El país ibérico pondrá fin a cuarenta años de bipartidismo y abrirá una nueva etapa en la que los gobiernos serán conformados por una coalición de partidos.

España se abre a una de los comicios generales más transcendentales desde el fin de la dictadura franquista. Cualquiera sea el resultado que reflejan las diversas encuestas, está claro que el país ibérico pondrá fin a cuarenta años de bipartidismo, y que, al mismo tiempo, abrirá una nueva etapa en la que los gobiernos serán conformados por una coalición de partidos. Por otra parte, el ejecutivo que resulte del voto ciudadano decidirá la suerte de cuestiones centrales de la nación como el conflicto territorial en Cataluña, el avance o el retroceso de los derechos de la mujer, y el devenir económico de un país con el mayor desempleo juvenil de la Unión Europea.

A pesar de esa relevancia, y de una de las campaña electorales más crispadas de los últimos años, con la irrupción de la ultraderecha, y los principales candidatos a la presidencia torpedeándose unos a otros con acusaciones de falsedad, y agravios como “felón”, o “traidor”, la indiferencia y la confusión han dominado a casi la mitad del electorado español, que ha mantenido la indecisión sobre su voto hasta las últimas horas.

Isabel Alegre es una de las que integran esa porción de ciudadanos que dudó hasta último momento sobre el partido que votaría, aunque ha mantenido el compromiso de sufragar desde su primera votación. “Es la primera vez, y además coincido con mucha gente de mi entorno, que no tenía claro a qué partido votar. No me ha gustado ningún discurso de ninguna fuerza, ni me gusta cómo están haciendo política”, afirma Alegre que reside en Madrid, pero ha votado en Cataluña, donde ha nacido, a través del voto por correo. “El debate catalán está colapsando mucho las elecciones, y no he encontrado ninguna fuerza que se refiera a cuestiones sociales como la falta de trabajo para los jóvenes, la violencia contra la mujer, o la cuestión de los migrantes”, afirma desencantada.

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En los últimos días antes de los comicios, Alegre se decidió por apoyar a Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). El principal partido catalán de izquierdas e independentista, cuyo líder Oriol Junqueras está siendo juzgado estos días por la organización del referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017. “Poniendo al margen la carga nacionalista con la que no empatizo, su visión social y su programa político me encaja”, explica.

Consultada sobre cómo debería abordarse el conflicto territorial en su comunidad, Alegre afirma que la independencia no va a solucionar los problemas sociales, pero que el reclamo es una forma de presionar a Madrid para que entienda que el sistema regional vigente no funciona.

Carmen de Porras reside en la comunidad autónoma de Canarias, el archipiélago ubicado en el Océano atlántico. “Iré a votar pero no tengo claro a qué partido, aunque sé que me inclinaré por la izquierda. En el 2016 voté por Podemos porque me parecía algo innovador y diferente a lo que había, pero me he desencantado en el último año, y no sé si votaré por ellos o por el PSOE”, afirma haciéndose eco de un panorama que han reflejado las encuestas, otorgándole al partido que lidera Pablo Iglesias entre quince y veinte escaños menos que en los comicios de junio del 2016.

Una de las claves en el origen de la confusión de Porras, es la profusión de mentiras y fake news que se han visto en la campaña electoral. “Hay tantas noticias falsas, y salen verdaderas noticias exageradas tanto de un lado como de otro, que no te puedes fiar de nadie”, afirma esta joven ingeniera en informática que sin saber a quién votar, tiene claras las prioridades que debería tener un próximo gobierno. “La educación, la sanidad, la cuestión laboral, la igualdad entre mujeres y hombres, y los inmigrantes”, precisa.

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Alejandro Sánchez es investigador y doctorando en Filosofía en Madrid, pero su comunidad natal es Ceuta, la península española ubicada en la orilla africana del estrecho de Gibraltar. En las elecciones generales del 2016 no votó, pero sí se decidió a hacerlo en esta oportunidad porque cree que está mucho en juego. “Intentando el mal menor, me he decidido por el bloque que defiende la unión de España”, dice refiriéndose al Partido Popular, Ciudadanos, y Vox que, en caso de llegar al gobierno, han prometido neutralizar el soberanismo catalán interviniendo la autonomía e, incluso en algunos casos, ilegalizando partidos políticos con ambiciones independentistas. “No hay una opción patriótica de izquierda, y por eso he votado en blanco”, dice Sánchez antes de explicar que conociendo los resultados históricos de su comunidad, el voto en blanco engrosará los apoyos a las fuerzas de la derecha. “El objetivo más urgente es resolver el problema territorial español, y esto impide que nos ocupemos de otros muy importantes como la sanidad, la educación, y otras políticas pública”, afirma.

El desencanto y el hartazgo que expresan Sánchez, Porras o Alegre no es exclusivo de ellos, y tampoco resulta sorprendente en este país. Este domingo irán a votar sin la certeza de saber si se podrá formar un gobierno estable y duradero, o deberán acudir nuevamente a las urnas. Tras los comicios de diciembre de 2015, España debió repetir elecciones en junio de 2016 para poner fin al bloqueo entre partidos, que impedía la formación de un nuevo ejecutivo. En junio del 2018, cuando la legislatura iniciada por Mariano Rajoy llegó a su fin abruptamente por una moción de censura, los españoles vieron alterado una vez más el ciclo político natural. Con la elección de este domingo, habrán votado para elegir al líder de su país tres veces en menos de cuatro años.

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