En medio de un clima social y político sofocante debido a episodios de violencia recurrente, insultos cruzados entre los presidenciables más encumbrados y advertencias acerca de las reacciones que motivaría en la facción más ideologizada del país un eventual fraude, alrededor de 150 millones de brasileños y brasileñas están en condiciones de participar este domingo en los comicios más polarizados desde la recuperación de la democracia, en 1985.

La convocatoria a las urnas es para elegir al presidente y al vicepresidente que conducirán los destinos del “gigante sudamericano” del 1° de enero de 2023 al 31 de diciembre de 2026.

También están en juego los 513 escaños de la Cámara de Diputados, 27 de las 81 bancas del Senado y las gobernaciones de los 27 territorios que conforman la República, entre otros cargos.

Aspiraciones

Jair Bolsonaro aspira a permanecer otros cuatro años como inquilino del Palacio de Planalto tras un mandato marcado por su gestión negacionista de la pandemia de Covid-19, tragedia sanitaria que causó unas 700 mil muertes en el país. También, por sus ataques continuos a las instituciones democráticas, el sustento que da de manera permanente a las noticias falsas y el retorno a la escena política de su mayor antagonista: Luiz Inácio Lula da Silva.

Por su parte, el dos veces presidente de Brasil en forma consecutiva (2003-2010) asoma como el postulante con más posibilidades de vencer en las urnas al capitán retirado. De lograr el triunfo en primera o en segunda vuelta, el hijo de labradores analfabetos y exdirigente sindical metalúrgico se cobraría revancha de lo sucedido en 2018 cuando el juez federal Sérgio Moro le impidió enfrentar en las urnas a Bolsonaro allanándole el camino hacia la Presidencia al dirigente ultraderechista, quien no bien se instaló en Brasilia lo nombró ministro de Justicia de su gobierno.

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Meses antes de la compulsa, el magistrado envió a la cárcel al fundador y líder indiscutido del Partido de los Trabajadores (PT) a quien culpó por lavado de dinero y corrupción en la investigación judicial conocida como Lava Jato.

Luego de que el Tribunal Supremo de Brasil anulara la condena de manera unánime y determinara que Moro no actuó con imparcialidad, el hijo pródigo de Pernambuco (Estado donde nació el 27 de octubre de 1945) recuperó sus derechos civiles y volvió al ruedo dispuesto a recuperar los atributos del mando.

Las apuestas demoscópicas indican que Lula y Bolsonaro se repartirían alrededor del 80% de los sufragios y ubican a Ciro Gómez y a Simone Tebet al frente del pelotón de nueve competidores que completan la grilla de la carrera presidencial.

El exministro de Integración Nacional de Lula y la actual senadora por Mato Grosso del Sur se presentan ante el electorado como una suerte de tercera vía para canalizar el “voto útil” que -dicen- permitiría sacar al país de la disputa dañina entre dos polos opuestos e irreconciliables. Pero quienes interpretan los resultados de los análisis de los laboratorios políticos arriesgan que ambos están a una distancia sideral de consumar el sueño.

De uno y otro lado de la brecha

Bolsonaro representa a los sectores más conservadores de Brasil.

No escondió jamás su admiración por la dictadura militar que gobernó con mano dura el país de 1964 a 1985 y asegura a sus votantes que mantendrá izada la bandera contra la corrupción y las políticas clientelares, males de los que culpa a su principal contrincante, Lula.

Con la intención de lograr su reelección, ratificó en campaña sus promesas de orden en las calles –manteniendo el derecho a portar armas-, de “aniquilar” la supuesta vocación delictiva del PT –según él– y de poner a salvo de la izquierda y sus aliados a los valores tradicionales de Brasil: familia, patria, libertad y Dios.

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Por su parte, Lula se trazó como objetivo de su estrategia para volver al Planalto la construcción de un perfil moderado con la intención de atraer al electorado del centro y poner distancia del fantasma del comunismo que agita el bolsonarismo. Con ese propósito sumó como compañero de fórmula a Geraldo Alckmin, exgobernador de San Pablo, movida que mereció el respaldo público de los expresidentes Henrique Cardoso y José Sarney, entre otros.

El exmandatario cuenta con el favor de amplias capas de la sociedad, como jóvenes, desempleados, familias de bajos ingresos, estudiantes, asalariados y mujeres en general.

Entre Lula y Bolsonaro, Brasil decidirá su futuro en un momento en el que tiene que lidiar con índices récord de inflación, una desigualdad social como hacía décadas no se registraba, tasas altas de desempleo y los estragos de la pandemia.

Al complejo cuadro de situación se le suma el temor de que Bolsonaro no reconozca los resultados de los comicios si les son adversos, redoble sus denuncias de falta de transparencia en el trabajo del Tribunal Superior Electoral y se recueste sobre el Ejército para defender su trinchera.

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