La investigación de un psicoanalista con niños como punto de partida para pensar las campañas políticas de estas elecciones. Entre el imaginario de Cambiemos y la presencia corpórea de Kicillof.

 Una investigación científica nos ayudará –esperamos- a sacar algunas conclusiones al término de esta nota. Se trata de un estudio de la conducta infantil. René Spitz, un psicoanalista norteamericano, observó a 123 infantes durante un período de aproximadamente 18 meses. En cierto momento, entre el 6° y el 8° mes de vida, luego de haber estado a cargo de sus madres esos infantes por diferentes razones terminaron privados de ellas teniendo que ser internados en unas instituciones que se conocen con el nombre de Casa cuna.

En dichas instituciones, personal especializado les brinda a los bebés todos los cuidados relativos a la alimentación, higiene, atención médica y vigilancia; sin embargo, se observa que el infante privado de las caricias, el abrazo y las palabras amorosas maternales producen un síndrome llamado depresión analítica que con el paso del tiempo se agudiza y se convierte en hospitalismo. Estos síntomas dejan secuelas gravísimas en el desarrollo de la criatura y en muchos casos les llegan a ocasionar la muerte.

No había pasado mucho tiempo de que la imagen de María Eugenia Vidal había enamorado a los bonaerenses que terminaron dándole la gobernación de la provincia y empujando la llegada de Mauricio Macri a la presidencia del país cuando Axel Kicillof, ex ministro de economía de Cristina Fernández, empezó a concurrir a las plazas de la ciudad con un mensaje crítico hacia el gobierno de Cambiemos.  Luego, se dedicó a recorrer la provincia de Buenos Aires en un auto prestado por un amigo. Sin demasiados recursos económicos, comenzó una travesía por diferentes ciudades de la provincia llevando un mensaje para todos los desilusionados que se iban cayendo del sistema.

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En un momento donde la política ha quedado subsumida en operaciones mediáticas; es decir, transcurre en y a través de los medios de comunicación, donde paradójicamente, los políticos no explican los planes de gobierno, sino que se dedican a exhibirse para que el futuro electorado los conozca, porque la política mediática apunta a la personalización; o sea, la construcción de una imagen que impacte en la audiencia, porque la gente vota rostros; esto es, ni programas, ni partidos, mucho menos ahora que el macrismo incorpora a su partido a los peronistas criticados porque durante 70 años devastaron el país.

Como en la investigación del psicoanalista americano donde las madres deben abandonar a sus hijos en las Casas cunas, Mauricio Macri toma también la decisión seguramente premeditada y no accidental y abandona a sus vecinos. A partir de allí deberá vivir una vida en soledad política y saludará a nadie en la Plaza de Mayo y en la de los Dos Congresos ambas valladas y vaciadas. Tendrá que subir a colectivos, entrar a pizzerías y hogares de familia compartiendo esos escenarios de posverdad con personas devenidas actores ocasionales; pero no por vocación, sino por el bolo o por cholulismo banal.

Durante todo su mandato Mauricio Macri ha quedado condenado a deambular solo como Truman Burbank en la peli The Truman Show: historia de una vida, siendo filmado las 24 horas para mantener con los vecinos por lo menos una relación virtual donde se transmiten promesas que no se cumplen, mensajes inentendibles plagados de furcios y lapsus linguae, escenas de felicidad familiar con el “bello maniquí de su esposa” como dice Eduardo Blaustein en una nota en Socompa. Se podrá objetar que Truman no sabía que lo estaban filmando y Mauricio lo sabía. Lo indudable es la incomodidad de ambos es ese escenario de ficción.

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Pero los principales afectados por la depresión y el hospitalismo macrista son los argentinos que quedan en una situación de desasosiego e indefensión,  porque los aísla del colectivo social y de la cosa pública: “si triunfas es porque te esforzaste, si te va mal es culpa tuya”. Esta operación de marketing no funciona sin la colaboración de los medios hegemónicos y de la comunicación en internet promovida por los trolls que son técnicos en informática que se esconden detrás de una identidad falsa como hacían y seguramente hacen los espías para elaborar faks news que son noticias que provocan, confunden e influencian a las personas que utilizan las redes sociales.

En medio de una sociedad que padece incrédula los dictados de un gobierno con rasgos totalitarios surge la figura carismática de Axel Kicillof. Los videos caseros empezaron a mostrarlo viajando en la línea “B” del subte de una forma muy diferente a la que mostraban a Mauricio Macri. La gente lo saludaba, lo abrazaba, se sacaban selfies y entonaban cánticos. Una relación sin precedentes en la historia política argentina mucho más teniendo en cuenta su paso por el ministerio de economía, una de las carteras más corrosivas de cualquier gobierno.

La idea duranbarbista de que la política hoy es nada más que una operación mediática queda cuestionada a partir de este joven economista, profesor universitario que parece tener tantas dotes para teorizar la economía en los fueros académicos y profesionales como para hablarle a la gente en un lenguaje que lo pone a la vanguardia de los estilos comunicacionales y por eso interactúa con jóvenes, adultos, personas mayores, obreros, etc. A partir de su carisma Axel Kicillof se anima a dar batalla en el terreno de los medios de comunicación masiva; pero también se erige sobre ciertos valores devaluados que el duranbarbismo consideraba anacrónicos: la militancia.

Reivindicar la militancia supone compartir los espacios territoriales, el subte, el barrio, el club; la militancia supone estrechar vínculos comunitarios y tener un conocimiento de quienes son sus habitantes, cuáles son sus problemas. El macrismo también intento refundar el concepto de militancia basándose en el concepto de vecino que en España antiguamente era la persona que contribuía económicamente a sostener la comunidad. Macri aparecía en los videos visitando a estos vecinos y charlando con ellos; pero quedó en evidencia su estatuto de ficción. Una ficción armada como operación mediática, como parodia de la militancia política.

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No sabemos si el ministro de economía leyó al psicoanalista norteamericano y si conoce el síndrome del hospitalismo; pero nuestro joven político kirchnerista conoce o intuye el valor de las palabras, de las sonrisas y sobre todo de los abrazos. Más allá de los resultados políticos, Axel Kicillof ha ganado una importante batalla cultural.-

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