La relación escritor-lector que viene siendo pensada desde Aristóteles y fue reformulada por los patafísicos y las vanguardias históricas con la idea de romper la frontera entre creador y receptor, recobra aires experimentales a través de distintas propuestas lúdicas impulsadas por escritores como Guillermo Martínez, Claudia Piñeiro, Santiago Llach o Pablo Maurette, quienes en estos días de encierro y redes sociales lograron desvanecer esos límites para dar lugar a interesantes ejercicios de creación colectiva.
 

«La pandemia y la cuarentena provocaron cambios drásticos en prácticamente todos los ámbitos de nuestras vidas, salvo uno: la existencia virtual que tenemos en las redes sociales. Hace mucho ya que somos seres anfibios y que vivimos la mitad del tiempo en las redes», cuenta a Télam el escritor y docente Pablo Maurette, quien desde hace algunos años invita a lecturas compartidas de clásicos a través de las redes y por estos días lanzó una convocatoria para leer colectivamente siete tragedias de Esquilo bajo el hashtag #Tragedia2020

Maurette sostiene que la gente no tuitea necesariamente más porque está en cuarentena: «Las lecturas colectivas no funcionan mejor porque la gente está en encerrada en su casa. Creo que nada de eso cambió. En todo caso, ahora que es la única forma de comunidad que podemos cultivar y vemos que no está tan mal a fin de cuentas, que no nos aliena y que no nos deshumaniza tanto como pensaban algunos.»

Y respecto de la relación entre escritor y lector, el investigador radicado en Estados Unidos piensa que «todos somos escritores y lectores, todos somos público, autor y crítico en ese texto infinito que es el timeline. Cada tuit vale lo mismo y algo que escribe un desconocido puede perfectamente viralizarse mientras que la fama de alguien fuera de las redes no garantiza el éxito ni la popularidad en ellas», analiza.

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Por otro lado Santiago Llach, el escritor que organizó el Mundial de Escritura en el que se inscribieron cerca de 2800 personas asegura que «lo que se juega es la tensión entre la visión romántica que hace 200 años consolidó la cuestión del arte como producción individual afirmando la irracionalidad y la subjetividad, y la aparición de internet, que desde hace un par de décadas empieza a retomar el legado de las vanguardias históricas que instaron a crear de manera más colectiva. Es algo que Borges también trabajó mucho: esta idea de revertir la posición del autor y del lector».

«En efecto, internet habilita este tipo de experiencias en las cuales las formas tradicionales de la literatura moderna, la figura convencionales de autor, texto, narrador y lector, se ven modificadas -postula-. En efecto, muchos leen mejor que uno solo y estas lecturas fragmentarias y colectivas de algún modo vuelven al origen de la literatura que era oral y eran versiones corregidas de las historias de los héroes cantadas junto al fuego, sin una autoría precisa sino como producción colectiva», destaca Llach.

«Me parece que estas experiencias de algún modo toman toda esta tradición que si se quiere es la más clasicista, artesanal o incluso del arte de pensar en términos de gremios medievales», dice Llach, quien posteó que ya se escribieron más de 70 millones de caracteres en lo que lleva el Mundial de Escritura, un promedio de once millones y medio de palabras.

También el escritor Guillermo Martínez lanzó hace unos días una convocatoria para armar un texto conjunto a la manera de un «cadáver exquisito», la técnica de creación colectiva surgida del surrealismo que se plantea como una especie de juego donde cada participante hace su aporte sin saber qué se les ocurrirá a los demás. La iniciativa fue tan exitosa que el autor de «Crímenes imperceptibles» terminó por coescribir 12 cuentos y luego pasó la posta a otros narradores como Claudia Piñeiro, Enzo Maqueira, Máximo Chehin y Juan Carrá.

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«Fue un intercambio verdadero con el otro -resume Piñeiro-. Yo lo hice entusiasmada por Guillermo, pero la verdad que superó mis expectativas porque sabía que iba a ser como mucho trabajo (que lo fue), pero no pensé que me iba a divertir tanto siguiendo los cuentos con cada uno de los participantes».

La autora apunta que pasó por distintas instancias desde que empezó la cuarentena: al principio sintió la necesidad «de aportar algo de sacar el otro de la cuarentena» y arrancó leyendo la primera parte de su nueva novela, «Catedrales», para luego seguir reproduciendo textos no propios.

«Durante bastantes días a una hora de la tarde yo leía, me filmaba, lo subía a Instagram y lo anunciaba también en Twitter o en Facebook… fue muy bueno porque generó mucha repercusión», cuenta Piñeiro.

Para la autora de «Tuya» y «Elena sabe», lo que tuvo de diferente la idea de Martínez con respecto a las lecturas fue «la interacción con el otro, alguien que del otro lado recibía lo que le sugerías. Nosotros recibimos lo que la gente proponía y seguimos en esa dinámica de intercambio».

«Nunca me hicieron tantas notas por algo tan elemental. Hay toda una tradición en el ajedrez de simultáneas y yo solo traspolé esa idea a Twitter -confiesa Martínez-. Comparto con Claudia que fue divertido y con mucha adrenalina, porque había que seguir unas 15 historias a la vez. Me ayudó bastante que me reservé el tuit de plata, la posibilidad de rematar la historia con un tuit extra al final por única vez.»

Martínez resalta también una iniciativa colectiva que organizó «una chica muy joven, Ernestina Gatti, que se llama ‘Leer la puesta de sol’. Ahí hay una juntada en Instagram en que cada escritor elige un fragmento, y lee unos diez minutos».

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Entusiasmada con estas dinámicas del intercambio con los lectores, Piñeiro cuenta que estuvo horas tratando de aprender a usar la aplicación Zoom para dar clases: «Me tienta invitar a gente que se quiera sumar a una clase abierta sobre algún tema. Me dan ganas de hacer esas cosas donde participamos de verdad con el otro a pesar de estar lejos, a pesar de la cuarentena y gracias a la tecnología que cada día vamos aprendiendo a manejar mejor».

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