que haga lo que hay que hacer, esto es, intervenir en defensa de la Patria y de los intereses de la República Argentina, en lugar de disimular el evidente y constante miedo que los vence en cada mesa de debates, concilios o pulseadas, que las pierden todas. Por eso el esquema colonial sigue intacto. Y el río sufre tanto como las comunidades ribereñas donde miles de familias de pescadores ya no tienen la libertad de antaño, y la pesca se ha debilitado, y los incendios de campos que son propiedad de grandes terratenientes son cada vez peores.

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Lo cierto es que con el actual esquema de concesiones que entregaron la navegación, la administración portuaria y el control costero a intereses extranjeros y grandes negocios incontrolados, no hay posibilidad alguna de retomar el control del comercio exterior que la Argentina supo tener en otros tiempos. Y sin Canal Magdalena, la Argentina está condenada.

Por eso, si acaso se vuelven a concesionar puertos y no hay severos controles de AFIP, UIF, SENASA y Prefectura, por lo menos, no hay ninguna posibilidad de recuperar una fuerte soberanía portuaria. Y así, sin acceso soberano al mar ni a las propias costas, la Argentina acabará perdiendo para siempre toda la Patagonia (hoy ya escandalosamente ocupada, a la vista o en secreto), así como también la que todavía llamamos Antártida Argentina. A este paso todo será peor si no se consolida nuestra presencia en el Atlántico Sur. Lo que es imposible sin decisión política.

Ahí está el ejemplo de los Estados Unidos, país al que tanto imbécil quiere imitar en sus peores rasgos, pero ignorando la astucia y la firmeza con que los Estados Unidos cuidan y resguardan sus bienes naturales y en especial sus grandes ríos: el Missouri y el Mississippi fundamentalmente. En ellos todo lo que se mueve en sus aguas necesita autorización del Estado Nacional y paga impuestos; todas sus costas son resguardadas y controladas por el Ejército norteamericano, como todo lo que sucede en las aguas es responsabilidad de la Marina de los Estados Unidos. E incluso los barcos extranjeros, para navegar en territorio estadounidense deben haber sido fabricados en ese país, que así cuida, preserva y resguarda todo el sistema y por eso, además, tiene acaso el más eficiente comercio exterior del planeta.

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El Estado, en el gran país del Norte, jamás queda reducido a mero administrador de negocios de dragado, puertos de entrada y salida de mercancías quién sabe si declaradas. Y así enseña, involuntariamente, que un Estado que no planifica ni controla la navegación de sus ríos y mares, y no cuida su sistema portuario, y encima desde el extranjero le cambian el nombre a sus ríos para que sus habitantes no se den cuenta del choreo, es un Estado lelo, inane, chirolita y encima barato.

Solo Juan Domingo Perón, en sus dos planes quinquenales, planteó esto. Y a este columnista, que recorre el país y conoce las 23 provincias, no le cabe la menor duda de que el pueblo argentino se levantará un día de estos para recuperar –en paz y en rigurosa democracia– los ríos y las minas, las costas y los mares, las praderas fabulosas y los fabulosos subsuelos. Sólo falta, para conducirlo, quien tenga la honestidad absoluta de conocer y compartir, urgido por empezar la tarea. Como en el 45, como en 2003.

Esta columna está segura de que el pueblo argentino quiere recuperar la soberanía, llamar por su nombre al Paraná, y que en el Magdalena flamee la celeste y blanca. Quizá estemos en la última recta previa a un venturoso futuro.

Mempo Giardinelli

 

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