uatro años después, la elección que no pudo darse en 2018 porque uno de los dos candidatos fue proscripto y enviado a prisión, se realizará finalmente. Ahora sin un juez que oficie de árbitro, como ocurrió con Sergio Moro, exministro de Justicia de un gabinete castrense y actual asesor del militar-presidente, Jair Bolsonaro buscará su segundo mandato y Lula da Silva intentará regresar por tercera vez al Palacio del Planalto. Dos hombres,  y de convivencia democrática, dos políticos que se detestan y no lo disimulan. La decisión recaerá en los 156 millones de votantes que tiene el padrón más grande de América Latina. Y será después del primer turno en que el histórico líder del Partido de los Trabajadores (PT) le sacó una diferencia de casi 6,2 millones de sufragios de ventaja. Ahora las últimas encuestas le dan un porcentual mayor que aquel 48,43% a 43,20% del 2 de octubre. Según de qué consultora se trate, la diferencia oscila entre 4 (Datafolha) y 8 puntos (IPEC).

Clima enrarecido

Brasil vive en tensión como nunca en su historia democrática desde 1985, condicionado por la gravedad institucional de hechos que quedaron en la memoria colectiva. El impeachment contra la expresidenta Dilma Rousseff del 31 de agosto de 2016 y la detención de Lula tras el proceso judicial que condujo Moro y terminó con sus condenas anuladas en marzo de 2021. A ese clima político, de por sí enrarecido, contribuyó la dialéctica confrontadora del actual mandatario. Su estrategia de continuar aferrado al poder mediante un cóctel de amenazas al orden institucional y fake news (ver pag. 5) hizo lo demás. Y le valieron un creciente aislamiento internacional.

El electorado no solo definirá hoy al nuevo presidente. En doce estados – tres de ellos muy importantes, San Pablo, Bahía y Rio Grande do Sul – habrá segunda vuelta para definir quién se queda con la gobernación. Los restantes son Alagoas, Amazonas, Espírito Santo, Mato Grosso do Sul, Paraíba, Pernambuco, Rondônia, Santa Catarina y Sergipe.

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En la capital paulista Lula cerró ayer su campaña con una caminata y no fue por azar. Su candidato, Fernando Haddad, aspira a dar vuelta el resultado del primer turno. Lo derrotó el ex ministro de Infraestructura de Bolsonaro, Tarcisio Gomes de Freitas, por amplia diferencia. Pero en las últimas encuestas el ex presidenciable del PT se le acercó bastante. San Pablo es clave porque se trata del estado más populoso de Brasil. Tiene una cantidad de habitantes muy semejante a la de toda Argentina.

Voto obligatorio

En este país el voto es obligatorio desde los 18 años y los mayores de 70 pueden optar por no hacerlo. A diferencia de lo que sucede en la Argentina, a la hora de presentarse ante la urna electrónica, vale lo mismo la cédula de identidad, la licencia nacional de conducir (CNH), un carnet de la seguridad social, el pasaporte, un certificado de militar reservista, la tarjeta de trabajo o cualquier otro documento con foto.

El alto porcentaje de abstención en la primera vuelta – casi el 20 por ciento del padrón y 32 millones de electores – señala que en esa porción insoslayable de ciudadanos puede estar la clave del resultado de hoy. Aunque no participaron en aquella elección, no tendrán impedimentos para hacerlo en esta segunda y decisiva instancia.

A ellos apuntó sobre todo Lula, el candidato que según diferentes analistas habría sido el principal perjudicado por las abstenciones del 2 de octubre, cuando arañó el 50 por ciento de los sufragios válidos. Su perfil de votante, humilde y ubicado en las barriadas más populares, con dificultades económicas para viajar, no se hizo presente hace 28 días en las localidades donde está empadronado, a menudo situadas a grandes distancias en un territorio inmenso como el brasileño.

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¿Cambio de actitud?

En esta víspera complicada, de operaciones y acusaciones cruzadas donde la elección se juega más en las redes sociales que en las calles, ocurrieron algunos episodios llamativos. El actual presidente tuvo una actitud desusada. A contramano de lo que venía sosteniendo –sus denuncias de fraude y de que condicionaría su aceptación de los resultados al veredicto militar -, Bolsonaro declaró: “No existe la más mínima duda. El que obtenga más votos gana. De eso se trata la democracia”. Su comentario fue un baño de realismo. Lo hizo la noche del viernes después del debate presidencial en los estudios del grupo Globo y ante la presentadora de esa cadena, Renata Lo Prete.

La conducta que el político ultraderechista no había tenido en toda la campaña, ¿acaso fue un acting para mostrarse más moderado en el cierre de una elección donde lo dan perdedor todas las encuestas? Si fuera por el desprecio que mostró hacia el periodismo en los últimos días, podría afirmarse que le prepararon un guión a medida. Luego del debate con Lula en Rio de Janeiro, el periodista del diario Folha de San Pablo, Ítalo Nogueira, le hizo una pregunta incómoda sobre una de las habituales fake news con las que persiste en atacar a Lula. Que el líder del PT había visitado en el Complejo carioca de Alemao a un narcotraficante, algo que se probó no es cierto.

El presidente le preguntó en voz alta en la conferencia donde lo acompañaba el ex juez Moro: “¿Usted me llama mentiroso?” A lo que siguió su intempestiva retirada después de la larga confrontación televisiva con el dirigente que intenta arrebatarle la presidencia.

Calles violentas

La temperatura de la calle no es más amigable que la que se respira en el mundo virtual, donde el bolsonarismo hace pata ancha. Ayer la diputada del Partido Liberal por San Pablo y aliada del presidente, Carla Zambelli, corrió a un hombre mulato por el barrio Jardins, uno de los más acomodados de esta ciudad. Dijo que la había agredido, tomó un arma y cruzando la calle caminó unos pasos apuntando hacia adelante hasta meterse en un bar. Ahí estaba el presunto atacante que, como lo probó un video, no la golpeó e hizo todo lo contrario. Intentó alejarse del lugar en minoría porque también se vio cómo le tiraban zancadillas otras personas que acompañaban a Zambelli.

Por una modificación de la ley electoral en 2021 y el aumento exponencial de las armas en manos de civiles en el país, la diputada con su arma de puño nunca podría acercarse a menos de cien metros de cualquier colegio electoral. Cometería un delito en flagrancia si este domingo hubiera pasado cerca de una escuela apuntándole a una persona. El hecho tuvo mucha repercusión en los medios. Es casi una postal de la desmesura con que se vive y además refleja cómo se llegó hasta acá en esta elección decisiva que mantuvo en vilo durante un mes a Brasil.
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