El Frente de Todos está arriesgando su gobierno, su futuro y el de la sociedad a golpe de tiros en los pies, trapos sucios lavados en público y dificultad para bajar los decibeles y relanzarse. La carta pública de CFK, ¿debió ser pública?

Ese hombre

no quiso hacerte daño

no le guardes rencor.

Compréndelo.

No lo dudes.

Es tu amigo y te quiere.

Porque ese hombre.

Ese hombre soy yo.

Pimpinela y Django. Por ese hombre.

 

Es más que curioso, y más bien triste, que medio mundo en las redes coincida en que el Frente de Todos decidió desde el martes pasado tirotearse los pies, los huevos y el cráneo y que esa misma idea haya llegado tarde a–diría Perón- “las cabezas de los dirigentes”. Será porque no andan muy lúcidas esas cabezas. Al punto que están dando vergüencita ajena. Por estar siendo algunos, a la hora de hacer política, peores que tantos de aquellos infinitos de la derecha a los que tanto nos fascina gastar con memes.

La crisis profunda en la que se sumió el Frente de Todos primero con la durísima derrota electoral, luego con la movida de las renuncias a disposición, luego con “él/ella no me llama” y luego con la carta pública de CFK, parece una pelea de hermanitos pequeños. De esas en que los padres terminan diciendo, cansados, bassssta, arréglense entre ustedes.

Poniéndole más tiempo a la cosa, y no pura coyuntura, la crisis es el producto –quizá inevitable o al menos comprensible- de un Frente que nunca fue Frente sino más bien armado de urgencia. En donde nunca dejará de ser una jugada magnífica la iniciativa de CFK de ungir a AF como presidente y a ella como recolectora de buena parte de los votos y acaso motor del gobierno… y acaso guardiana, un papel complicado política e institucionalmente. El otro tema complicado es que por haberse hecho el armado imperiosa y necesariamente de urgencia no hubo tiempo ni de enchamigar más a los integrantes de lo que terminó siendo más coalición que Frente, ni de discutir programas, ni de quedar satisfechas las partes a la hora de designar funcionarios de gobierno.

Una vez ocurrida la derrota, se la triplicó con la catarata de renuncias iniciada por un muy buen tipo y muy buen cuadro político: Wado de Pedro. El hecho de que las renuncias (con ecos similares en provincia de Buenos Aires y Santa Cruz) provinieran exclusivamente del campo kirchnerista niega lo que aun quieren creer ciertos sectores K y quizá los propios cuadros: que en toda crisis grave los funcionarios presentan sus renuncias. O que todo ministro o secretario siempre asume con la renuncia firmada. Acá no fue así. Vinieron de un solo lado y, peor, sin aviso al presidente. Con lo cual resultó inevitable interpretar la movida como un apriete a Alberto Fernández. Para colmo un apriete público, haciendo aquello de lo que siempre se jactó el kirchnerismo para cuestionar a la izquierda: hacerle el juego a la derecha.

Si había dudas del componente… ¿soberbio?… de la movida contra AF ahí está el desatino de Fernanda Vallejos, muchacha K muy de ademanes combativos, muy capa, muy cumpa, muy ‘70s, pero incapaz de pensar en que su teléfono podía estar pinchado en la Era de la Vigilancia. El lenguaje brutal en que se expresó (donde solo cabe rescatar el simpático adjetivo “mequetrefe”) revela el peor defecto kirchnerista: la endogamia. Tan endogámicos el lenguaje y la conducta política que al tipo elegido “por el pueblo argentino en votación democrática” Vallejos lo llamó “ocupa” (obvio, porque ahí debíamos estar los soldados y “la Jefa”. Dijo también la diputada en esa conversación grabada: “Me preocupa, no por el Gobierno, porque por mí se pueden ir todos a la concha de su madre”. Ídola, cuadro.

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Un cacho de delicadeza, che

Hora de aclarar un punto crucial: todas las críticas que puedan hacer CFK y sectores kirchneristas a la gestión presidencial, a las políticas económicas o a “los funcionarios que no funcionan” pueden ser compartibles, razonables y justas. El problema es cómo y cuándo se plantean. Cómo se hace política. No en público (este no sería el caso planteado estos días por Aníbal Fernández de discutir de cara a la sociedad). Nunca en público recién producida la derrota. Nunca sin avisar y por la propia. Si el Frente fuera un partido, o si se pareciera a alguna de esas viejas formaciones de izquierda en las que las cosas quizá se discutían de un modo, llamémosle, asambleario o institucional, las críticas y las discusiones serían bienvenidas. Pero sería dentro del espacio. Y si no hay institucionalidad partidaria ya no en el Frente sino en el espacio kirchnerista, es que nunca se cumplió aquella vieja aspiración de CFK cuando habló de institucionalizar no se sabe si a las reformas introducidas por el kirchnerismo en el gobierno o al kirchnerismo mismo. Como fuera, ninguna de ambas cosas pudo hacerse.

Al que escribe le quedan todavía ciertas cosas de zurdito como para tomarse un poco en solfa la palabra “institucionalidad”, tan acartonada o tan careta según cómo se la emplee. Pero en épocas de fragilidad extrema como la que vivimos –gobierno asumido con herencia macrista, luego pandemia y enemigos poderosísimos- alguna delicadeza hay que tener con la institucionalidad. Entonces, si te pusiste de acuerdo en elegir a Alberto Fernández como presidente, a la figura presidencial, mascarón de proa de tus intentos dificultosísimos de cambiar en algo las cosas, lo tenés que respetar. No podés apretarlo a la vista de toda la sociedad (y la derecha y los medios) ni ningunearlo. Y además lo elegiste vos (CFK, el kirchnerismo) sabiendo que su designación como candidato era el modo de ganarle las elecciones al entonces macrismo. Hacerle la vida difícil es contradecir no solo la sabiduría de la “jugada maestra” de Cristina sino cagarle la vida al gobierno, al Frente, al propio futuro del kirchnerismo.

Caramba, si parece un juego (o una pelea) de niños.

Vamos a decirlo de ese modo, como hablando con niños. A los nenes, los papis suelen divertirlos con ese juego que consiste en taparse la cara con las manos, abrir los dedos, preguntarles:

 

-¿¡A dónde tá mamá/papá!? ¿No tá mamá/papá?

Y entonces bajar las manos y decir más divertidamente:

-¡¡Acá tá, papá/mamá!!

Bueno, no está copado hacer eso con el presidente.

-¿A dónde tá prechidente? ¡¡Acá tá prechidente!!

La carta de Cris

En algún momento de esta crisis tremebunda parecer ser que CFK se dio cuenta de que había jugado demasiado fuerte. Dicho en las palabras que Alberto Fernández le dijo al colega Mario Wainfeld en Página: “Aceleraron en el barro y, claro, quedaron empantanados”. Y dijo AF aquello a lo que se vio obligado (arrinconado) a decir para no perder autoridad política: “Ella sabe que por las buenas a mí me sacan cualquier cosa. Con presiones, no me van a obligar”.

En algún momento, desde ambos puntos del conflicto, los protagonistas vieron que la habían cagado. Un papelón. Desde ambos lados trataron de bajar los decibeles. Pero luego la buena de Cris (obvio, la seguimos queriendo) no pudo con su genio y escribió una carta pública. Una carta que a gusto del que escribe tampoco debió ser pública. Estamos grandecitos, la crisis nos hace percha, ustedes son políticos curtidos. No hablen por los medios para salvar las ropas o el narcicismo, sean responsables, arreglen las cosas con la mayor discreción, inteligencia y generosidad posibles.

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Pero no. Cris escribió la carta (siempre sólida a la hora de expresarse) y la empezó bien a su estilo auto referencial, citándose a sí misma y algo solemne: “Hoy, releo aquellas (mis) líneas de inusitada actualidad en las que también mencionaba que las decisiones en el Poder Ejecutivo argentino siempre las toma el Presidente de la Nación y en las que decía sin eufemismos ni operaciones de prensa en off, que había funcionarios y funcionarias que no funcionaban”.

Reiteramos: las críticas posteriores de la carta a la política económica pueden ser válidas, hasta magníficas. ¿Pero en público? ¿Debilitando al presidente, al tipo que vos elegiste, a tu propio gobierno?

La carta se pone aún más Cris cuando repasa, bien obce, la cantidad de veces que ella se reunió con AF: “19 reuniones de trabajo en Olivos con el Presidente de la Nación. Nos vemos allí y no en la Casa Rosada a propuesta mía y con la intención de evitar cualquier tipo de especulación y operación mediática de desgaste institucional”.

Cristina cuenta, acepta, “el impacto de las dos pandemias: la macrista primero y la sanitaria a los 99 días de haber asumido el gobierno. Igualmente, siempre remarqué la falta de efectividad en distintas áreas de gobierno”. Luego relata que le dijo reiteradas veces al presi que con una política de ajuste fiscal “equivocada” se “estaba impactando negativamente en la actividad económica y, por lo tanto, en el conjunto de la sociedad y que, indudablemente, esto iba a tener consecuencias electorales”.

Lo repite en la carta: “No lo dije una vez… me cansé de decirlo… y no sólo al Presidente de la Nación. La respuesta siempre fue que no era así, que estaba equivocada y que, de acuerdo a las encuestas, íbamos a ganar ‘muy bien’ las elecciones”.

No lo deja muy bien parado al presidente (en público), aunque pueda tener razón. Para colmo luego repasa el resultado electoral incluyendo números pavorosos de lo sucedido en la provincia de Buenos Aires y hace la comparación de cómo le fue a ella y cómo a él. “Nos abandonaron 440.172 votos de aquellos que obtuvo Unidad Ciudadana en el año 2017 con nuestra candidatura al Senado de la Nación… con el peronismo dividido, sin gobierno nacional ni provincial que apoyara y con el gobierno de Mauricio Macri y su mesa judicial persiguiendo y encarcelando a ex funcionarios y dueños de medios opositores a diestra y siniestra”.

Durísimo

Más adelante viene la parte más dura: “Al día siguiente de semejante catástrofe política, uno escuchaba a algunos funcionarios y parecía que en este país no había pasado nada, fingiendo normalidad y, sobre todo, atornillándose a los sillones. ¿En serio creen que no es necesario, después de semejante derrota, presentar públicamente las renuncias y que se sepa la actitud de los funcionarios y funcionarias de facilitarle al Presidente la reorganización de su gobierno?”.

El párrafo tiene trampita. Primero se habla y se trata de consensuar con el presidente la eventualidad de las renuncias, o se discuten tiempos, o se finge el manejo de los tiempos. Luego se actúa. No es un partido en una canchita de fóbal: “Los de camiseta azul, renuncian”.

Cristina cuenta después que el martes pasado se juntó con Alberto en Olivos: “Habían transcurrido 48hs sin que se comunicara conmigo y me pareció prudente llamarlo”. Él no la llamaba, dice. Cuenta también que en su propuesta de relanzar el gobierno le propuso el nombre del gobernador Juan Manzur para la Jefatura de Gabinete. “Sé que sorprenderá mi propuesta”, dice la carta. Sí, la verdad es que sorprende. Porque Juan Manzur es un conservador que hizo de ministro de Salud con un desempeño más bien flojería. Y porque ella misma relata que “es de público y notorio las diferencias ya superadas que he tenido”… con Manzur. El argumento para proponer su nombre, aparentemente, es que Manzur “revalidó por el voto popular no sólo a través de su reelección, sino también en la elección del pasado domingo”. Lo cual no resta nada al perfil dudoso de Manzur.

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La carta pasa luego a modo chisme o sainete: “¿Por qué cuento esto? Porque no voy a seguir tolerando las operaciones de prensa que desde el propio entorno presidencial a través de su vocero se hacen sobre mí y sobre nuestro espacio político: Alberto Fernández quería que el Dr. Eduardo De Pedro fuera su Jefe de Gabinete y fui yo la que no estuvo de acuerdo. Mal podría ahora promoverlo para ese cargo”.

¿Era nesario, diría Menem, tanto chisme? La cosa se pone peor cuando Cristina se mete con el –designación de AF muy curiosa- vocero presidencial, Juan Pablo Biondi, a quien acusa de “hacer operaciones en off”.

Al fin Cris se pone más amistosa cuando niega haber pedido la renuncia de Martín Guzmán, con quien se dice que mantiene una relación cordial y respetuosa. Más amigable aun cuando escribe esto: “Confío, sinceramente, que con la misma fuerza y convicción que enfrentó la pandemia, el Presidente no solamente va a relanzar su gobierno, sino que se va a sentar con su Ministro de Economía para mirar los números del presupuesto”.

O cuando escribe “Sé que gobernar no es fácil, y la Argentina menos todavía. Hasta he sufrido un vicepresidente declaradamente opositor a nuestro gobierno. Duerman tranquilos los argentinos y las argentinas… eso nunca va a suceder conmigo”. Refuerza la parte amistosa con esto otro: “También estoy convencida que será imposible solucionar los problemas que dejó el macrismo (…) votando al macrismo o votando sus ideas”.

El final oscila entre la confianza política y, de nuevo, la reticencia: “Cuando tomé la decisión de proponer a Alberto Fernández como candidato a Presidente lo hice con la convicción de que era lo mejor para mi Patria. Sólo le pido al Presidente que honre aquella decisión… pero por sobre todas las cosas, tomando sus palabras y convicciones también, lo que es más importante que nada: que honre la voluntad del pueblo argentino”.

No, definitivamente no lo deja bien parado al presidente que eligió. Que puede ser tibio, lento, hippie, tener un vocero tramposo, no llamarla por teléfono. Pero que tiene por delante dos años dificilísimos y lo que necesita –a riesgo de volver a un gobierno de derecha aún peor que el que tuvimos- es serenidad de la propia tropa, diálogo maduro fuera de cámaras, y no un intercambio público de acusaciones auto destructivas acerca de quién tiene más responsabilidades por lo ocurrido el triste domingo pasado, pareciera que hace veinte años. Se entiende que no hay real voluntad de hacerse daño. Pero se lo están haciendo, “como amateurs”, según me dijo por celu un periodista al que respeto mucho. Y a la sociedad.

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