Juan Schiaretti dio una muestra más de que pretende extender hasta el filo de su larga estadía en el poder provincial el control total de la legitimidad que conquistó en las urnas en 2019.

Ese abrumador 57 por ciento con el que recargó sus tanques de oxígeno político –ayudado indisimulablemente por la fractura opositora– es dosificado con las dotes de administrador que hasta sus más acérrimos opositores le reconocen.

Schiaretti brindó ayer en la Unicameral su último discurso provincial de peso. Con tono institucionalista, moderado y racional, el mandatario priorizó el presente sobre el pasado. Renunció así a la tentación y a la pretensión del bronce propio, lo que lo hubiera posicionado en el lugar de quienes comienzan a despedirse. Hay tiempo para eso, pareció decir el tres veces gobernador.

El líder del peronismo cordobés dejó claro que la jubilación política es una ruta a la que no quiere subirse aún. Schiaretti tomó la decisión de embarcarse en un proyecto nacional abrumado por las incertidumbres propias de una escena polarizada, en la que la única novedad hasta ahora (posiblemente taquillera) es Javier Milei, un prototipo de político que es la antítesis del cordobés.

El gobernador fue austero y medido, tanto para exponer sus aciertos de gestión como para ocultar sus yerros, que en los últimos meses de 2022, y para pesar del oficialismo, tuvieron su momento de máximo esplendor.

Los opositores hablaron de un discurso “pobre”, “alejado de la realidad” y con la aspiración “fallida” de trascender las fronteras de Córdoba.

Al repasar ligeramente el plan de obras “más importante” de Córdoba, Schiaretti no reparó, sin embargo, en clarificar si antes de concluir su gobierno dejará o no los recursos para cancelar la primera cuota importante de los vencimientos en dólares de buena parte de todo ese progreso en infraestructura que comenzarán a pagar los cordobeses y que deberá ser afrontado por las futuras administraciones.

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Entusiasmado con su salida nacional, Schiaretti aprovechó la vidriera pública que brinda cada año la apertura de sesiones para hablarles también a quienes aún no lo conocen, que son mayoría fronteras afuera de Córdoba. Son personas a las que el gobernador necesita llegar para alimentar su sueño emancipador, el mismo que José Manuel de la Sota no pudo cumplir con su derrotada precandidatura de 2015 y el que años más tarde quedó trunco por una fatalidad vial, cuando intentaba construir su segunda oportunidad.

Lo dicho sin decir de Schiaretti

Dentro del recinto, Schiaretti no hizo referencia alguna a su sucesión, asfaltada para Martín Llaryora desde el triunfo capitalino de 2019. No se trató, por supuesto, de un olvido. Schiaretti pretende ejercer el poder hasta el último día de su mandato.

Su candidato y heredero sin competidores del poder y sin la estructura territorial del peronismo volvió a certificar que el que manda es quien gobierna. Y lo acepta, a la espera de que, elección mediante, le llegue el turno de usar los atributos de los que hoy no dispone y que en parte padece.

Esa expectativa, de todos modos, no es suficiente para apaciguar el descontento que el llaryorismo expresa en privado por la estrategia –fijada por Schiaretti– de que en la provincia se vote más cerca de las Paso programadas para el 13 de agosto, una decisión subordinada al nuevo e incierto objetivo nacional.

El gobernador Juan Schiaretti inauguró el período de sesiones ordinarias en Córdoba. (Nicolás Bravo / La Voz)
El gobernador Juan Schiaretti inauguró el período de sesiones ordinarias en Córdoba. (Nicolás Bravo / La Voz)

“De la Sota hacía todo para garantizarle las elecciones a Juan, y Juan hace todo para complicarle la elección a Martín. Todos los gobernadores ponen la fecha entre el 7 y el 14 de mayo, fecha en la que se votó la última vez para gobernador en Córdoba. Que se haga cargo de los riesgos”, deslizan por estas horas allegados del intendente, sin diplomacia alguna,

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Schiaretti –y se presume la maquinaria de Hacemos por Córdoba en su conjunto, cuando se active oficialmente la campaña– plantó una batalla en el campo de lo simbólico que hasta ahora nunca había activado el peronismo: el concepto de “cambio”, principal atributo opositor, aparece ahora en discusión.

Ese duelo es el reconocimiento explícito de que los 24 años en el poder que va a cumplir el peronismo son, además de un activo, un lastre que se hace imperioso resignificar antes de la próxima y decisiva prueba electoral.

“El cambio no es una consigna electoral, no es un momento ni una oportunidad electoral. El cambio es un proceso constante de transformación, porque la sociedad está en constante cambio. Y el cambio que venimos haciendo todos estos años en Córdoba es algo que está a la vista y ya nadie puede negar”, planteó Schiaretti a metros de Luis Juez y de Rodrigo de Loredo, los máximos exponentes del cambio que encarna la oposición desde 2015.

Con receta aggiornada y un objetivo nacional que todavía sigue en el terreno de la construcción, Schiaretti avisó que su poder en Córdoba expira el 10 de diciembre, no antes.

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