Luis Gusmán

Luis Gusmán

Villa es un personaje central de la literatura argentina, protagonista de la novela homónima escrita por Luis Gusmán que describe la vida de un oscuro médico y su esposa, que trabajan en sanidad del Estado en los 70, una época de torturas, desaparecidos y gente con el alma anestesiada que en su flamante reedición a 25 años de su publicación original sigue demostrando, como dice su autor, que «el mundo nunca ha sido un lugar seguro». 

El protagonista del libro es «un mosca», una persona que revolotea alrededor de un «grande» para tratar de volar alto. Es un médico que va viendo cómo acomodarse dentro del sistema político, sin importarle la violencia a su alrededor, durante un gobierno donde la figura del ministro José López Rega va creciendo. La novela reeditada por Edhasa con un prólogo de Jorge Panesi, refleja en primera persona el aparato estatal de la tortura y desaparición sin un solo reflejo de moral. 

Gusmán autor de «El frasquito» y «En el corazón de junio» entre otras novelas y ensayos como «La ficción calculada» y «Kafkas», en esta edición aniversario de «Villa», muestra cómo una obra se va convirtiendo en clásico, por el simple hecho de permanecer vigente a través de generaciones, con cada nueva lectura y cada nuevo lector. 

– Télam: ¿Cómo pensás que se articula «Villa» con la literatura sobre los 70?
– Luis Gusmán: Villa respecto a otras novelas de la década del 70 escritas sobre el tema, dispuso para mi entender, de una ventaja: el tiempo transcurrido de los acontecimientos que narra.

En los 70, teníamos que encontrar en plena dictadura las maneras de evadir la censura real ejercida por los aparatos del Estado. «El frasquito» había sido prohibido en enero de 1977. Entonces algunas de esas novelas del 70, como «Cuerpo velado», tenían que apelar a la alusión, al escribir entre líneas, a la alegoría, y otras veces a un género literario que «de alguna manera las «enmascarara». «Villa», escrita y publicada ese mismo año en 1995, corría ya el riego de transformarse en una novela «histórica». Pero en veinte años (1975-1995) las circunstancias históricas y la lengua habían cambiado. Creo igual que como los personajes no están tomados por lo referencial, permiten que lo que se cuenta «suceda» en el momento histórico en que se está contando: 1975/76.

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– T.: En el transcurso de la novela la muerte es central ¿Cómo pensás en esta y en el resto tu obra la diferencia de la muerte natural con la muerte violenta?
– L. G.: Sí, una diferencia excluyente. La muerte no es abstracta. En la época de la Triple A y la dictadura, asesinato, desaparición de los cuerpos. El lema siniestro: «desaparecidos». En mi libro «Epitafios» me ocupo de ese tema y por eso en su reedición se agregaron más trabajos sobre el tema. A lo ya trabajado como los recordatorios publicados en el diario Página 12 cuya «aparición» diaria era una presencia insoslayable de lo que no se podía hacer desaparecer: un nombre, una historia, una memoria. Por eso en ese agregado me ocupé del «tránsito» siniestro de los cadáveres. A esa parte del libro la titulé: «La política de los huesos».

«En los 70, teníamos que encontrar en plena dictadura las maneras de evadir la censura real ejercida por los aparatos del Estado»

– T.: ¿La muerte en los 70 tenía el mismo sentido que la actual?
– L.G.: Hay dos hechos que me parecen relevantes. Uno si quiere, es metafórico. En la película: «Los días de junio» (1985), de Alberto Fischerman, hay una escena de quema de libros, entre ellos, «El frasquito». Sucede que el libro quemado era de la edición que se publicó con la llegada de la democracia en 1983 y se levantó censura. Posiblemente un error, pero lo que me importa es que cuando opera una censura desde el Estado eso podría volver a pasar.

En el 2002 publiqué «Ni muerto has perdido tu nombre». Es decir, una frase de «La Odisea», donde aún muerto, el derecho a la muerte escrita obliga al Estado a que figure el nombre, la fecha, y la causa y lugar del deceso. La novela es la historia de dos torturadores (Varela y Varelita) que han guardado cartas que obligaron a escribir a los secuestrados antes de hacerlos desaparecer. Con eso, seguían extorsionando a los familiares vivos, mintiéndole acerca de que los desparecidos podían estar vivos en algún lugar. No podemos decir que mi novela anticipa la desaparición de Julio Jorge López en el 2006, pero sí que ese «modus operandi» siempre puede volver a funcionar.

– T.: ¿Cómo es esa continuidad del loperreguismo con la dictadura militar? 
– L.G.: La continuidad está en «Ni muerto has perdido tu nombre» cuando Varelita habla del «modus operandi». Posiblemente lo que se resolvía en enfrentamientos armados, aunque fuesen «armados» todavía aparecían los cuerpos; es una diferencia no menor. Por otro, pone más al desnudo la connivencia de ciertos sectores políticos de ultraderecha con esa práctica que se prolongaría posteriormente. Es decir, lo que se conoce como «el huevo de la serpiente»

– T.: Para Villa el mundo es un lugar cada vez menos seguro ¿Qué lectura podés hacer vos entre ese mundo del protagonista y el actual?
– L.G.: Si se quiere, en todos los tiempos de la historia hubo y habrá personajes como Villa. Por eso, insisto en Varela y Varelita que de alguna manera son un retorno de Villa, solo que son un dúo, eso los vuelve más siniestros. Aunque Villa y su mujer forman una pareja siniestra. Es posible que el mundo nunca haya sido un lugar seguro. La inseguridad se desplaza. Pero conocemos cómo cierta política neoliberal fogonea la inseguridad, reduciéndola a lo delictivo. La política de la inseguridad como política, si tiene un parecido a la instrumentación de una política del miedo, por miedo a otra política.

– T.: ¿Cómo se actualiza en este momento de pandemia mundial una novela donde la política, la salud y la burocracia son temas centrales?
– L. G.: Me parece que hay un tema que pertenece a la salud pública y otro a la burocracia. Es un problema mundial que se articula en cada país de manera singular. En el nuestro, hubo en principio un compromiso de la ‘polis’ que suponía una unidad ante el flagelo.

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Duró poco. El ejemplo más fuerte fue cuando desde los balcones se aplaudía a los trabajadores de la salud que exponían su vida para salvar otras. Fue un hecho público que a un médico y a una enfermera no los dejaron entrar en el edificio de departamentos donde vivían, por temor al contagio. Me impresionó porque entonces quiere decir que lo que sucedía, era como una obra de teatro que se miraba desde los palcos. Cuando uno de los actores reales bajo de la escena, una verdad siniestra salió a la luz.

«El neoliberalismo ha impuesto como lema «El fantasma de la libertad» hasta transformar el uso o no uso del barbijo en una elección de libertad individual, cuando es una cuestión de responsabilidad social»

– T.: En ese mismo sentido ¿Cómo se repiten las grietas incluso en la salud, de la vacuna de la polio a la vacuna del covid-19?
– L. G.: La polio la viví de muy chico y era un miedo pánico que nuestras madres combatían con alcanfor y cruces o medallas milagrosas en el pecho. En la calle, recuerdo los árboles pintados con cal blanca. En la novela, creo recordar, es algo que sucede en la infancia del personaje. Sucede que quizás por la circulación de las noticias y de los cuerpos la cosa no se expandía como pandemia sino como epidemia. Por supuesto, no me refiero a datos estadísticos. Es posible que de chico uno tiene menos miedo, aunque la polio parecía afectar más a los niños que a los ancianos. No son datos estadísticos. Pero sería bueno sobre la comparación entre la Revolución Libertadora» y la vacuna analizar cómo se instrumentó políticamente esa epidemia.

Hoy el neoliberalismo, para decirlo, con palabras de la película de Buñuel, ha impuesto como lema «El fantasma de la libertad» hasta transformar el uso o no uso del barbijo, en una elección de libertad individual cuando es una cuestión de responsabilidad social.

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