El colombiano Juan Cárdenas (Popayán,1978) aborda en su novela «Ornamento» una historia en la que cuatro voluntarias se ofrecen para experimentar con una droga de laboratorio surgida de una flor autóctona que produce bienestar extremo exclusivamente en las mujeres, como una metáfora del sometimiento del cuerpo femenino en la sociedad actual.

En la obra, el experimento es liderado por un científico que manifiesta especial atracción por una de las voluntarias que se destaca por su inteligencia, sensibilidad y belleza, y a quien lleva a vivir a su casa, generando un triángulo amoroso con su mujer, una famosa artista plástica.

Editada por Sigilo, la novela devela signos de la sociedad actual como la manipulación y mercantilización de los cuerpos, la adicción a sustancias como una forma de aplacar la angustia y el dolor, así como la profusión de los vínculos tóxicos.

En diálogo con Télam, Cárdenas, autor de «Zumbido», «Los estratos» y «Elástico de sombra», entre otras obras, se refirió a las motivaciones que lo llevaron a narrar este texto en el que además aborda la desigualdad social, cuyo extremo «suele recaer en el cuerpo de las mujeres», según el autor.

– Télam:¿A partir de qué situación o reflexión surgió esta novela?
– Juan Cárdenas:Trabajo a partir de una combinación muy intuitiva entre imágenes y conceptos, que para mí son pura materia. Mi trabajo en ese sentido se parece al de un músico o un artista sonoro, voy superponiendo capas de material, las repito, las saco, las alargo, las distorsiono. En este caso todo empezó con la imagen de esa droga que solo funciona en el cuerpo de las mujeres y la idea de cuatro «conejillos de indias» en un laboratorio.

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– T: El tema de la felicidad e infelicidad aparece con gran fuerza ¿Por qué lo trabaja asociado a la mujer?
– J.C:En general la novela ha sido muy bien recibida como un texto que explora con honestidad las fantasías misóginas que circulan en el mundo contemporáneo, en el modo en que el mundo contemporáneo produce el trabajo, los cuerpos, la experiencia del tiempo y, por supuesto, una cierta idea de «felicidad». Yo estoy de acuerdo con esas lecturas, pero sobre todo mi interés se centra en la exploración del disciplinamiento del deseo a través del diseño de experiencias. Aquí la palabra diseño es clave.

El libro arranca con una cita del texto «Ornamento y delito», de Adolf Loos, uno de los pioneros del diseño moderno. Ese texto, que es de 1908, no es solo un panfleto contra el exceso ornamental sino todo un programa de ingeniería social. Da escalofrío leerlo a la luz de todo lo que sucedió después, desde la aspiración higiénica de la estética fascista hasta el pre-modelado de respuestas en el diseño de las redes sociales.

– T:¿Qué sucede con estas mujeres capaces de exponerse a un experimento?
– J.C:Es algo muy propio de las sociedades contemporáneas producir desigualdad y el extremo de esa desigualdad, creo yo, suele recaer en las mujeres, en el cuerpo de las mujeres. En todo el mundo vemos ejemplos de las distintas maneras en que las mujeres son usadas como conejillos de indias, en casi todas las ramas del capitalismo. Mi idea era investigar esa explotación elemental en un entorno moderno del sur global.

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– T: El tema de la experimentación atraviesa la obra ¿Cuál es su punto de vista sobre el tema de las drogas, en tanto sustituto del dolor o búsqueda de evasión?
– J.C:Esto que voy a decir es una opinión personal y poco o nada tiene que ver con lo que la novela fabrica discursivamente: creo que tenemos el deber de enriquecer nuestra cultura de las drogas. Extender y mejorar sus usos, sus impresionantes capacidades para romper automatismos. Lo que tenemos ahora es una mezcla muy mala de frivolidad, adicciones suicidas, turismo chamánico, ignorancia y moralismo. Una cultura de las drogas muy dañina, fiel reflejo del régimen económico criminal en el que vivimos.

– T:A qué se refiere cuando habla de «enriquecer nuestra cultura de las drogas»?
– J.C: Lo fundamental y más urgente es la legalización y regulación por parte de los estados del uso de todas las drogas. Cuando hayamos logrado eso podremos hablar de enriquecer esa cultura. Mientras sigan siendo ilegales son un aparato de la necropolítica, el reverso ilegal de toda la economía legal.

– T: En la novela se juega la incapacidad de los personajes para establecer contacto con la realidad y enfrentar sentimientos como la angustia…
– J.C:Los personajes de la novela tienen, como muchos de nosotros, un terror a las señales que nos manda nuestro malestar. Son gente infeliz y horrible que no sabe habitar el malestar, que no se toma el trabajo de leer el malestar. Están sobremedicalizados, tratan de interrumpir constantemente la aparición del malestar con altas dosis de hedonismo.

– T: Hay también algo de la perversión y de los vínculos tóxicos que se observa, así como del uso y abuso tanto del protagonista como de las mujeres que aceptaron ser parte del experimento. ¿Podría explayarse sobre esta cuestión?
– J.C:Estamos viviendo en una sociedad profundamente enferma y la mal llamada «toxicidad» de las relaciones es apenas un síntoma. Ese es uno de mis tantos desencuentros con la praxis feminista mainstream, que diagnostica el patriarcado como el mal general pero hace recaer toda la culpa y pide el castigo contra individuxs en una lógica inmunitaria, como si bastara con eliminar a las ovejas negras para que la comunidad se mantenga pura y sana. Yo estoy de acuerdo en que el patriarcado es el mal general, pero deberíamos ser capaces de comprender sus complejísimas interacciones. No se trata solo de que haya gente «tóxica» que debería morir, ser cancelada o enviada a Siberia. Se trata de cómo las relaciones de producción simbólica y económica generan esa toxicidad como plusvalía en todos los cuerpos. Se trata, creo yo, de proponer otro régimen de producción donde no nos hagamos mierda.

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