Con prosa quirúrgica y un desapego minuciosamente administrado, Martín Kohan plantea en su libro «Me acuerdo» un rescate no emotivo de su infancia que homenajea a los escritores Joe Brainard y Georges Perec -precursores de la experiencia homónima de amplificar los sentidos de la memoria- y trabaja desde un registro autorreferencial para demostrar que la enumeración de recuerdos no constituye necesariamente un ejercicio autobiográfico.

El texto y las imágenes que componen la obra publicada por Ediciones Godot acerca retazos curiosos de la vida del autor de «Dos veces junio» y «Ciencias morales»: su experiencia como modelo de publicidades, las novias asociadas a un espacio específico de su cotidianeidad -la del colegio, la del micro, la de las vacaciones- junto a otras evocaciones menos amables como la anécdota del día en que lo echaron de una panadería por ir vestido con la camiseta de Boca o momentos incómodos ligados a su condición de judío.

La idea es trasponer ese bagaje engañoso que se presenta como una expedición a la infancia de Kohan para disfrutar de la sutil cadencia poética que hilvana los retazos o dejarse atrapar por sus indagaciones más profundas, allí donde el escritor discurre sobre el orden arbitrario del recuerdo y plantea que uno no siempre recuerda aquello que más lo impactó: la memoria tiene mecanismos antojadizos que distorsionan el peso de las vivencias y vuelven posible la convivencia entre lo banal y lo decisivo.

«Me acuerdo» recupera el disparador y la métrica de la obra que el escritor y artista estadounidense Joe Brainard escribió en 1970 y que el francés Charles Perec replicó ocho años después tras quedar fascinado con la obra de su antecesor y definirla como «un libro digno de ser copiado». En la versión de Kohan persiste lo autorreferencial diseminado en una prosa aséptica que deja afuera toda referencia a la huella que pudieron haber dejado esas vivencias.

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Télam: ¿Fue difícil trabajar con tanta austeridad para lograr esa estructura en la que están diluidas las articulaciones o mediaciones que le dan cohesión a un relato?

Martín Kohan: Un ejercicio de entrega y expansión, vuelto sobre mi propio pasado, sólo podría producirme rechazo (desinterés en el mejor de los casos; rechazo en el peor). Por eso me resulta tan ajena la escritura de relatos autobiográficos. Pero esto es casi lo opuesto, precisamente porque requiere austeridad y contención, dos cualidades que me agradan.

T:El libro se posiciona sobre las diferencias entre dos conceptos que parecen tan contiguos como los de memoria y recuerdo ¿El recuerdo como un mecanismo azaroso, inasible y la memoria como un proceso de recuperar selectiva y voluntariamente el pasado?

MK: Eso está en la génesis del libro, porque está en la base de lo que me fascinó en la lectura de Brainard y de Perec. La diferencia radical que existe entre enumerar recuerdos y recordar. Escribir mis recuerdos no me atrae en lo más mínimo; pero la posibilidad de enumerarlos (casi como podría haber enumerado cualquier otra cosa) me dio muchas ganas. Recordar implicaría narrar: narrar cada uno de los recuerdos, narrar para articular los recuerdos entre sí, como habría que hacerlo aun en una memoria escrita en fragmentos. En cambio en este formato, el de la enumeración, no se narra o casi no se narra.

Pensaba en algo así cuando marcaba una diferencia entre narrar recuerdos (darles un orden, un sentido) y enumerarlos. Soy incapaz de escribir memorias. Soy incapaz de escribir un diario también. Es decir, no me interesa escribir sobre mí mismo, ni retrospectivamente ni en el presente del día a día. Pero bajo el formato de la enumeración despojada, el objeto no es uno mismo. Son los recuerdos como tales.

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T: ¿Por qué tenés objeciones respecto a la escritura autobiográfica ¿El libro es un intento por mostrar que trabajar con materiales biográficos no conduce inevitablemente a convertir una escritura en autobiográfica?

MK: Mis discrepancias con algunas literaturas del yo es que, leyéndolas, tuve la impresión de que el yo importaba más que la literatura. De manera que no hay ahí un reparo general, ni mucho menos una objeción general (si no, bastaría con mencionar, pongamos, a Proust, para hacer caer mis argumentos). He pensado en esos textos en los que la pasión parece ser el yo (el yo de cada cual, para cada cual). A mi entender, no conviene dar ese interés por descontado en los lectores, sino tratar de suscitarlo por medio de la escritura. Y mi opinión es que algunas veces, varias veces, eso no pasa. No obstante, de ninguna manera quise con este libro mostrar nada a nadie. Tuve ganas de escribirlo y por eso lo escribí.

No imagino un lector que pudiese interesarse por esos hechos de mi vida, que no tienen ninguna importancia, excepto para mí (y a veces, ni siquiera). Pero espero que la cadencia enumerativa, que el efecto de la colección verbal, los atraiga y les procure un disfrute.

T: «Estamos amputados de ciudad», decís en un texto reciente sobre estos días de encierro ¿Cómo este escenario tan desconcertante ha impactado sobre tus rituales de escritura?

MK: Como los de todos, mis días cambiaron mucho, porque nunca me gustó estar en casa, en ninguna de las que tuve a lo largo de mi vida -ni las grandes ni las chicas, ni las hospitalarias ni las incómodas- y ahora estoy obligado a quedarme. Yo en general ando por la calle todo el día; me gusta estar en la calle. Ahora todo eso me falta, extraño Buenos Aires. Ahora bien, eso no afectó los temas sobre los que escribo. Me afectó, sí, el hecho de estar siempre en un lugar en el que hay internet. Me distraigo mucho más. Por ende, leo peor y escribo peor.

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No estoy de acuerdo con quienes prontamente celebraron que ahora iba a haber más tiempo para leer. Porque para quienes hemos tenido que adaptar condiciones de trabajo no necesariamente disponemos más tiempo. Porque para leer cuenta más la concentración.Tengo ganas de volver a los cafés para poder leer y escribir mejor, con mejor concentración.

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