La selfie como posibilidad de acceso al autorretrato abre el debate acerca del lugar del fotógrafo a partir de esta práctica en la que la figura de quien toma la imagen es prescindente, pero los profesionales de esta disciplina defienden a capa y espada su lugar al destacar el talento de quien toma las imágenes y la perdurabilidad en el tiempo de la fotografía tradicional.
Gastón Delau, de Fototeca Latinoamericana (FoLa) de la Ciudad de Buenos Aires, considera que «el autorretrato, desde su invención hasta la actualidad, ha sido concebido con algún fin documental o de permanencia en el tiempo, mientras que la espontaneidad de la selfie la hace mas efímera y pasatista».
En esta línea, considera que la presencia de «cámaras de fotos en todas las casas, no supone que haya fotógrafos de raza: ser fotógrafos es más que sacar lindas fotos, es documentar, contar historias, es interpelar a través de la imagen. Requiere una dedicación y sacrifico especial y un instinto diferente».
El fotógrafo Aldo Sessa considera que «la selfie para los aficionados es una buena solución para inmortalizar un recuerdo, pero no creo que la selfie pueda llegar a potenciar el autorretrato. En la fotografía artística la clave no pasa exactamente por la tecnología sino por el talento y la mirada avezada del fotógrafo».
«No sería una novedad que fotógrafos munidos de las mejores cámaras, hagan fotos banales. Lo mismo sucede hoy pero en mucho mayor medida, por la enorme posibilidad de disponer una cámara al instante (teléfonos) donde la fotografía se multiplica en miles de millones de capturas, cuyo 99,9% termina su corta vida en un tacho de basura», afirma.
Para el destacado profesional, «el autoretrato como género fotográfico» al que considera «mucho más original y artístico, es una suerte de reflejo psicológico del alma del fotógrafo y un caleidoscopio de su estado de ánimo y la proyección de su imagen hacia los demás en cualquier momento de su vida».
