Se movía con versatilidad tanto en el folklore como en el tango. Además de sus discos propios, colaboró con numerosos artistas, desde Chabuca Granda hasta Roberto Goyeneche.

Juanjo Domínguez, uno de los grandes artífices de la guitarra en la Argentina, creador que dejó huella propia en la música popular argentina –en particular en el tango y en el folklore– murió a los 67 años, tras varios años de enfermedad que lo obligaron a dejar de hacer lo que más amaba, tocar la guitarra. La noticia fue confirmada por su familia a través de la página oficial de Facebook del artista, y desde entonces, innumerable cantidad de condolencias y de expresiones de dolor ante esta pérdida ratificaron su condición de artista querido, maestro y referente, además de admirado.

Oriundo de la ciudad bonaerense de Junín, Domínguez había nacido el 23 de octubre de 1951. Allí había comenzado a tocar la guitarra cuando todavía le quedaba demasiado grande el instrumento entre sus brazos, a los 5 años. Era tal el modo en que se destacaba –todo un niño prodigio– que a los 8 años ya estaba mostrando sus habilidades en Canal 7, en una audición junto al poeta Jaime Dávalos. A los 12 años se recibió como profesor de guitarra, solfeo y teoría en la Academia Oliva, de Lanús. Desde sus 14 años, trabajó profesionalmente como guitarrista, y a eso dedicó su vida. Comenzó acompañando al cantante de boleros Rosamel Amaya y a los cantantes de tango de la época.

Escuchar tocar a Juanjo Domínguez era una experiencia que conmovía en dos planos. El primero, el de su extraordinaria capacidad para meter notas y acordes en un tiempo que parecía no humano, en un virtuosismo que nunca dejaba de aparecer como sorprendente. En un plano más profundo, lo que Domínguez sabía hacer con eso de lo que era capaz, era conducirlo hacia un lugar creativo siempre nuevo y propio, también revelador. Era un gran defensor y ejecutor de la improvisación como arma creativa, la desplegaba con maestría y con gusto. El director técnico puede estar horas mostrando una jugada en un pizarrón, pero no puede decirle al jugador si en el último segundo tiene que patear hacia la izquierda o a la derecha. Eso lo sabe él, lo aprendió con los botines bien puestos”, decía en una de esas metáforas futboleras a las que recurría para hablar de música.

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“Yo disfruto mucho el encuentro improvisado. Cuando se improvisa en grupo, entre amigos, el disfrute es doble. Porque la música te conecta, a través de ella descubrís quiénes son los que están en la misma frecuencia que vos. A veces en una décima de segundo vos sabés cómo tenés que pasar la pelota para que haga el gol el otro. Eso es código”, decía también, con pasión y vehemencia música y futboleras.

Se movía con gran versatilidad tanto en el folklore como en el tango, como los géneros que le eran más propios, pero también en otros. Sus grabaciones son numerosísimas. “Muchas más de cien, seguro”, decía cuando se le preguntaba. Al frente de su cuarteto desplegó su amplio conocimiento de la música popular, y del tango en particular. Encaró homenajes a The Beatles, Carlos Gardel, Alfredo Zitarrosa y Chabuca Granda.  Estos últimos con un sello propio que armó de manera independiente, Junín Music. Formó trío con Colacho Brizuela y Lucho González (tres acompañantes de Mercedes Sosa), un dúo con Julio Pane (con quien registró el bello disco Un placer), entre muchas otras juntadas.

Además de sus discos propios, colaboró con una gran cantidad de grabaciones de otros intérpretes y compositores, y acompañó a muchos de ellos. Entre tantos, Rubén Juárez, Chabuca Granda, Horacio Guarany, María Graña, Lalo Schifrfrin, Edmundo Rivero o Roberto Goyeneche, con quien tocó muchos años, en el último tramo de la carrera del cantor. “Jamás me pidió que bajáramos medio tono o que aflojáramos la velocidad del ritmo. Con ese poquito de garganta que le quedaba en el último tiempo lo vi hacer cada cosa…”, contaba sobre su trabajo con el Polaco. También es recordada su participación como arreglador en un histórico disco de Chacho Müller para el sello Redondel, en los 80 (Chacho Muller). Y, en otro plano, lo que hizo para Andrés Calamaro (participó en su disco tanguero Tinta roja, y luego compartió otros tangos), y con  el cantante flamenco Diego El Cigala, con quien grabó y tocó en vivo.

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“La guitarra me lo dio todo”, decía como un resumen lógico de la relación que mantuvo toda su vida de su instrumento, al que rindió un particular homenaje en su disco Tiempo de guitarras. “Y también me sacó cosas, un matrimonio, por ejemplo. Pero no me quejo, yo elegí”, asumía en una entrevista con este diario. Así siguió una carrera que lo llevó a ser reconocido como uno de los grandes maestros y referentes de su instrumento, a hacer giras por Japón, China, Europa y América, y a vivir “de la guitarra y con la guitarra”.

Sus restos serán velados hasta las 10 de hoy, en la casa de sepelios Narváez de Burzaco, donde vivía.

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