Cada vez que desaparece una mujer, las redes de personas y organizaciones que se activan para alertar sobre su búsqueda, junto al Estado, realizan un trabajo en común que tiene protocolos y recomendaciones. Es necesario actuar con premura y, a la vez, con sensibilidad.

Durante una búsqueda, la decisión de hacer pública información de la vida privada de esa persona está directamente relacionada con si difundirla puede ser útil para encontrarla. Siempre, por supuesto, intentado el consentimiento previo de la familia.

En estos días, la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina filial Córdoba (Ammar) emitió un comunicado en el que reconocen como una compañera a Anahí Bulnes, la mujer que es buscada desde el 5 de diciembre en Córdoba, en un caso que tiene un acusado de homicidio.

Y si bien muchos medios –entre ellos La Voz– así como muchas organizaciones, no compartieron este dato durante los días intensos de búsqueda, porque no era relevante para encontrar a Anahí, ahora sí lo es.

No se sabe qué pasó con Anahí, pero se intuye lo peor. Para poder entender qué pasó con ella y si efectivamente hubo un homicidio y en qué contexto, se necesita también conocer otros datos.

La familia y la abogada anticiparon que pedirán que se modifique la calificación de homicidio a femicidio. Si se ejerció violencia contra Anahí en el marco del trabajo sexual, esa es una violencia específica.

Si las mujeres están expuestas solo por el hecho de ser mujeres a la violencia del patriarcado, no es lo mismo cómo se ejerce en lo que conocemos como violencia doméstica que cómo funciona en el marco de la disparidad de poder que implica la relación entre un hombre y una trabajadora sexual, sea ella mujer o integrante de la comunidad LGTBQ.

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Como a otras expresiones de la violencia machista, es necesario visibilizarla y nombrarla para desterrar estigmas, aplicar justicia y reclamar derechos. Las vidas de todas las mujeres importan, como señalan desde Ammar, y la singular vulnerabilidad en la que viven muchas necesita especial atención.

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