Los que nunca quieren frustraciones nunca albergan expectativas. Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano Peri es uno de los personajes argentinos más narrados de toda nuestra historia. El Instituto Nacional Belgraniano contabilizó, en 1998, nada menos que 1800 títulos, que de ninguna manera abarcan todo lo que se escribió sobre el creador de la bandera, número que en los últimos veintidós años no paró de crecer. Sin embargo, en ese fragor de escritos y de investigaciones, no necesariamente aparecen datos nuevos. Las que no paran de renovarse son las interpretaciones. Es que Belgrano es mucho más que la materialidad de un hombre, es un símbolo, es el creador del gran emblema nacional, es el prócer, el modelo, el punto de referencia jamás cuestionado por ninguno de los bandos. En la Argentina de las mil grietas posibles, Belgrano parece ser un suelo común. Por eso, en cualquier discusión política, citar a Belgrano tiene eficacia. Escribimos tanto sobre él porque lo queremos poner de nuestro lado.

No gobernó nunca ningún territorio, perdió más batallas de las que ganó, nació en una familia rica y terminó sus días en la pobreza, murió el mismo año en que el territorio de las provincias unidas explotó en mil pedazos que iba a llevar décadas y sangre volver a unir, no pudo concretar sus proyectos económicos, no pudo ver plasmados sus sueños, pero esos sueños todavía nos acechan.

Muy joven se fue a estudiar a Europa, estuvo allí entre los años 1786 y 1793. Es decir que fue testigo intenso de la Revolución Francesa: “Como en la época de 1789 me hallaba en España y la revolución de Francia hiciese también la variación de ideas y particularmente en los hombres de letras con quienes trataba, se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad y fraternidad, y sólo veía tiranos en los que se oponían a que el hombre, fuere donde fuese, no disfrutase de unos derechos que Dios y la naturaleza le habían concedido”.

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Volvió en 1794 y fue nombrado en un puesto muy particular: Secretario «Perpetuo» del Consulado de Comercio de Buenos Aires. Allí pasó dieciséis años de su vida, hasta 1810, cargado de esos ideales revolucionarios. Ocupó un cargo público al servicio de la corona española y pensado para cuidar los intereses de los comerciantes monopolistas del reino. Pero en los pensamientos de Belgrano, bastante antes de crear la bandera, despuntaban las ideas del bien común y la sensibilidad social: “He visto con dolor, sin salir de esta capital, una infinidad de hombres ociosos en quienes no se ve otra cosa que la miseria y desnudez; una infinidad de familias que sólo deben su subsistencia a la feracidad del país… Esos miserables ranchos donde ve uno la multitud de criaturas que llegan a la edad de pubertad sin haber ejercido otra cosa que la ociosidad, deben ser atendidos hasta el último punto”. Un eco lejano que sigue rondando.

Y es aquí donde se nos aparece el prócer que nunca buscó las unanimidades, al que le molestaba la pobreza y le encontraba razones: “Todos esos males son causas de la principal, que es la falta de propiedades de los terrenos que ocupan los labradores: este es el gran mal de donde provienen todas sus infelicidades y miserias, y de que sea la clase más desdichada de estas provincias…”. ¿Un Belgrano comunista? Karl Marx todavía no había nacido, pero la idea de los males del latifundio y la necesidad de un reparto democrático de la tierra ya tenía un largo recorrido. En sus constantes escritos se preocupaba por el desarrollo del comercio, la industria y la agricultura. De hecho, creó una escuela agrícola con la idea de estimular la producción local.

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Manuel Belgrano fue un actor clave en la Revolución de Mayo, fue el que impulsó, sin medias tintas, la necesidad de fundar un nuevo gobierno patrio. Fue uno de los vocales de la Primera Junta y a solo un mes de la revolución escribió en El Correo de Comercio el 23 de junio: “la importancia de que todo hombre sea un propietario, para que se valga a sí mismo y a la sociedad: por eso se ha declamado tan altamente, a fin de que las propiedades no recaigan en pocas manos, y para evitar que sea infinito el número de no propietarios: esta ha sido materia de las meditaciones de los sabios economistas en todas las naciones ilustradas… es uno de los fundamentos principales, sino el primero, de la felicidad de los Estados”.

Estamos todos de acuerdo en que Manuel Belgrano se entregó, sin reparos ni angustias, a la lucha por romper el vínculo con la Corona. Por eso, la creación de la bandera fue un gesto político para terminar con todas las dudas. Por eso, su participación en el Congreso de Tucumán de 1816 fue para presionar por la declaración de la independencia y la propuesta de una monarquía inca para ganar el favor de los sectores populares, por eso fue enorme el Éxodo jujeño y gigantesco el triunfo en la Batalla de Tucumán.

Pero había algo más, el indiscutido Belgrano no peleaba por la libertad porque sí, su imaginación voló muy alto a la hora de pensar un futuro democrático e igualitario en estas tierras y todos leemos sus fracasos con el tamiz de esas intenciones. Siempre son imprescindibles los pragmáticos, pero los caminos los marcan los soñadores.

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