El momento político argentino se parece al adagio de algunas sinfonías y conciertos de música clásica. Es un tempo lento, de transición, que suele ser el segundo o tercer movimiento de las obras más hermosas, particularmente de los siglos 16 a 18.

En nuestro caso, como en tantos otros temas, es un movimiento grave y de algún modo sombrío, como es normal en la pandémica Argentina posmacrista. Pero no es desesperante y, al contrario, hasta permite entrever un buen final, quizás no a toda orquesta pero merecedor de aplausos de la concurrencia.

Y es que, símil aparte, lo que se nota y a la legua es que no hay unanimidad de criterios entre Alberto y Cristina, lo que no sólo no es nuevo sino que tampoco denota gravedad, y era hora. De hecho, nunca fueron una unidad, ni hace 12 años, y hasta estuvieron distanciados. Pero lo gravitante es que superaron las diferencias y llevaron al peronismo a la victoria electoral. O sea que supieron enhebrar una alianza inteligente, que vienen cuidando con celo de [email protected] 

Y si se entiende lo anterior, se entiende también cómo y por qué se ha venido demorando el debate y decisión parlamentaria del impuesto extraordinario a las grandes fortunas, que muchos pensamos que si va a ser de un 1 por ciento y por única vez el resultado será magro y mezquino hasta dar rabia. Pero está en marcha y los mentideros políticos aseguran que sí va a salir y que algo será algo.

Ese algoesalguismo, por cierto, también afirma –sotto voce– que el caso Vicentin no está del todo perdido, y que el deslucimiento presidencial que significó la demora de mes y medio no implica derrota ni mucho menos. No faltan incluso los que aseguran que, tiempo al tiempo, al cabo Vicentin se parecerá a la empresa agropecuaria testigo que la Argentina necesita. Ojalá.

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Hay quienes dicen también que la ausencia de Madres y Abuelas el 9 de Julio, así como la amenaza de energúmenos a Hebe, y también el exabrupto del canciller Solá llamando «dictadura» a la difícil democracia en Venezuela (sobre todo cuando no aplica ese calificativo a Bolivia y Ecuador, por caso) en realidad acabaron siendo demostraciones de los reflejos de Alberto para zurcir desgarros. Justificaciones todas que hablan de la necesidad de cuidados a un gobierno que estando expuesto a barquinazos de todo tipo, no los elude y los salva con cierta elegancia.

Por eso, y como incluso esta columna postula cada semana, no está nada mal señalar yerros, sin por eso jugar en favor del gorilismo desatado ni de ultrismos demodés. Así, los muchos funcionarios macristas colocados en posiciones importantes siguen sacando canas verdes a más de uno, incluido quien firma. Sobre todo cuando se trata de personajes en posiciones inexplicables, como el Sr. Guillermo Nielsen insólitamente sostenido como presidente nada menos que de YPF.

Las dotes de equilibrista que viene demostrando el Presidente con su leit-motiv fundamental, que obviamente es la pandemia, le reportan un respeto grueso. Y no se afirma esto sólo por sus correctas y mesuradas posiciones sanitarias, probadamente eficaces más allá del fastidio de muchos, sino también por la paciencia budista que demuestra soportando al para esta columna verdadero responsable del explosivo aumento de enfermos y fallecimientos en la capital de la república: el intendente Rodríguez Larreta, cuyas decisiones son todas ambiguas en el mejor de los casos.

Lo confundidor de su actitud merecería un sinceramiento: parece apoyar todas las medidas del gobierno nacional, pero a la vez rebaja sistemáticamente los cuidados que propone el Presidente. Y así zafa de ser señalado como el verdadero responsable de miles de infecciones de coronavirus en las villas miseria capitalinas, derivadas de la pésima higiene, falta de agua y abandonos municipales. Es él el gobernador de la ciudad más infectada del país; él el responsable de las idas y vueltas de las fases.

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Sólo la ya demostrada albertiana paciencia de Buda parece capaz de bancarlo. Ni Axel, a quien se le nota el fastidio más de una vez, lo disimula del todo.

Como fuere, algunas rencillas se aprecian también en ciertos patios del FdT, donde no faltan los que acusan al gobierno de laxitud y hasta «claudicación». Ya se sabe: son infaltables los que por izquierda sólo quieren tener razón en sus griterías, como también quienes practican genuflexiones aprobando todo error –que los hay– con el sambenito de que mejor no cuestionar nada para que no se aproveche el enemigo, lo que es antesala de un nocivo sialbertismo.

Mientras tanto, lejos de la capital, en el interior profundo de la Argentina Milagro Sala sigue presa y Gerardo Morales continúa su morosa práctica de emperador provinciano. En la otra punta del país, Santa Cruz, Alicia Kirchner sigue con calma la diluida maniobra nación-clarinesca de atribuirle a su cuñada el asesinato de Fabián Gutiérrez a manos de un grupito de bandidos delirantes.

Y volviendo al norte, en Salta continúa la criminal tala de bosques ante la pasividad nacional, ésa si reprochable. En Santa Fe se congela el expediente Vicentin como paquete de kani-kama, y en Córdoba el mutismo de Schiaretti es atronador y sospechoso, como siempre son sus silencios. En Chubut una rápida farsa en el municipio de El Hoyo se llevó puesto al intendente peronista, derrocado por peronistas traidores que nunca faltan, en un típico caso de los que en Buenos Aires ni se enteran. Y en Mendoza, para completar el panorama, parece que todavía nadie acusó de sedición y traición a la patria al ex-gobernador radical y hoy macrista de hueso colorado Sr. Cornejo, quien se despachó con una proclama independentista claramente inconstitucional.

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En ése que es el país real, donde las grietas también existen pero son o parecen menos estúpidas, las cuarentenas parecen sobrellevarse algo mejor. La vida transcurre en clave más tenue, que no necesariamente serena, y no sin cierto alivio y más allá de incomprensiones ocasionales se sigue apoyando al Presidente a conciencia de que su principal apoyo es, aunque no se note, el estratégico silencio sabio de la Vicepresidenta. La Jefa, como le dicen [email protected] que la ven como garante del sostén y la estabilidad de su viejo amigo y compañero de fórmula. @ 

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