La curadora Lucrecia Palacios cuenta que comenzaron a trabajar en el montaje de la obra en julio.

La curadora Lucrecia Palacios cuenta que comenzaron a trabajar en el montaje de la obra en julio.

Con varios meses de demora por la pandemia se acaba de inaugurar en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires la muestra individual «Sueño sólido», una instalación de sitio específico realizada por el escultor Nicanor Aráoz (Buenos Aires, 1981) que reflexiona sobre los modos en que las subjetividades se relacionan con un mundo inestable y en tensión.

En «Sueño sólido», un proyecto de sitio específico creado especialmente para la sala del segundo piso del Moderno, dio forma a un paisaje en el cual cuatro grandes piezas dan cuenta de diversos procesos de regeneración y donde según el texto curatorial «conviven en el espacio la capacidad rehabilitadora de una floración, la delicadeza de la cerámica o la emotividad de la música vintage de una rockola con las energías destructivas de los tornados, la violencia de la guerra y la agresividad del material sintético» .

La instalación escultórica de Aráoz cobra otra dimensión en esta muestra, así como las subjetividades compartidas. Sin embargo, la reflexión y la experiencia demarcada por el artista deviene en las particularidades de cada cuerpo invitado a experimentarlo.

La muestra individual "Sueño sólido" se inauguró con varios meses de demora por la pandemia.

La muestra individual «Sueño sólido» se inauguró con varios meses de demora por la pandemia.

«Cuando me hicieron la invitación, lo primero que se nos ocurrió, fue hablar de un espacio de sanación, de ritual, y siempre con una pata muy fuerte en la escultura», explica el artista. A su vez refiere que desde hace dos años estuvo dedicado al dibujo, porque la escultura es un proceso «pesado físicamente» y siempre «termina devastado».

La curadora Lucrecia Palacios cuenta que comenzaron a trabajar en el montaje de la obra en julio. «Cuando pudimos traer las estructuras de Rosario tuvimos que ponerlas en cuarentena , todos los materiales estuvieron en el auditorio 20 días de cuarentena», dice.

«Hemos pasado siete meses muy arduos, transitando del todo bien -explica a su vez la directora del museo, Victoria Noorthoorn-. Nicanor supo mantener esa tranquilidad. Es una enciclopedia de saber y del estado del arte y creo que conversar con él lo lleva a uno a entender más sobre el arte y el poder de transformación que tiene».

Mirá También:  Olas de colores en la fachada del Museo de Arte Moderno, una intervención de Elián Chali

Como curadora, Palacios también fue parte de «Antología genética. Esculturas y estudios encadenados, 2006-2016», una retrospectiva del artista presentada en la Universidad Torcuato Di Tella, donde Aráoz estudió con Guillermo Kuitca.

La muestra, que permanecerá abierta hasta el 28 de febrero en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.

La muestra, que permanecerá abierta hasta el 28 de febrero en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.

«Nicanor es joven -dice la curadora-. Tiene una trayectoria muy fuerte y es una de las voces del arte contemporáneo. La base de su trabajo es escultórico».

«En esta muestra eligió poder tomar toda la sala con cuatro grupos escultóricos creados especialmente para esta exposición. Estaba trabajando sobre una serie de pensamientos o imaginaciones que revinculaban el cuerpo humano (que había sido el gran tema de la escultura) con otro tipo de intereses con la naturaleza o la tecnología», explica.

El proyecto inicial de la exhibición, que comenzó con la idea de lo ritual, se transformó y derivó en «una muestra de escultura, una instalación», aunque lo ritual reapareció en la pieza de la rockola». En este «proceso de pausa» impuesto por la situación sanitaria, Aráoz pudo investigar y profundizar sobre esta pieza que «tiene una selección de música electrónica de fines de los 80 y comienzos de los 90 (hasta el 2000)».

«Tiene que ver un poco con los nodos, las ciudades y orígenes de la música electrónica -Detroit, Berlín, Londres- y esa idea de la fiesta y los cuerpos unidos en un todo conectivo, y ahí recurrí al ritual, también retomando todas las estéticas de esas tapas», explica Aráoz.

«Uno de los juegos que pensamos para esta sala fue que no haya absolutamente nada en la pared y la sensación de flotación (liviandad). Las dos piezas están sostenidas desde el techo. El inflable que rodea a la rockola es transparente, no tiene un valor, un peso físico, además es aire», comenta.

Por su parte, Palacios acota: «pensamos un montón la exposición en ese sentido, un espacio para pasar tiempo, poner una ficha, elegir su tema. Esa creación de ambientes curacionales es importante en el trabajo de Nicanor».

«En sus exposiciones es muy difícil pensar en un tema. Nicanor está pensando en términos visuales. Se imaginó este paisaje en el que conviven la rockola, esa propuesta utópica, comunitaria de los 90, pero también estos grandes vórtices, estás grandes figuras helicoidales, tormentosas que remiten a la destrucción. También esa gran pieza que llamamos «flor de cuerpos», una estructura que sostiene 38 cuerpos que hacen a las veces de pétalos. Nicanor está desplazando esas figuras en trance, escenas de sufrimiento o de goce y vinculándolas con una especie de metamorfosis, o formas que las acerquen a otras especies como las vegetales. Todo eso está mixturado», señala.

Aráoz indica que puede irse «en delirios de referencias», pero las referencias más fuertes son las de la historia del arte y recuerda el uso del poliuretano como materia y a «la artista más grande que trabajó poliuretano Lynda Benglis (Louisiana, Estados Unidos, 1941), la admiro con una fascinación loca», expresa.

«Cuando comencé a trabajar con neón, lo empecé a hacer por este amor por la cultura de los 60. Me fascina lo artesanal de este vidrio templado y acomodado», precisa.

«Es la primera vez que trabajo con inflables, por ejemplo, y es la oportunidad de hacer una muestra así me abrió la puerta para hacer una escultura de este tipo. Otra vez aparecen todas las referencias directas a la historia del arte. Me fascina. Estos tornados. Si hay algo que abusé en esta muestra fue del «render» pero con intención», detalla.

Mirá También:  Santiago Craig: "Si uno mira mucho tiempo algo, casi nada se salva de ser raro"

Si algo permite la limitación del aforo y el estricto protocolo de cuidado implementado desde la reapertura del museo -que tuvo lugar el miércoles pasado- es poder devenir entre las formas y el sonido, en un recorrido más íntimo.

Una base ondulante, alberga una moto, y otros objetos. La pieza faltante y proyectada en un principio, era un traje de samurai, sentado en la moto. Para algunos, ahí se esgrime la guerra.

Sobre las formas helicoidales suspendidas, dice Aráoz: «Esta las modelamos en la computadora y después las imprimimos en 3D chiquititas, y ahí veo la forma, la toco y digo vamos con esto. Después el productor -hay un equipo de producción- hacen la traducción al espacio. El esqueleto está hecho de madera (fibrofácil) y después se monta y se recubre, y el inflable también directo».

¿Por qué el tema de la guerra y de los mitos, y las reminiscencias de la cultura del animé? «En esta muestra, recorto y pego, descontextualizado cosas que no tienen absolutamente nada que ver, como puede ser un animé, o un disco o cultura de los años 60. Mezclo cosas que no tienen nada que ver, para crear algo nuevo. Un poco acá invento una nueva historia, una nueva ficción. Un mito mío», analiza.

Una imagen observa desde el techo a los visitantes. Aráoz comenta: «La comadreja. Necesitaba una imagen divertida en todo esto. En las redes sociales, en Instagram, está lleno de páginas de gatitos, perritos, me pareció este tipo de imagen, un poco como de repente. Uno no se la espera, y puede ser algo gracioso. Me la imaginaba durante el montaje como si nos estuviera espiando, como si fuera una deidad. Algo absurdo y arbitrario -se ríe- no es que busque un sentido».

Deja un comentario

You May Also Like

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *