NUEVOS AMIGOS:  LOS LINYERAS

“LOS DIOSES COMPARTEN UN TERRIBLE SECRETO
LOS HOMBRES SON LIBRES Y NO LO SABEN»

Con esta frase recordada por el escritor Lean Paul Sastre iniciamos un tema que trajo aparejada la llegada del ferrocarril, el hombre por naturaleza tiene vocación de libertad y es en los linyeras que se libran de todas las ataduras y comienzan a deambular en busca de algo que quizás ni ellos mismo sepan. No es posible que los más hayan encontrado un motivo para aquerenciarse, aunque muchas veces los haya sacudido la mala racha, por encima de ello está la capacidad de sentirse libres y echarse andar.
Así lo entienden los demás compañeros de ruta, sean crotos, como ellos, o los trabajadores del riel que tiene sumo respeto por esa forma de elegir vivir la vida.

Buscando algún sentido a sus orígenes encontramos en las tareas agrícolas una justificación casi congruente: la falta de trabajo, sus ganas de viajar y los sembrados que los esperan con su mano de obra eficaz pero efímera. Así se convirtieron en «errantes del riel” en ir de un lado a otro del país para conchabarse donde les fuera más fácil y mejor rentado, los sembrados de maíz los recibieron con la esperanza de una buena paga, como siguiente paso a la cosecha de la caña de azúcar del norte los esperó con inquietud, pues su acción era más que imprescindible, la cosecha del algodón no era menos difícil: calor y seca …su sello.

Las uvas de Cuyo eran más llevaderas, más agua y mucho menos trabajo y había un mejor pago acompañado de libaciones que reponían mejor sus esfuerzos. Las cosechas de frutas fue un rubro que los vio llegar y pronto a seguir otros destinos.
Así pasaban los meses y la ronda no tenía fin, de un lado a otro, pero siempre contando con la inefable ayuda del tren. Y allí arriba de los vagones chatos aparecían agazapados como figuras del horizonte que los veía recorrer más kilómetros y kilómetros por día.

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Las autoridades ferroviarias tuvieron con ellos un código propio que, como buenos amigo, debían cumplir a rajatabla: viajar hacer la cosecha volver a viajar hasta la próxima cosecha, así siempre “sólo trabajar nada de vida de vagos”.
Hasta les vino un nombre que tiene peculiar consonancia con su mettier: el gobernador de la Provincia de Buenos Aires Dr. Lose Croto reglamentó su andar por los ferrocarriles fijándoles reglas que ellos cumplían sí o sí, de allí que también se las imponían entre ellos y comenzara a llamárselos “crotos” en respuesta a su benefactor.

Su otro apelativo les viene porque su atadito de ropas y pertrechos de “rancho”
iban envueltos en un lienzo de arpillera, la bagayera y de otras formas de llamarlas
“la lingerie” a sus ropas menos usadas les quedó el nombre de “linyeras”.

HEG

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