En pocas horas Alberto Fernández pasó de la angustia a la euforia casi sin escalas. El miércoles por la tarde, junto al intendente Mario Ishii, arengó a quienes lo escuchaban en un acto al grito enardecido de»Un carajo estamos perdidos» y los invitó a ayudar al Gobierno para ganar las elecciones del 2023. Pero apenas un par de horas antes, en Olivos, se había mostrado preocupado, angustiado y con un dejo de desazón cuando conversó largo y tendido con un reducido grupo de sindicalistas a quienes les pidió ayuda para sacar el país adelante.

“Les pido que me ayuden, hay que sacar todo esto adelante porque sino la cosa se va a poner muy difícil”, les dijo Alberto Fernández a los dirigentes sindicales, que forman parte de la histórica CGT y que no simpatizan con Cristina Fernández de Kirchner. El pedido de ayuda se repitió también en otro encuentro que el presidente mantuvo con un pequeño pero poderoso grupo de empresarios, de esos que están acostumbrados a codearse con el poder de manera cotidiana.

¿Cuál es el estado anímico del presidente hoy? ¿El que muestra en público o el que aparece en los encuentros con gremialistas y empresarios, allí donde reconoce su angustia y preocupación por la situación del país? En su entorno aseguran que Alberto Fernández está preocupado y mucho. Pero subrayan que él ha tomado la decisión de no mostrarse abatido en público, especialmente en estos días en los que busca bajar los decibeles a la enardecida interna con la vicepresidenta.

“El presidente nos pidió no hablar de política”, se sinceró Juan Manzur en la puerta de la Casa Rosada en la mañana del jueves. El jefe de Gabinete —que retomó su ritmo madrugador y su presencia en los medios a pedido del presidente— quiso decir que su rol se limitará a ser el vocero de la gestión. Evidentemente para hacer declaraciones polémicas, Alberto Fernández lo eligió a Aníbal Fernández, quien se calzó los guantes y subió al ring: “Es más que claro que el presidente tiene que ir por la reelección”, dijo.

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En su enardecido discurso pro-reelección albertista, el ministro de Seguridad de la Nación tuvo algo en común con el presidente (además del apellido, claro): ambos eligieron un mismo destinatario de su mensaje. Porque en ambos casos el mensaje estaba dirigido a Cristina Fernández de Kirchner, quien considera que las elecciones del 2023 ya están perdidas para el Frente de Todos.

Así, el discurso eufórico del presidente y sus voceros está destinado a responderle a Cristina, a quien no le confiaría su preocupación por la difícil situación política y económica que atraviesa el país. Eso Alberto Fernández lo reserva para cuando conversa con empresarios y sindicalistas. Esos mismos que —aunque él no lo diga— saben que el origen de su preocupación en buena medida radica en la feroz interna que atraviesa el Frente de Todos. Esa que Alberto quiere minimizar, dejando los funcionarios que responden a la vicepresidenta y pidiéndole al jefe de Gabinete que “no se hable de política”. Entre la euforia y la preocupación.

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