En la novela «Enjambre», de Joaquín Areta, la historia argentina aparece de manera deformada y se les impone a los personajes, se les filtra en la vida de un modo que ellos no pueden controlar y condiciona las conductas de Iñigo, Carlos y Bairon, los protagonistas de los tres relatos que se entrecruzan durante el transcurso de la trama.

La adultez y la infancia, la historia y la actualidad, el pasado y el presente, son todas falsas dicotomías en «Enjambre» (Adriana Hidalgo), la primera novela de Areta, en la que se entrelazan las vidas de personajes adultos como Carlos e Iñigo -sobre todo este último que está en tensión permanente con su propia infancia y el vínculo con su padre- con la de Bairon, un niño que parece, por momentos, un pequeño adulto, aunque claramente no lo sea.

Areta (Neuquén,1979) trabaja haciendo psicología clínica y en el ámbito carcelario. Publicó dos libros infantiles: «La tarea imposible de Víctor» (2013) y «La babirusa atómica» (2017).

-Télam: ¿El disparador del mundo de las hormigas del primer capítulo tiene algún referente literario?
-Joaquín Areta: El disparador inicial de este capítulo no está vinculado a la literatura. Por ejemplo no recordaba el cuento «Los venenos» de Julio Cortázar hasta que me lo mencionaron y me lo puse a releer. De todos modos no me creo tan omnipotente como para decir que no tengo ningún tipo de influencia de Cortázar. Todos los autores que leemos con pasión e intensidad nos influyen. Tampoco utilicé como referencia «La hormiga argentina», de Italo Calvino, que es un cuento que conocí después y del que me sorprendieron muchísimo las observaciones y descripciones que hace de las hormigas, muy cercanas, algunas de ellas, a lo que yo escribí.

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El disparador fue un dibujo de un perro que hizo un amigo. El perro estaba compuesto por hormigas. Arriba había un texto que decía: «Ahora, cada vez que llamo a mi perro, miles de hormigas me empiezan a ladrar». Esa imagen se transformó en una especie de usina de sentidos adentro de mi cabeza. ¿Por qué ese perro ahora era de hormigas? ¿Estaba vivo? ¿Seguía siendo perro o había cambiado de estado? ¿Quién llamaba a ese animal?

T.: ¿Cómo pensaste esa idea de mostrar el infierno del pasado argentino y el paraíso de la infancia en un mismo espacio territorial?
J.A.:  Bairon es un niño que vive en el barrio Sapere de la ciudad de Neuquén: es un barrio humilde, con una parte todavía más marginal dentro de la misma delimitación territorial y con una historia particular, porque es un barrio que quiso ser desplazado para «civilizar» más esa zona de la ciudad. Está emplazado junto al puente que conecta Neuquén con Cipolletti, y por lo tanto, con los años, fue quedando enquistado en el conglomerado urbano. En ese contexto se desarrolla la historia de Bairon, que colecciona puntas de flecha junto con su amigo, e intenta leer (cuando no lo apedrea para afinar su puntería) un monumento en conmemoración a los pueblos originarios emplazado en la parte alta del barrio. En todo eso hay algo muy distante, porque son hechos de la historia argentina que parecen haber sucedido en el pleistoceno, más para un niño con poca formación y escasa asistencia a la escuela como él, y sin embargo ese monumento, el ambiente físico del barrio en el que vive, la aridez de la bajada hacia el río Neuquén, el río mismo, las bolsas de plástico enganchadas a los alambrados perimetrales flameando por el viento persistente, todo ello conforma un espacio en el que aquella historia tan lejana parece retornar de forma recurrente.

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-T.: ¿Cómo funciona en la novela la relación entre lo cultural y lo natural?
-J.A.: La intersección entre naturaleza y cultura siempre lleva a plantear ideas límite, conceptos límite como «prohibición del incesto» según la antropología estructuralista, o «pulsión» para el psicoanálisis, pero por fuera de concepciones teóricas que intentan delimitar un objeto de estudio, la imbricación entre lo natural y lo cultural es permanente, simplemente funciona en la tensión de la existencia. Algo de esa tensión, o bastante, no lo sé, está planteado en el desarrollo de la trama porque o bien los animales se comportan de manera extraña o bien el comportamiento normal de éstos dispara un conflicto interno dentro de los personajes.

Por ejemplo, para analizar la proliferación de abejas africanizadas (que es un hecho natural, pero al mismo tiempo cultural, porque implica la introducción de una especie exótica que luego se vuelve incontrolable por el éxito defensivo y reproductivo de la especie) el amigo de Iñigo compara eso con la industria automotriz China, una comparación que antes hizo el propio Inigo con las hormigas de su suegro, Carlos. Pero todas esas comparaciones, la antropomorfización de los animales para entenderlos, en realidad plantea un conflicto interno de los personajes, la imposibilidad de controlar lo que sucede con esos animales, pero también la imposibilidad de controlar lo que sucede con lo que sienten y piensan. Por eso Iñigo, que estudia genética de abejas, va a apelar a una resolución poco ortodoxa para resolver el problema de las abejas. Naturaleza y cultura son, para todos ellos, un conglomerado indisoluble, como en la vida real.
 

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– T.: ¿La estructura de tu novela puede pensarse también como un enjambre?
– J.A.: Estructuralmente puede pensarse a la novela como un enjambre, desde el punto de vista de la forma que adquiere el presente perforado por la infancia como un panal, en el que se alojan elementos cuya conjunción es más que la suma de las partes, también por la decantación de sucesos que «enjambran» convicciones al interior de cada personaje y los llevan a desplazarse en el espacio en determinado momento para resolver su situación (no quiero spoilear), y por la forma entrelazada de contacto entre las historias. No obstante, «Enjambre» es un título que surge a posteriori, producto de una brillante visión de Fabián Lebenglik (editor de Adriana Hidalgo) sobre la totalidad de la novela. Durante el proceso de trabajo, la novela tuvo dos nombres: «El apasionante mundo de las lycras sobre ruedas» (por el papel protagónico del universo del ciclismo), y «Los colores apagados de las cosas». Pero «Enjambre» verdaderamente representa lo que yo quise escribir.

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