Ricardo Trotti mira. Todavía es chico, el periodismo está muy lejos de ser su vocación, pero él presta atención a todo lo que sucede en Nueva Pompeya, el bar de doña Tota, que no es otra que su mamá. La escena, que se repite casi a diario durante varios años durante la década de 1960, tiene lugar en la esquina de Iturraspe y Perú, en San Francisco, la patria chica de decena de miles de inmigrantes descendientes de piamonteses que se establecieron allí para darle su sello inconfundible al este cordobés.

Ese es el trasfondo emotivo y personal de El bar de mi mamá, el libro de crónicas y retratos autobiográficos (con componentes de ficción) que el periodista, artista plástico y director ejecutivo de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) publicó recientemente a través de Ediciones Recovecos.

"El bar de mi mamá", de Ricardo Trotti
«El bar de mi mamá», de Ricardo Trotti

En este flamante volumen, ilustrado además por el ejercicio de memoria visual que el autor pone en juego en sus óleos y acrílicos (junto a dibujos de su hermano Gerardo), lo que se encuentra es un mundo familiar y social que tiene la potencia de ser, si no universal, al menos extensible a buena parte de los argentinos. Sobre todo aquellos cuyas raíces “bajaron de los barcos” luego de escapar de distintos puntos de Europa, Asia o Medio Oriente.

“El libro trata del sueño de todo inmigrante, de llegar a un lugar, afincarse, echar raíces, comprar una casa. Este es un valor universal, por eso cada uno puede apreciar esta historia asociando la propia. Todos pasamos por lo mismo, nuestros abuelos, padres, hijos y los que vendrán”, dice el propio Trotti a sus 64 años, linkeando los orígenes de su familia con el destino de su propia descendencia.

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“Vengo escribiendo estas historias de mi infancia desde hace dos décadas y siempre supe que podrían terminar en un libro, al menos para mis hijos/as y nietas/os, para que sepan una importante parte de su historia”, admite el autor desde su hogar en Miami, donde está radicado hace casi tres décadas.

“Tiempo atrás las compartí con familiares y amigos de la infancia y todos recordaban las anécdotas, aunque con diferencias. Las archivé por años. Luego las desempolvé, las edité mil veces, busqué una historia o hilo conductor y empecé a publicarlas en un blog semanal”, acota el autor, que a partir de ese formato digital comenzó a llenar los huecos pendientes de un relato más grande.

Una columna y después un libro

“Sabía que la periodicidad obligada de un blog me obligaría a escribir más y terminar la historia”, añade sobre el material que luego tomó forma de columna semanal en La Voz bajo el nombre Anécdotas de la pampa gringa y fue publicado entre julio de 2021 y enero de 2022. Meses después, el destino de todo ese trabajo se concretó finalmente en un libro.

“Es una lástima cómo las historias de nuestros ancestros se van perdiendo si no las escribimos o graficamos de alguna manera”, reflexiona Trotti sobre su motivación para contar ese pasado familiar añorado. Y suma: “La información de boca a boca muchas veces se va distorsionando y con el tiempo muchas cosas esenciales se van desvaneciendo entre generaciones. En muchas dedicatorias del libro escribí una frase en la que creo: ‘animate a contar tu historia’”.

–¿Cómo es su conexión actual con San Francisco y todo el universo del libro?

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–El lugar geográfico, San Francisco y la esquina donde se desarrolla la historia conformada por el salón del bar, el patio y la casa, pueden estar a miles de kilómetros, pero en mi mente y mi corazón están presentes en forma constante como cualquier recuerdo de la infancia. Por eso digo que el bar de mi mamá es un mundo sin tiempos ni espacios, y creo que en ese universo cada quien puede verse reflejado y asociar personajes, anécdotas y vivencias de su propia infancia. Toda esta historia en ese lugar no es otra cosa que la búsqueda permanente de una familia por progresar y cumplir con sus sueños.

–Tiene una trayectoria destacada, estudió en Harvard, es un referente del periodismo y la libertad de prensa en la región. ¿Qué significa para usted, después de tantos años y logros, “El bar de su mamá”?

–Escribí siempre en mi vida. Tal vez porque mi mamá me recordaba una y otra vez que le escribiera largas cartas con muchos detalles. También escribí algunos libros, aunque siempre fueron periodísticos o con el vicio de ser riguroso y preciso con los tiempos y los datos. En este caso, aunque hay mucho de biografía, me apoderé de los instrumentos de la ficción, lo que me permitió tener más libertad y no estar pendiente de la cronología. Por ejemplo, me ubiqué de narrador como un niño de cinco o seis años, y usé la ficción para recrear diálogos, pensamientos, exagerar actitudes de los personajes, agrandar conflictos, plantear nuevos dilemas, es decir, todo lo necesario para que fuera una novela y que tuviera valor universal. Por eso digo que el libro puede ser catalogado como una autobiografía novelada o una novela autobiográfica.

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–El libro también funciona como un nodo de intereses propios de su autor. ¿Cómo pensó el vínculo entre los textos y las pinturas y los dibujos incluidos?

–Como artista plástico siempre he pintado en referencia a mi vida como periodista y defensor de la libertad de prensa y también con vivencias familiares y retratos de inmigrantes. El libro contiene varias de mis pinturas que datan del 2008, cuando creé una serie con recuerdos de la infancia, basado en algunas fotografías de la época. Pero, lo más importante, es que también incluí dibujos y pinturas de mi hermano, que en aquella época en que narro la historia, cuando éramos chicos, ya despuntaba como un gran artista plástico. Y en un momento en el que las fotografías eran escasas, él retrató muchos personajes del bar y costumbres, casi como lo haría un fotorreportero o un historiador de la época.

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