¿Hizo bien Máximo Kirchner en renunciar a su cargo? ¿El entendimiento con el FMI pudo o debió ser otro? ¿La renuncia debilita al gobierno y lleva al kirchnerismo a un repliegue peligroso? ¿La salida era el default? Preguntas, antes que juicios sumarísimos a quien sea.

Si Máximo Kirchner renunció a la presidencia del bloque de diputados del FdT por desacuerdos serios con el acuerdo con el FMI se supone que cuando haya que votar por ese acuerdo su voto, y el de la mayoría de los diputados kirchneristas o cristinistas, no será positivo. Si hiciera lo mismo -mera hipótesis- una parte significativa de Juntos por el Cambio (macrista o radical), los autodenominados libertarios y el FIT, podría suceder que el acuerdo con el Fondo se cayera.
Si el acuerdo se cayera… Ni Puta Idea. Otro acuerdo (¿mejor?, difícil que el Fondo chifle) o default.

Default es una palabra que evoca un poco a esas viejas películas en que Woody Allen se angustiaba pensando en la muerte. “La Nada”. ¿Qué es La Nada? ¿Cómo que Nada? Pavor. El default –no lo dicen solo los odiosos neoliberales- es incertidumbre, es meter en un experimento peligrosísimo a cuarenta y pico millones de argentinos. Habrá quien pueda invocar historia económica y decir lo contrario. El que escribe no se atreve con eso. No es “economista” (cosa que no garantiza nada porque las ciencias económicas son gomosas, más que imperfectas y se cruzan con otras muchas ciencias y realidades). El que escribe no vende certezas, ni sabe cómo se pudo negociar mejor con el Fondo, ni va a cometer la estupidez periodística, política y humana de “juzgar” la renuncia de Máximo Kirchner, con un golpe de martillo de madera. El que escribe solo plantea preguntas, presenta alguna que otra complejidad que permita pensar… vaya a saber qué.

Antes que el default, dijeron más o menos los voceros oficiales más oficialistas, lo mejor sería “el mejor acuerdo posible”. No dijeron que el mejor acuerdo posible necesariamente contendría alguna pálida más que importante porque así no se hace política ni se gobierna un país, diciendo qué cagada me mandé. En todo caso dijeron eso: el mejor acuerdo posible con el FMI es uno que nunca va a ser una maravilla ni algo a festejar. También es cierto lo que suele decirse: en todo acuerdo ambas partes pierden algo.

Dieron a entender o dijeron desde Guzmán a AF que el Fondo cedió y tienen alguna razón cuando dicen: acá no hubo ni reformas estructurales, ni reforma jubilatoria, ni Déficit Cero Ya al estilo De la Rúa. Pero sí se comprometieron a una reducción fortísima más que progresiva del déficit de aquí a tres años. Eso y pagar la deuda odiosa contraída por Macri. Impagable. Perfectamente podrá suceder que al que le toque pagar mucho dentro de un tiempo no tenga con qué hacerlo. Entonces dirán los futuros turros del Fondo: para pagarnos te faltaban todas las reformas estructurales, estatizar el Banco Nación, acabar con los planes sociales, asesinar a los jubilados, rematar escuelas y hospitales y revender en los bares los calzones de toda la población. Podría pasar.

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Quién tiene la deuda más larga

Pelear contra el Fondo con argumentos tan ciertos como que el Fondo fue co-responsable al ¿regalar? el préstamo más bruto de su triste historia, que fue chanta, cómplice, que le dio una mano evidente a Macri, o que la cosa no pasó por el Congreso es argumentativamente válido y políticamente e instrumentalmente nulo. Es lo que al menos cree el que escribe y más lo que cree cuanto más brutal se pone el mundo. Es como pararse ante la sede del FMI sobre un banquito, espetarle todo eso, gritarle “¡¡Te voy a investigar!!” y que el FMI se agarre visiblemente los huevos, te los muestre, se cague de la risa y te diga como decíamos los pibes: uy, qué miedo que te tengo. Lo da a entender Máximo en su comunicado: “el FMI demuestra que lo importante no son las razones ya que sólo se trata de fuerza”.
¿Cuál era la salida elegida o exigida por Máximo o el cristi-kirchnerismo? Este cronista no la conoce. ¿El lector sí? ¿La militancia sí? ¿La sociedad? ¿Es un desacuerdo ideológico ayuno de una alternativa instrumental, superadora de lo hecho por Fernández-Guzmán?

Escribió Máximo Kirchner en su comunicado –que como suele ser en él tiene algo de muy humano- “algunos se preguntarán qué opción ofrezco. En principio, llamar a las cosas por su nombre”. Pero de lo que habla no es de alternativas instrumentales, sino de pelearla más (¿cómo? ¿apelando a qué? ¿durante cuánto tiempo mientras el país espera?). Cuando Máximo escribe “llamar a las cosas por su nombre” refiere a experiencias pasadas, únicas, no necesariamente repetibles. El default que heredó Kirchner alivió su gestión, sí, así como la pelea que dio ante otro tipo de acreedores, atomizados. Pero ningún episodio histórico es calcable y la debilidad argentina del presente es de otro tipo. O lo es por lo menos la debilidad del gobierno de Alberto Fernández en una etapa en que nuestra sociedad, América Latina y el mundo son otros.

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Más preguntas. ¿Es justo comparar la renuncia de Máximo con la de Chacho, que tuvo un poco de me voy ahora porque las papas queman? No parece que haya ocurrido esto último, lo de las papas. ¿Alberto hizo o le hicieron este acuerdo suponiendo -como Macri- que ya se verá a quién le toca garpar, que se joda el que viene? ¿Fue aún más calculador, diabólico, y cree que tendrá dos años por delante no tan jodidos, que le irá más o menos bien, que las próximas elecciones las ganará la derecha, que a la derecha sí le va a ir para el orto con el acuerdo, y que entonces él va a volver para ser mejor? No, muy complicado.

¿La renuncia de Máximo Kirchner debilita al Frente convocado por su Madre Jefa? Sí. No es dramática, tampoco ayuda, el tiempo dirá. Quién te dice que a la letra chica que falta acordar con el Fondo el gobierno la discuta con mayor fiereza, como cuando puteó Cristina tras la derrota electoral y algunos se pusieron las pilas.

¿La renuncia conduce a lo que temen unos cuantos en relación con el futuro del kirchnerismo? ¿A encaminarlo a ser una fuerza testimonial? En principio la expresión fuerza testimonial no es del gusto de quien escribe por tener algo de peyorativa. Pero sí, proyectando demasiado, muy demasiado, es verosímil pensar que el kirchnerismo en su repliegue sobre sí mismo se reduzca, que permanezca medio solari por un tiempo largo y que lo que quede de peronismo se convierta para toda la eternidad en una fuerza de centro tirando a centro-derecha que esperará turno para hacer vaya a saber qué.

Última pregunta: ¿es cierto lo que dijo Alberto, que Cristina no respaldó la decisión de Máximo, aunque tiene “discrepancias” con el acuerdo? Por ahora Cristina calla y acaso otorgue. Es posible que hable antes de que se publique esta nota y las cosas se pongan más sinceras y más espesas.

¡Ah, los dilemas éticos!

La renuncia de Máximo puede discutirse también invocando el dilema entre una ética de las convicciones y otra de la disciplina partidaria. El FdT está remotamente lejos de ser un partido (¿qué cosa hoy es un partido?) y eso le da aire a Máximo para hacer lo que le dicte su conciencia. Puede decirse que ambas, la ética de las convicciones y la de la disciplina (entendida como disciplina al servicio de una causa colectiva, proyecto colectivo que trasciende a uno) tienen en la mejor de las viejas versiones valores nobles y que hay una suerte de empate inestable ahí, que una no es mejor que la otra, que hay conflicto, y que en estas épocas de individualismo y capas caídas es más comprensible ir por la vida con la ética de alguna que otra convicción, si se la tiene. A la vez, un luchador incuestionable y buena persona, Luis Zamora, amasó entre la ética de sus convicciones y su narcisismo, unas cuantas macanas… para nunca armar nada. Paradoja: se supone que en las izquierdas debería imponerse la ética de la disciplina partidaria por aquello de Lenin, el viejo Stalin o algún monstruo parecido. Pero se rompen las izquierdas por éticas de la convicción, narcisismos también y alguna que otra cosa medio retorcida, sufrida, redentora, intensa, algo judaica.

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En alguna nota pasada mencionamos una encuesta de Ricardo Rouvier que decía que la gran mayoría de la población opinaba que hay que pagar la deuda. Eso dicen las mayorías, aunque no tengan ni la más remota idea de cómo pagarla ni de las consecuencias de hacerlo. Otra encuestadora, Analogías, acaba de informar que según un trabajo propio solo el 43,3% de la población sabe que la deuda a negociar con el FMI la contrajo el amigazo Macri. 30% no sabe nada. El resto (26 y algo) dice que fue Alberto Fernández. Los números no varían demasiado “según el nivel de instrucción”; vamos todavía.

A la hora de dar peleas políticas, como el acuerdo con el FMI, ese tipo de variables tienen mucho peso. Hay que tener con qué, una sociedad, o un buen cacho de sociedad detrás, sin ir más lejos. Hay momentos en que uno piensa que, si la Patria es el otro, estamos jodidos.

Nos esperan más años fuleros, otra vez deuda por deuda, otra vez sopa. Leopoldo Moreau acaba de decir que se intentará modificar el acuerdo -o el entendimiento, que no es exactamente lo mismo- cuando se discuta en el Congreso. Puede que algo cambie. Porque pese a todo y a Fukuyama, la historia nunca tiene fin.

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