Solans (Buenos Aires, 1961) habló con Télam sobre la historia en la que aparecen el criminal de guerra nazi Adolf Eichmann, la Guerra de Malvinas y las complicidades civiles durante el terrorismo de Estado y con la que vuelve al género novela después de «La visitante».

Editada por Adriana Hidalgo, «Viaje al invierno» narra los días en los que Clara encuentra refugio en la casa de Helena, una sobreviviente del Holocausto que la ayuda a procesar la intolerable cotidianidad de la última dictadura militar en Tafí del Valle.

– Télam: Tanto Helena como Clara dejan atrás un territorio relacionado con un pasado de horror para insertarse en un nuevo espacio. ¿Podemos decir que emprenden el «viaje al invierno» al que refiere el título?
– Claudia Solans: Sí porque es ese viaje al pasado y al campo semántico que significa el invierno: el despojo, la pérdida, la introspección. Cada una inventa otro espacio haciéndose cargo de lo que pasó, dejando de obturar ese pasado, atravesándolo y mirando para adelante.

– T: Los lazos entre las mujeres se convierten en una clave para atravesar ese dolor.
– C.S.: Es un descubrimiento que fui haciendo en mis propios textos. Sin darme cuenta me veo contando historias de mujeres que funcionan como espejos y van ayudándose a encontrar un camino. Son las interlocutoras válidas, la otra en la que se miran. En mi vida cotidiana no es algo sobre lo que reflexione, sin embargo en la literatura hay algo que me mueve más allá de lo que la vida consciente me trae todos los días.

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– T: ¿Cómo fue la decisión de incluir la figura de Eichmann?
– C.S.: Escribí un cuento sobre un checo al que le puse Klement y mi primer lector, que es mi marido, me recordó que era el seudónimo de Eichmann en la Argentina, entonces le cambié el nombre. Más tarde, haciendo la investigación para «La Visitante» en Tafí del Valle, me encontré con el lugar en el que iba a hacerse una hidroeléctrica y con que Eichmann había trabajado en ese proyecto. Otra vez aparecía ese personaje que efectivamente había estado en Tucumán, que era hidrólogo. Así empecé a leer y a investigar. A Eichmann lo captura el Mossad porque sus hijos usaban su apellido. Vivían en Vicente López u Olivos. Su historia en la Argentina es escalofriante porque entrás y no sabés como salir. Hay millones de detalles del personaje que hacen a su verosimilitud. No es improbable que haya sucedido una historia como la de Eichmann y Helena.

– T: La dictadura se puede respirar en el clima opresivo que vive Clara en su trabajo. ¿Cómo trabajaste ese clima?
– C.S.: Por haber atravesado mi adolescencia durante la dictadura todavía tengo mecanismos de censura muy fuertes. Pasó mucho tiempo hasta que en el manuscrito pude poner Bussi, así que apelé a mis propios recuerdos para escribir esta novela. Trabajé en una oficina en la misma época en la que lo hace Clara y hubo movimientos que me hicieron sospechar que algo de lo que cuento en la novela podía estar pasando.

– T: ¿Qué diferencias hubo al escribir esta segunda novela comparada con «La visitante»?
– C.S.: En «La Visitante» escribía sobre un lugar que me había deslumbrado y tenía que bajar la intensidad para poder contarlo. Acá, a pesar de que hay personas que tenían su correspondencia con la realidad y hechos históricos reconocibles, sentía que estaba por entero en el campo de la ficción.

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