En tiempos de encierro obligatorio por coronavirus, el oficio de escribir cobra nuevas dimensiones y adquiere otros significados, según autores argentinos como Jorge Consiglio, para quien la pandemia «establece una alteración del punto de vista automatizado de lo cotidiano» al que vincula con «el temblor y la fragilidad» que la situación genera.

En tanto, Cecilia Pavón considera que las formas de producción literaria «van a adquirir otro sentido», ante un mundo que impone nuevos paradigmas de existencia.

La reclusión obligada invita por otra parte a revisitar universos literarios distópicos como los de Jack Kerouac y Daniel Defoe o, como dice Gabriela Cabezón Cámara, volver a los clásicos como «Los cuentos de Canterbury» o los relatos de Geoffrey y «Las mil noches y una noche» que comparten esa cuestión de «contar contra la muerte, de seguir contando para seguir vivos».

«Creo que si esto sigue así, todo se va a modificar, incluso las ideas de cómo producir van a adquirir otro sentido. Si tenemos que estar encerrados no somos las mismas personas, y el mundo que antes teníamos vamos a tener que traducirlo al nuevo mundo. Pienso que la poesía, el arte o la escritura pueden ser vehículos para traducir estados mentales», señala Cecilia Pavón, quien permanece en reclusión absoluta tras un viaje por Estados Unidos.

Una reflexión similar propone Jorge Consiglio, para quien “la cuarentena, por el encierro y sobre todo, por el replanteo que la experiencia supone, nos obliga a confrontar con nosotros mismos, ya que la pandemia establece una alteración del punto de vista automatizado de lo cotidiano, y en virtud de ciertos riesgos -el de la vida, en este caso- todo se relativiza”.

 La reclusión “es una situación existencial por excelencia, y la escritura y la lectura son actividades privilegiadas en estas instancias. De hecho, la práctica de la literatura, al igual que la praxis filosófica, tiene que ver con el temblor frente a un estado de fragilidad general y personal”, sostiene Consiglio.

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“Escribir y leer en estos momentos, además de ser una manera de felicidad, es un blindaje, una forma de amparo que se contrapone al sinsentido que nos atraviesa. Como decía Juan José Saer, la literatura cura y, agrego yo, levanta las defensas”, afirma el autor de «Hospital Posadas».

Este tiempo de replanteo y desconcierto frente a lo que la humanidad parece no poder dominar es además terreno propicio para las distopías o para redescubrir autores consagrados que se anticiparon a la creación de universos apocalípticos o produjeron en tiempos de pandemia.

Para Nelson Specchia, escritor chaqueño y autor de «La cena de Electra y otros cuentos», la imagen casi canónica «es, sin duda, la de Giovanni Boccaccio y de su Decameron, esa centena de cuentos y de noveles breves compuestos a mediados del siglo XIV, después de la gran epidemia de 1348. En esa oportunidad, los nobles y los burgueses ricos aún podían huir, escaparse de esa ‘peste negra’ que todo lo contaminaba y oscurecía; y esa huida y reclusión obligada es el gran acicate para ponerse a divagar mediante la creación de historias».

«El paralelismo podría parecer simple, pero en realidad no lo es: en esta pandemia, la primera de una sociedad efectivamente globalizada, no hay dónde huir: el virus está en todos lados, literalmente. Entonces, esa actitud de cierta negligencia, que habilitaría el espíritu de la creación y del ocio, no está presente. Antes bien, hay una alarma justificada ante una fuerza natural incontrolable, y para la cual de momento no conocemos freno ni antídoto», añadió.

En el cuento «La rebelión de los insectos», el escritor, afecto al abordaje literario de pestes y epidemias, ficcionaliza la lucha que los insectos organizan contra el nuevo ocupante a partir de las invasiones de las mangas de langostas que enloquecieron a los inmigrantes en el Nordeste argentino y en «La ola» imagina una catástrofe donde el agua se rebela porque, dice, utiliza «el recurso de los argumentos distópicos para hablar de los daños ecológicos que conlleva nuestra actitud depredatoria, como civilización». 

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En cuanto al encierro como ámbito propicio para la creación y de trabajo, la experiencia es diversa según los autores y escritoras consultadas. Consiglio revela que inicia los relatos en su casa, pero los continúa en la mesa de un café. «El espacio público —con su sonido ambiente: las charlas, los ruidos de la vajilla, los bocinazos que llegan desde la calle—tiñe el texto, le da color. O, por lo menos, esa es mi esperanza”.

“Es verdad que la reclusión es un requisito indispensable para escribir, pero también es cierto que la presión psíquica —que dispara, en este caso, el coronavirus— juega, en mi caso, un rol nocivo que me resta productividad. Para ponerlo en otras palabras: tengo la cabeza en otra cosa”, admite.

Para Cabezón Cámara, «la escritura es una práctica de concentración y, a la vez, de entrega. Eso hace bien en cualquier circunstancia, más allá del resultado. Yo la indicaría como balsa para surcar muchos ríos distintos», sostiene.

«En mi caso particular, la escritura es un modo de hacerle también una censura al tiempo sin límites de las redes, una discontinuidad, un aparte, un poco de silencio», sostiene la autora de «La virgen cabeza».

Pavón reivindica la experiencia creativa de la escritura y talleres literarios online. «Leemos nuestros poemas y la verdad es genial pasar tres horas sin hablar del virus y sin mirar las noticias, creo que más que nunca la poesía puede ser un espacio a salvo de la contaminación mediática», sostiene.

«Poder juntarse y crear vínculos a través de la tecnología de información puede ser una oportunidad para que haya una renacimiento de la poesía de una forma diferente. No se qué pasará con la industria del libro pero sí me parece que hay que buscarle la vuelta a la difusión de los textos desde otro lugar por el momento», sostiene la autora de «Los cuadros que tiré» y «Un hotel con mi nombre», entre otros.

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